NO TE PIERDAS
Esta ciudad de Cantabria es preciosa y enamoró a Gaudí: esconde una de sus mejores obras
Esta ciudad de Cantabria es preciosa y enamoró a Gaudí: aquí se esconde una de sus mejores obras
Una fantasía musical que se puede interpretar en clave de sol. Así es El Capricho de Gaudí, que se alza en la bella ciudad cántabra de Comillas como todo un manifiesto del modernismo experimental. Hasta 6.000 girasoles adornan su fachada.
Hay Antonio Gaudí (1852-1926) más allá de la Sagrada Familia. Y también más allá de Barcelona. Esta vez no nos vamos a ir a Astorga a entusiasmarnos ante el Palacio Episcopal, ni a la Casa Botines de León, sino a El Capricho de Comillas, en Cantabria, donde las mejores puestas de sol, y abierto a todas las fantasías. Fue, por cierto, su primera casa acabada y todo un manifiesto del modernismo experimental y, digamos, fundacional. Lo hacemos cuando está a punto de inaugurarse el Año Gaudí, que será el 2026, con motivo del centenario de su muerte. El arquitecto de Reus falleció el 10 de junio de 1926.
Una casa fantástica en la villa cántabra de la aristocracia
No había un sitio mejor que esta villa cántabra para dejar su huella modernista, habida cuenta de que está llena de edificios medievales y barrocos, además en consonancia con los que fueron el núcleo original de la Universidad Pontificia que lleva su nombre. Se formaron aquí tantos eclesiásticos que terminó siendo bautizada como la villa de los arzobispos. Para colmo, ya en la segunda mitad del XIX se convirtió en lugar de veraneo de la familia real española y la aristocracia, como la Riviera portuguesa. Eso sí, un siglo después la cambiaron por paraísos soleados como Marbella y Mallorca.

La ciudad es artísticamente singular. Solo hay que ver que tiene como símbolo El ángel exterminador (1895) de Josep Llimona, esculpido en mármol y ubicado en las ruinas de la iglesia medieval gótica. Recordemos que en el Apocalipsis es Abadón, el ángel del abismo. Podríamos estar dentro de una película de Tarkovski, pero esto es Comillas, el refugio de la burguesía discreta y silenciosa, y un regalo para la vista. Fue otro modernista, Domènech i Montaner, quien convirtió aquellos restos en un camposanto.
El Capricho, un gran girasol en clave musical
Dejamos a un lado la torre de la Vega, la casa del duque de Almodóvar del Río, el palacio de la Coteruca, la puerta de los Pájaros, la casa Ocejo, que fue morada estival de Alfonso XII, incluso el mirador y ermita de Santa Lucía. Nos dirigimos a El Capricho, que es precisamente eso. Un capricho como un gran girasol, ejecutado por un arquitecto que entonces tenía 30 años.
No solo porque hay 6.000 girasoles que adornan su fachada, sino porque está concebido para seguir en su giro al astro rey y atrapar toda su luminosidad, no solo poéticamente, sino en términos bioclimáticos. Por eso, es presentada como "una casa en clave de sol".

También se la conoce como Villa Quijano, porque fue el indiano Máximo Díaz de Quijano, enriquecido en Cuba y abogado de profesión, la persona que se lo encargó a Gaudí, quien puso la dirección del proyecto en manos de Cristóbal Cascante, compañero de carrera.
Quijano era, a su vez, concuñado de otro indiano, Antonio López y López, marqués de Comillas y suegro del empresario catalán Eusebi Güell, mecenas de Gaudí -pensemos en el parque Güell-, por lo que ambos terminaron encontrándose. Y le fue encomendada la construcción de un chalet junto al palacio de Sobrellano, del mismo marqués, como residencia de verano.
Los detalles de la pasión orientalista de Gaudí
El maestro catalán volcó en ella toda la pasión orientalista que derrochaba por aquel entonces (1883-1888), mezclando lo gótico con lo oriental, lo mudéjar y lo nazarí, azulejos con ladrillo visto y templetes o cúpulas como remate. Mientras urdía El Capricho, trabajaba en la Casa Vicens de Barcelona, en el paseo de Gracia, para quienes quieran jugar a encontrar semejanzas (y diferencias). Sin embargo, su dueño no puedo disfrutarlo porque murió nada más terminar las obras (1885), así que pasó a manos de su hermana, al no tener descendencia, y empezó a escribirse su larga historia.

Con la guerra civil española fue abandonado y seguidamente, en 1977, vendido al empresario Antonio Díaz por 16 millones de pesetas por parte de Pilar Güell Martos, descendiente de la familia. Sus hijos lo convirtieron en un restaurante, El Capricho de Gaudí, en 1988, rehabilitación mediante. Hasta que en 1992 lo compró el grupo japonés Mido Development y terminó siendo la casa-museo que es, abierta en 2010 como institución cultural de carácter privado.
Una residencia de verano para un indiano
El Capricho se levanta en un valle cuyas laderas descienden suavemente hacia el mar, donde antes hubo un bosque de castaños. El arquitecto partió de un invernadero y un templete ya existentes, que los incorporó a su proyecto, y lo hizo rodear de unos espléndidos jardines, diseñados por él mismo, gruta artificial incluida.
El resultado es un edificio con semisótano, para dar cabida a la cocina, despensas y trasteros; planta noble, como residencia, y desván para el servicio, comunicados por dos escaleras de caracol. Lo corona todo una portentosa y dominante torre cilíndrica, revestida de cerámica, que rompe la horizontalidad del conjunto con sus 20 metros de altura, a modo de alminar persa.

En la fachada principal, enseguida se descubren los girasoles decorando las franjas verdes sobre muro de ladrillo, sin que tarden en aparecer las recurrentes líneas curvas. El acceso es a lo grande, por un pórtico bajo la torre-minarete con cuatro columnas con capiteles en los que vuelan pájaros y crecen hojas de palmito. En el vestíbulo, el pavimento presenta losas circulares de mármol, luce techo con artesonado de madera y presume de vidrieras. Reinan la geometría y los motivos vegetales y animales por todas partes.
Un invernadero y una estatua de Gaudí
La fachada de levante, en la parte más baja del terreno, da al dormitorio principal y a la sala de juegos. La posterior es la del invernadero, que se derribó en 1914 y volvió a levantarse en 1988, con estructura de madera de color blanco y acristalada, respondiendo a la afición del propietario a la botánica. Y la verdad es que hace de regulador térmico del edificio.
Además de un apasionado de las plantas, que traía del otro del Atlántico, Quijano también lo era de la música. De ahí los continuos guiños en la decoración, con pentagramas y claves de sol. También se puede ver al propio Gaudí, en una estatua de Marco Herreros (1989), sentado en plena contemplación de su obra.