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Este pueblo precioso está muy cerca de Benidorm: tiene vistas impresionantes y museos únicos
Guadalest es una joya montañosa que desafía el cliché turístico con castillos encaramados en lo alto, museos llenos de rarezas maravillosas y vistas panorámicas que dejan sin aliento.
En un mundo donde lo inesperado suele estar escondido al final de una carretera secundaria, Guadalest se permite el lujo de ser desconcertante (y maravilloso) a plena vista. Te asomas y ahí está: un caserío mínimo, colgado de la roca como una estampa imposible, con un campanario que parece flotar sobre el abismo.
Lo de Guadalest no es discreto, pero tampoco pretende serlo. Este pueblo alicantino, encaramado a más de 500 metros sobre el nivel del mar en la comarca de la Marina Baixa, te dejará con la boca abierta. A un lado, un castillo medieval excavado en roca. Al otro, un valle de tonos verdes eléctricos que se despeña hasta un embalse de agua turquesa. Y en medio, callejuelas empedradas, balcones con geranios en formación y un puñado de museos que alternan lo histórico con lo excéntrico.
Más allá de Benidorm: un rincón de piedra y cielo
Para quien visita Benidorm y decide mirar hacia dentro en lugar de hacia la playa, Guadalest es un premio. Basta con conducir 20 kilómetros hacia el interior para que el paisaje cambie de registro: de rascacielos y chiringuitos a curvas de montaña, algarrobos, pinos y un silencio que no se negocia. Al llegar, lo primero que sorprende es lo compacto. El casco histórico cabe en un suspiro, pero es de esos que se toman con calma.
La entrada al pueblo se hace a través de un túnel horadado en la roca. Al otro lado, como un pequeño reino suspendido en el tiempo, espera la antigua fortaleza árabe del Castell de Guadalest. Subir a sus restos —una torre, algunas murallas, y un mirador que parece no tener barandilla— es obligatorio. No tanto por el castillo en sí, sino por lo que ofrece desde lo alto: una vista panorámica del valle, las montañas circundantes y el embalse de color jade, que refulge como si estuviese pintado con acuarela.
Desde allí arriba uno entiende por qué los moriscos lo fortificaron con tanto ahínco y por qué aún hoy hay quien se plantea dejarlo todo y montar una librería allí. Spoiler: no hay librería. Pero hay museos. Y vaya museos.

Una ruta insólita por los museos de Guadalest
Pocos pueblos de menos de 300 habitantes pueden presumir de tener casi más museos que bares. Guadalest, sin embargo, lo lleva con naturalidad. Aquí es posible pasar de una casa noble del siglo XVIII al Museo de Microminiaturas, donde puedes ver una copia de Las Meninas pintada sobre un grano de arroz (con lupa incluida), o un cuadro hecho sobre la cabeza de un alfiler. Si te parece raro, espera a entrar en el Museo de Saleros y Pimenteros, con más de 20.000 piezas llegadas de todos los rincones del planeta. Hay flamencos, coches, gatos, pirámides de Egipto y hasta platillos volantes con cara.
El Museo Etnológico, ubicado en una casa tradicional, sirve de contrapunto sensato. Allí se entiende cómo se vivía en Guadalest antes del turismo, con sus herramientas de campo, sus trajes festivos y su cocina de paredes ahumadas. Pero basta cruzar una calle para volver al surrealismo con el Museo de Instrumentos de Tortura, un oscuro repaso a los castigos del medievo, o el Museo Belén, una casa privada donde cada rincón está lleno de maquetas, dioramas y figuras que recrean escenas de la vida rural.
Y no hay que olvidar el Museo Histórico Medieval, también conocido como "el de las mazmorras". Sí, hay una celda. Sí, da un poco de grima. Pero eso es parte del encanto: Guadalest sabe provocar.

Senderos, artesanía y miradores con efecto wow
Más allá de los museos, Guadalest también es un punto de partida ideal para rutas de senderismo ligeras o algo más ambiciosas. La subida al sendero del Castell de Castells es una buena opción si te va la montaña con vistas, aunque incluso un paseo alrededor del embalse regala momentos de desconexión que en la costa resultan más difíciles de encontrar.
Para los que prefieren lo estático, el plan ideal es dejarse caer por las tiendas de artesanía y productos locales. Hay cerámicas, dulces tradicionales, mieles de tomillo y hasta turrón artesano en temporada baja. Aquí los souvenirs tienen poco de souvenir: muchos están hechos por artesanos de la zona.
El mejor momento para visitar Guadalest es entre semana, fuera de la temporada alta. Los fines de semana de verano se llena de excursiones organizadas, y el encanto mengua un poco. Pero en marzo, en octubre o incluso en enero, el pueblo se abre como un secreto compartido.
