De Río de Janeiro al archipiélago de Fernando de Noronha: el Brasil más auténtico te espera
No hay ciudad más imponente en el mundo que Río de Janeiro. Foto : iStock

De Río de Janeiro al archipiélago de Fernando de Noronha: el Brasil más auténtico te espera

Un recorrido por el Brasil más estimulante: arte contemporáneo, arquitectura icónica, playas salvajes, gastronomía y hoteles en pleno paraíso. La ruta definitiva de Río a Fernando de Noronha.

Aleks Gallardo | Diciembre 7, 2025

Si tienes 20 días de vacaciones, te proponemos viajar Brasil. Parecen muchos, pero un país como este merece más de dos semanas. Más que un país, es un estado mental que muta con la misma naturalidad con la que sus ciudades cambian de ritmo entre las primeras horas del día y el inicio de la madrugada. Esta ruta de Río de Janeiro a Fernando de Noronha funciona como un pequeño experimento antropológico: observar cómo el arte, la arquitectura y la naturaleza se entrelazan para construir un país que nunca se termina de entender del todo, pero que siempre se quiere volver a pisar.

El trayecto entre ciudades, parques culturales y un archipiélago protegido que parece flotar fuera del tiempo demuestra una cosa: Brasil es un conjunto de capas. Capa urbana, capa tropical, capa histórica, capa contemporánea. Solo hace falta paciencia, buen calzado y ganas de sorprenderte para ir descubriéndolas una a una.

Cinco días en Río de Janeiro

La ciudad de Río de Janeiro exige estrategia. En un principio puede ser desconcertante en su perfección visual, pero lo verdaderamente interesante está en la textura: sus barrios, sus intervalos, sus silencios inesperados.

Para un primer contacto, lo ideal es instalarse en Ipanema o Arpoador, donde la vida cotidiana y la vida viajera conviven sin fricción. El Hotel Arpoador mantiene ese aire de refugio moderno que lo hizo famoso en los 70, mientras que Fasano sigue siendo la referencia del lujo carioca, con su piscina infinita mirando al Morro Dois Irmãos. Si se busca más independencia, un buen Airbnb en Copa o Ipanema funciona sin sacrificar comodidad.

El primer día conviene dedicarlo a un clásico: el Cristo Redentor. Ir temprano ayuda a evitar las multitudes y permite disfrutar del parque forestal de Tijuca, la mayor selva urbana del mundo. Después, en sentido descendente, Parque Lage ofrece un contrapunto: un jardín romántico tropical con un palacete que se ha convertido en uno de los centros culturales más activos de la ciudad.

Río tiene una historia moderna marcada por el impulso arquitectónico de los 50 y 60, y eso se nota especialmente en el Museu de Arte Moderna (MAM), uno de los mejores ejemplos de brutalismo brasileño. Del otro lado del espectro, el impresionante Museu do Amanhã, diseñado por Santiago Calatrava, apuesta por el discurso del futuro y la ciencia desde una arquitectura que parece aterrizar en la Bahía de Guanabara.

Los cariocas más cultos suelen presumir de dos instituciones: la Biblioteca do Gabinete Português de Leitura, con su sala neomanuelina que parece sacada de Lisboa, y el IMS (Instituto Moreira Salles), uno de los archivos fotográficos más importantes de Latinoamérica. No hay mejor manera de entender cómo la ciudad se ha contado a sí misma que observando su memoria en imágenes.

En Río se come muy bien si se evita el menú turístico. Dos direcciones útiles: Oro, del chef Felipe Bronze, reinterpretando la Amazonia desde un concepto experimental, y Lilia, cocina brasileña contemporánea con producto local.

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Teleférico en Río de Janeiro. Foto: Davi Costa

Qué ver São Paulo en cinco días

La preciosa São Paulo pide otro tipo de mirada. Más intelectual, más andante, más nocturna. Para vivirla con comodidad, lo ideal es alojarse en Jardins o apostar por un icono arquitectónico: el Hotel Unique, diseñado por Ruy Ohtake y famoso por su forma de barco futurista.

Lo primero que hay que entender es que São Paulo no se visita; se estudia. Empezar por MASP, el museo en suspensión obra de Lina Bo Bardi, es casi obligatorio. Su estructura brutalista elevada sobre pilares sigue siendo una declaración de intenciones: el arte debe estar al alcance de todos. Para completar el retrato de la arquitecta italo-brasileña, su Casa de Vidro —en el barrio de Morumbi— es una lección de cómo integrar arquitectura y paisaje.

