La ruta de senderismo más bonita de Valencia: un mirador único, mucha naturaleza y un pueblo precioso con un castillo
Un pueblo pintoresco con miradores, barrancos, lagunas, cascadas y las impresionantes gargantas del Júcar. A Cortes de Pallás, en la Valencia más recóndita, no le falta ni el castillo. Querrás conquistarlo.
Un cartel a la entrada del pueblo advierte que es "un mundo aparte", como si fuera el comienzo de "Amanece, que no es poco" (1989), la loca película de José Luis Cuerda, ambientada, como se dice ahora, en el mundo rural. Pero nada que ver. Aquí más que surrealismo a borbotones, lo que hay es realismo mágico. Y no porque pasen cosas extraordinarias, que pasarán, sino por la magia en sí de lo real. Así pues, es la mejor escapada de fin de semana. Ya se sabe que los ríos son capaces de labrar el mejor de los paisajes. Y es lo que ha hecho el Júcar, abrirse paso originando un cañón espectacular. Eso y mucho más.
Nuestro destino es Cortes de Pallás, uno de los rincones de la geografía valenciana más recónditos, ancestralmente aislado por su localización entre las gargantas del Júcar. Por tanto, aún por explorar. Hechizante, como le pasa a Guadalest, pueblo precioso muy cerca de Benidorm. Entre olivos, viñedos, almendros y su histórica huerta, que es patrimonio paisajístico de los valencianos. Es más, aseguran que no hay huerta morisca tan bien conservada como esta. Lo tiene todo para sorprendernos.
Tres rutas para conocer un paisaje de agua
Es un ejemplo de huertas escalonadas, acomodadas en la pendiente de la ladera septentrional de la Muela de Cortes, junto al pueblo. No es casual que haya un Centro de Interpretación de la Huerta Morisca, instalado en el antiguo lavadero, del que parten, dicho sea de paso, las rutas para ver en su inmensidad lo que es un paisaje de agua. No solo son manantiales, balsas, azudes, pequeños acueductos, fuentes y acequias, sino también parajes naturales como las Tres Cascadas, que parece sacado de un cuento, o El Corbinet, que funciona como área recreativa.

Hay que adentrarse en el interior, dejar el mar y sus cantos de sirena para otra ocasión, y llegar hasta la comarca del Valle de Ayora-Cofrentes, para dar con este pueblo encantador, ubicado en el barranco de la Barbulla o San Vicente, que se dispersa en varias aldeas, al pie de la nombrada Muela. Un lugar este que fue escenario de la sublevación de los moriscos. Su expulsión, en 1609, dejó marcado a este territorio y mermada su población, que en los últimos años ha estado condicionada por la construcción de la infraestructura hidroeléctrica.
Qué ver en Cortes de Pallás además de su paisaje
Cortes de Pallás tiene pintorescas callejuelas estrechas que a veces se hacen cuesta arriba, al dictado del trazado medieval; una iglesia rococó, la de Nuestra Señora de los Ángeles (1775), y un palacio barroco, la Casa del Barón, también del siglo XVIII, que lo hacen monumental, como este pueblo que visitó Carlos V en el siglo XVI, además de una naturaleza privilegiada. Lo remata un mirador natural donde sentirse pletórico y hasta suspirar, la cima del castillo de Chirel, que solo se puede conquistar a pie. Una emoción que vivimos en Alcalá del Júcar, con sus casas excavadas en la montaña.

Esta fortificación fue levantada en la Edad Media para controlar el tránsito por el río, pues aquí estaba la frontera de los reinos de Castilla y Valencia. Aún se aprecia el doble recinto amurallado, el aljibe y la torre mayor. Su técnica constructiva comportó también saeteras, pretiles, aspilleras y el socorrido foso en uno de sus lados. Además de ser inexpugnable por el sur gracias a un acantilado de más de 300 metros. Asoma en lo alto como una cumbre que coronar, adaptada magistralmente a la orografía, en el lugar más estratégico, que también lo es para nosotros, que vamos con el ánimo pacífico de mirar.
Una ruta por las ruinas de sus castillos
Por suerte, es el mejor conservado del término municipal. Porque otros castillos, como el de La Pileta, que guardaba el flanco norte, por donde llegaban los caminos de Buñol y Requena, se hallan en peor estado. Apenas se pueden ver los restos de sus dos torres de planta cuadrada con almenas levantadas sobre un zócalo de piedra. Y otro tanto le pasa al de Otonel, en la aldea del mismo nombre, y al de Ruaya, que a duras penas muestra sus deterioradas torres.

Aquí, la tentación, además, tiene nombre de Cueva Hermosa, en mayúsculas, una gruta con estalactitas y estalagmitas que tiene mucho de cueva de la maravillas. De los Chorradores de Otonel, un conjunto de cascadas que redondean este paraíso; del embalse de Cortes-La Muela, que preside el conjunto, y de las charcas del Ral (o pozas del Real), presumiendo de la belleza derivada de la erosión fluvial.
Cofrentes, donde se junta el Júcar con el Cabriel
Y no hay que olvidar que al lado, a solo 28 kilómetros, está Cofrentes, en la confluencia del Júcar con el Cabriel, con lo cual doble entusiasmo porque se suman los barrancos de uno, los Arcos, Cueva Negra o Sácaras, a los del otro, el Rinconazo, el Nacimiento o el Pilón. Este pueblo también tiene su castillo, que se alza majestuoso sobre una peña enmarcando la estampa; una iglesia del XVII levantada sobre la antigua mezquita, y un balneario, el Balneario de Cofrentes, en manos de una familia valenciana que lo salvó de la ruina en 1989 y lo convirtió en la villa termal medicalizada que es hoy.