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Este es el pueblo más bonito de Francia: está cerca de París y es el favorito de los pintores
Este es el pueblo más bonito de Francia: está a un paso de París y es el favorito de los pintores
Es la Francia más rural y artística, el lugar que acogió a Millet y a Rousseau, que fueron los "padres" de Monet y Van Gogh. Un pueblo encantador y muy chic, avivado por el bosque de Fontainebleau y lejos pero cerca del ajetreo de París.
Mucho antes de que Monet se recreara con sus nenúfares en los fastuosos jardines de su casa en Giverny, Millet ya pintaba sus escenas de campesinos en Barbizon. Así que a esta bonita villa hay que situarla antes si se quiere seguir las huellas de los impresionistas. Quiere esto decir que en este rincón no poco idílico de las afueras del gran París, la Ciudad del Amor, en la región de Île-de-France, se gestó el preimpresionismo, que luego dio tantas alas a Van Gogh y los demás. En homenaje al neerlandés, habrá que ir Auvers-sur-Oise, donde pasó sus últimos días. Es la Francia rural y artística.
Por qué Barbizon es el pueblo de los pintores
Barbizon es el pueblo de los pintores por antonomasia. Lo fue y lo sigue siendo, albergando exquisitos museos, que enaltecen sus calles empedradas, llenas de cafés, restaurantes y comercios con todo el chic francés, además de jardines por todas partes y fuentes. Con el aliciente, además, de estar en las lindes del bosque de Fontainebleau (la forêt). No está encantado como el bosque de Oma, en el País Vasco, pero es encantador. Aquella Escuela de Barbizon creó eso, escuela. Y aun hoy es el destino de quienes buscan inspirarse en la naturaleza o directamente en aquellos que lo hicieron antes.

El Musée des Peintres de Barbizon es único, no solo por lo que contiene, sino porque en su día fue la posada donde se alojaron los primeros pintores de paisajes, quienes desafiaron las reglas del romanticismo y el academicismo imperante, preparando el terreno para que luego estallara el impresionismo. Hablamos del ya citado Jean-François Millet, pero también de Théodore Rousseau, no confundir con el aduanero, o de Camille Corot.
Detrás, buscando captar las "impresiones del sol naciente", fueron Monet, Renoir o el menos conocido Bazille. Y no estamos hablando de tres o cuatro entusiastas, sino de un centenar de artistas que llegaron a pasar por Barbizon. No solo pintores, también escultores, escritores, periodistas y grandes nombres de la escena teatral parisina, y de todos los lugares del mundo.
La posada-tienda que terminó siendo un museo
Este Museo de los Pintores está ubicado, por una parte, en el Auberge Ganne, donde se ha recreado el ambiente en que vivieron Millet y otros artistas menos famosos, como Narcisse Díaz de la Peña o Rosa Bonheur, gracias al mobiliario de la época y las pinturas de los propios huéspedes. Y, por otra, en la que fue la casa-estudio de Rousseau, un casita al fondo del jardín, donde el paisajista residió durante los últimos años de su vida, huyendo también él de la pobreza y el poco éxito cosechado en París.

La posada, que Edmée y François Ganne abrieron en 1820 como tienda de comestibles, la descubrió Corot en 1827, mostrando el camino a los demás. Unos trasladándose a vivir, otros visitándolo con regularidad o en vacaciones.
Coincidió, claro, con un acontecimiento casi anecdótico, pero que supuso una revolución en el mundo del arte: la invención del tubo de pintura. Esto les brindó la posibilidad de pintar al aire libre, donde y cuando gustasen, y de escapar de lo claustrofóbico de los salones parisinos y del irrespirable clima político, dejándose guiar por la luz y la belleza que les ofrecían estos parajes. Pensamos también en el pueblo de la Provenza que enamoró a Virginia Woolf.
De Millet a Stevenson, los ilustres moradores de Barbizon
Esta Escuela de Barbizon se apagaría, en cierto modo, con el cierre del Auberge Ganne y la muerte de Millet en 1875. El testigo de la posada lo recogería la Villa des Artistes y el Hotel Siron (Le Bas Bréau después), que había fundado un tratante de carbón y madera, Emmanuel Siron, en 1867, donde se hospedó Robert Louis Stevenson de 1873 a 1877. Aunque, como decíamos, nunca han dejado de ir artistas a Barbizon.
Lo siguiente es adentrarse en el mundo Millet, en quien tanto y tan libremente se inspiró Van Gogh. Algo que puede hacerse en el estudio donde trabajó entre 1849 y 1875, hoy también Musée Jean-François Millet, otra joya escondida en esta coqueta villa. Una casa de época que atesora los enseres personales del pintor, tales como dibujos, grabados y cartas, reproducciones de sus obras y una colección de los viejos maestros.

El autor de "El ángelus" y "Las espigadoras", que hay que ir a ver al Museo d'Orsay de París, se había trasladado a este pueblo boscoso en 1849, también escapando de la epidemia de cólera. Se encontró con un lugar que lo tenía todo: precios más asequibles, mayor tranquilidad y un decorado magnífico que admirar, disfrutar y pintar. Ventajas que luego se ampliaron con el círculo de amigos y el ambiente "museístico".
Aquí crio, junto a Catalina Lemaire, a sus nueve hijos, entre su estudio y su huerto, y no dejó nunca de reflexionar sobre el vínculo del hombre con la naturaleza, llegando a ser el pintor que quería ser, un pintor campesino.
Los pueblos con encanto de los alrededores de París
Esta aldea es lo que los franceses llaman "village de caractère", y no es la única. Ahí están Bourron-Marlotte y Samois-sur-Seine, a orillas del Sena, con mucho arte también. Los realza más todavía la refinada gastronomía, donde destaca el fontainebleau, una mezcla de crème fraîche o crema batida y queso fresco; su culto a la artesanía y la animada vida cultural.
Barbizon era entonces, frente a Chailly en Bière, una aldea de jornaleros y leñadores, que fue precisamente lo que atrajo a estos cosmopolitas, que pudieron alcanzar la "tierra prometida" más fácilmente cuando por fin llegó hasta ella el tren.

Fontainebleau les ofrecía a estas gentes, y lo sigue haciendo, un lugar paradisiaco, cerca pero lejos del ajetreo de París, con árboles majestuosos, escarpadas y monumentales rocas -es una meca de la escalada tipo boulder- y el sensual canto de los pájaros.
En definitiva, un rincón querido por las musas donde entran ganas de pintar. Constituye, por cierto, la primera reserva natural en el mundo (1861), anterior incluso al Parque Nacional de Yellowstone (1872), en EEUU. Y en su defensa estuvo comprometido, como miembro del comité de protección artística, el mismísimo Víctor Hugo.