El contrapunto a esta solemnidad es Liberdade, el barrio de influencia japonesa más grande fuera de Japón. Ideal para comer ramen o sushi callejero, curiosear en supermercados nipones y comprar dulces mochi para el camino.

São Paulo también tiene una identidad vertical. El edificio Copan, obra de Oscar Niemeyer, es un ejemplo perfecto de cómo el modernismo brasileño abrazó la escala metropolitana. Se puede subir a la terraza los fines de semana para vistas panorámicas que ayudan a poner orden mental en el caos paulistano. Otro edificio histórico que merece la visita es el Edifício Martinelli, con sus plantas superiores restauradas y un mirador sorprendentemente tranquilo.

Por la noche, el plan está claro: Bar dos Arcos, bajo el Theatro Municipal, quizá el bar más bello del país, construido en las antiguas estructuras abovedadas del teatro. Para continuar, una caminata por Vila Madalena, territorio creativo por excelencia, lleno de galerías, tiendas de diseño y bares de autor.

Para amantes del arte contemporáneo, el IMS y la FAAP son dos paradas obligatorias. Exposiciones potentes, enfoque curatorial sólido y público local muy involucrado.

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Arquitectura en Sao Paulo. Foto: Joao Tzanno

Tres días en Inhotim

Pocos lugares en el mundo han logrado lo que Inhotim: convertir un jardín botánico monumental en un museo de arte contemporáneo a cielo abierto. Es uno de los centros culturales privados más importantes del planeta, creado por el empresario Bernardo Paz, y combina más de 20 galerías con instalaciones monumentales dispersas entre lagos, senderos y vegetación exuberante.

Para aprovecharlo bien, conviene quedarse al menos tres días. Para dormir el hotel Clara Arte, pequeño, cuidado, muy silencioso y propiedad de una familia de coleccionistas, y Villa Rica, una opción elegante con jardines que prolongan la experiencia sensorial del propio parque.

Entre las obras imprescindibles: el pabellón de Adriana Varejão, la instalación sonora de Janet Cardiff, los trabajos de Tunga —uno de los artistas fetiche del centro— y los espacios de Olafur Eliasson, siempre hipnóticos. Caminarlo sin prisa es fundamental. 

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Naturaleza y arquitectura de Inhotim. Foto: Mario Gogh

Seis días para recorrer el archipiélago de Fernando de Noronha

Y entonces llega el silencio. El archipiélago de Fernando de Noronha, en Pernambuco, es uno de los parques marinos mejor preservados del planeta. Solo se permite la entrada de un número limitado de visitantes y todo está regulado para disminuir el impacto humano.

Aquí, el lujo es la naturaleza. Aunque Pousada Maravilha aporta un nivel de sofisticación único, con bungalows mirando a la Baía do Sueste y un servicio extremadamente atento, y Teju-Açu ofrece una experiencia más integrada en el entorno, con bungalows sostenibles entre vegetación nativa.

Seis días permiten disfrutar del destino sin correr. Las playas más memorables: Baía dos Porcos, con su piscina natural entre rocas volcánicas; Sancho, considerada varias veces la mejor playa del mundo; y Cacimba do Padre, un paraíso para surfistas. Para snorkel, Atalaia es imprescindible, pero requiere reservar porque el acceso diario es limitado.

Una excursión recomendable es la navegación al atardecer por la costa oeste, con avistamiento frecuente de delfines rotadores. Y si se quiere entender el archipiélago desde su historia, el Forte de Nossa Senhora dos Remédios ofrece una visión estratégica de cómo se organizaba este territorio insular en los tiempos de las colonias.

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Las playas de Fernando de Noronha. Foto: Ze Paulo

TURIUM TIPS

Reserva con antelación en Noronha: el acceso al archipiélago es limitado y las pousadas buenas se agotan con meses de margen.
Compra el “Ingresso” del Parque Nacional online: evita colas y garantiza acceso a playas protegidas como Sancho y Atalaia.
En Río, madruga para el Cristo: a las 7:30 el parque está casi vacío y las vistas son mucho más nítidas.
Inhotim: dos días mínimo y calzado cómodo, pues las distancias son mayores de lo que parece y el calor aprieta.