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Está en Francia, pero parece el paraíso: la ciudad bretona junto al Mont Saint-Michel con playas idílicas y piscinas naturales

Está en Francia, pero parece el paraíso: la ciudad bretona junto al Mont Saint-Michel con playas idílicas y piscinas naturales
En la bretona Saint-Malo podrás darte un baño en playas idílicas o en su piscina de agua de mar mientras contemplas la ciudad amurallada y unas islas tan románticas como el "malouin" Chateaubriand. Pellízcate, sí, porque vas a pensar que no es real.
Si buscas un destino marinero y portuario, con agua y playas por todas partes, ninguno como esta ciudad que además es corsaria. Saint-Malo, en la Bretaña francesa, está rodeada de murallas y, sin embargo, abierta al mar. Y con un pasado como el suyo, no podía sino esconder cuantiosos tesoros. Te recordará al vecino Mont Saint-Michel, la espectacular isla mágica, y con razón.
Además, está muy cerca de Cancale, el pueblo francés donde mejor se come. Y te sonará por ser el escenario de la novela y miniserie "La luz que no puedes ver". Antes de callejear intramuros, que es como se llama la parte "vieja", vayamos a la Plage de Bon-Secours, una espléndida playa urbana de fina arena que cuenta con una curiosa piscina natural con trampolín y una escuela de vela. Es muy probable que, animado por el aire oceánico que se respira, te entren unas ganas irresistibles de navegar.
Dos islas y un escritor vizconde y muy romántico
Desde aquí verás la bahía de Saint-Malo en todo su esplendor. En primer plano, la isla de Grand Bé, donde está enterrado el vizconde Chateaubriand, el gran romántico de las letras francesas. Era su deseo un tumba frente al mar. Y allá en el frente, como en la "Canción del pirata" de Espronceda -en ningún sitio suena como aquí-, la de Petit Bé, grande por su fuerte. Había que defenderse de los codiciosos invasores. Si la marea está baja, se puede cruzar a pie. En estas tierras, quienes marcan el ritmo son la pleamar y la bajamar.

Junto a la playa de Bon-Secours, está la de Môle, protegida de los vientos por el puerto, por lo que es ideal para nadar y muy popular en verano. De nuevo, el entorno, junto al centro histórico, es digno de alabanza. También cubre y descubre la marea el Fort National, otra joya marítima, levantada en 1689 por Vauban y Garangeau, a la que se le adivina su pasado épico. Despunta en la Grande Plage du Sillon, frente al malecón de Paramé, con las villas más hermosas de Saint-Maló, territorio este, por el contrario, de cometas y windsurf. La siguen las playas que te dejarán sin palabras. Las de la Hoguette y Rochebonne, llenando de arena este paraíso tan belle époque.
Andando por la costa de playa en playa
Todo en estas latitudes pasa por el mar. Y como no hace tanto calor, podrás echarte a andar costeando y pasando por lugares marinos en los que darte también el mejor baño. No te vamos a proponer que vayas de Saint-Malo al Mont Saint-Michel a pie, porque son 88 kilómetros, que pueden suponer cinco días, pero queda dicho. En cambio, sí ir, por ejemplo, de Saint Malo a Saint-Coulomb (14 km, unas cuatro horitas) por el trazado de la GR-34, eminentemente playero y salpicado del patrimonio breton. O de Saint-Coulomb a Cancale (6,5 km), de nuevo un rosario de playas salvajes, con una capilla enclavada en el mar por descubrir, la Chapelle du Verger, a donde iban rezar las esposas de los marineros.

Remojados y a salvo de las bochornosas temperaturas, al fin y al cabo esto es el norte, entramos a Saint-Malo por una de las seis puertas de sus portentosas murallas, dispuestos a recorrerlas. Son casi dos kilómetros de perímetro defensivo, concretamente 1.754 metros, protegiendo un casco antiguo que quedó devastado durante la Segunda Guerra Mundial, al haberse hecho las tropas alemanas fuertes en esta plaza, y hubo de ser reconstruido piedra a piedra. Hoy es un lugar de peregrinación turística porque francamente, de tan pintoresco como es, resulta irreal.
Qué ver en Saint-Malo, la Ciudad Corsaria
Ya una vez en el interior de la apodada, con todas las de la ley, Ciudad Corsaria, viajamos en el tiempo gracias a su castillo, de cuatro torres angulares rodeando la del homenaje, que es hoy el ayuntamiento. En Saint-Malo, todo invita a vivir la emoción de las grandes epopeyas marítimas. La de Jacques Cartier, el primer explorador francés en el Nuevo Mundo. La de los corsarios como Surcouf, que llevaron el nombre de la ciudad por todo el mundo. O la de los armadores, cuya gloria y poderío han quedado plasmados en sus casas, las conocidas como malouinières. Se multiplican entre los baluartes Saint Philippe y Saint-Louis.

A Saint-Malo se puede venir por su costa, que es impresionante, pero también por sus sobresalientes edificios. Otro de ellos es la catedral, que se empezó en el XII y no se terminó hasta el XVIII. Tampoco hay que perderse la Maison de la Duchesse Anne (s. XV). Ni la Maison des Poètes et des Écrivains (XVII), que, según se cuenta, fue construida por arquitectos navales con materiales de barcos. Ni la Chapelle Saint-Sauveur (XVIII), que anima el verano con sus grandes exposiciones. Y, extramuros ya, hay que admirar la Tour Solidor, triple torre del homenaje del siglo XIV que servía para controlar la navegación en el estuario del Rance. Otra maravilla en esta intrincada geografía marina.