
Ni Florencia, ni Roma: el mejor museo de escultura policromada está en Valladolid
El Museo Nacional de Escultura de Valladolid no solo atesora obras de arte de maestros como Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández o la Roldana. Además, ocupa tres de los edificios más insignes y bellos de la ciudad.
Valladolid siempre está ahí, tan palaciega, tan noble y tan discreta, esperando cortésmente al visitante para mostrarle su riquísimo legado. No hay que olvidar que aquí se desposaron los Reyes Católicos, vino al mundo su bisnieto Felipe II y vivieron nada menos que Cristóbal Colón y Cervantes. Esto nos llevaría al Palacio de los Vivero, al de Pimentel, a la calle del Rastro y a la Casa-Museo que lleva el nombre del descubridor, respectivamente.
Dejando a un lado todas estas maravillas, y su catedral, iniciada por Juan de Herrera, que diseñó las trazas de la última Colegiata de Valladolid en 1582 y que en 1596 adquirió el rango de Catedral, cuando Felipe II otorgó el título de Ciudad a la villa de Valladolid, nos disponemos a entrar en el que es el mejor museo de escultura de España. Y es más, uno de los mejores del mundo, capaz de rivalizar con los templos museísticos de grandes ciudades como Roma o Florencia.
El Museo Nacional de Escultura, creado por decreto de 29 de abril de 1933, nos devuelve al siglo XV y nos lleva hasta el XVIII, poniéndonos ante los ojos lo mejor de los grandes maestros españoles de la escultura en madera policromada. Retablos, sepulcros, sillerías, armarios de reliquias, pasos procesionales y figuras de bulto redondo, como relieves. Aquello que salió de los talleres de la escuela castellana, llenando de contenido el Renacimiento y el Barroco, con una función claramente devocional o litúrgica. Esto no quita, sin embargo, para que se defina como un museo del siglo XXI. “Interpretar el pasado y atender a las inquietudes del presente”, subrayan desde el propio centro.

Tres edificios emblemáticos
Y es que ni siquiera hay que traspasar el umbral para quedarse con la boca abierta de asombro, ya que despliega su rico conjunto patrimonial por tres de los edificios más insignes de la ciudad del Pisuerga.
De hecho, ocupa toda la vía peatonal de Cadenas de San Gregorio, constituyéndose como una verdadera calle-museo. En ella se alza precisamente el Colegio de San Gregorio, sede de la colección histórica. Un magnífico ejemplo de la arquitectura tardogótica del siglo XV, con fachada y patio conocidos por su refinada ornamentación, casi orfebrería. Curiosamente, aquí, sirva de anécdota, Orson Welles filmó el legendario baile de máscaras de la película Mister Arkadin.

Una vez dentro, y ante el riesgo de padecer el síndrome de Stendhal ante tanta belleza, se debe atender sin falta, por ejemplo, a El entierro de Cristo, obra maestra de Juan de Juni, escultor francés a quien se considera el fundador de la escuela escultórica de Valladolid junto al insigne Alonso Berruguete, igualmente presente.
También a La Piedad y El Cristo Yacente, de Gregorio Fernández, quien, como destaca el profesor Cristóbal Belda Navarro, supo poner “en perfecta armonía el deleite estético y la honda expresividad religiosa”. En la visita se van haciendo familiares los nombres de Felipe Bigarny (el Borgoñón), Pedro de Mena, Alonso Cano o Luisa Roldán, la Roldana, que llegó a lo más alto como artista rompiendo las barreras de género en pleno siglo XVII. Tanta imaginería aviva exponencialmente la imaginación.
Y eso que son solo algunas de las joyas que atesora esta institución centenaria que “preserva y difunde la colección más original, representativa y amplia de escultura española”, tal y como se presenta, teniendo a gala ser un lugar de divulgación del conocimiento que “aspira a ocupar un lugar preferente en el panorama museístico nacional e internacional”.
En frente del Colegio de San Gregorio, se ubica el Palacio de Villena, residencia nobiliaria del siglo XVI con un magnífico patio renacentista, que alberga la biblioteca, los talleres de restauración, el depósito, la sala de conferencias y, atención, el Belén Napolitano, el mayor de España y uno de los más valiosos de Europa con sus 620 figuras del siglo XVIII.

Y aún habría que adentrarse en la palaciega Casa del Sol, del XVI, y la adyacente iglesia de San Benito el Viejo, de la misma época, que es el privilegiado refugio de la colección del extinguido Museo Nacional de Reproducciones Artísticas.
Su gran nave, sobria, diáfana y pintada de blanco, a la manera de los renacentistas italianos, nos trae a la mente un templo clásico. Y en cierta manera lo es porque guarda copias de hitos de la Antigüedad de la talla de Laocoonte y sus Hijos, la Máscara de Agamenón o el Torso del Belvedere. Un escenario que suele acoger exposiciones de artistas modernos en diálogo con obras clásicas.
Más que escultura
Por si fuera poco, el Museo Nacional de Escultura va más allá de su nombre y custodia obras pictóricas de maestros como Jorge Inglés, Pedro Berruguete, Brueghel el Viejo, Rubens, Zurbarán o Luis Meléndez, además de un rico patrimonio documental y hasta arqueológico. Este último en el jardín, apelando a la memoria y exponiendo a cielo abierto los restos de la vieja morfología urbana del Valladolid antiguo.Esto es, arquerías y fachas renacentistas, escudos de casas nobles o fragmentos escultóricos de otros tiempos.
El propio Museo tiene su origen en la desamortización de Mendizábal, quedando instalado en 1842 en el Colegio de Santa Cruz para dar cobijo entonces a una colección de mil pinturas y unas doscientas esculturas.
De estos fondos nació en 1879 el Museo Provincial de Antigüedades, que después dio origen al actual, cuando, a instancias de Ricardo de Orueta, director general de Bellas Artes, la II República lo elevó a la categoría de Nacional y se trasladó al Colegio de San Gregorio, enriqueciéndolo con algunas de las obras del Museo del Prado.
Años más tarde, en 1998, y recién rehabilitado, se sumó el Palacio de Villena, destinado a las exposiciones temporales. Y en 2011 hizo lo propio la Casa del Sol, una ampliación que duplicó el volumen del Museo, pasando de 3.000 a 6.000 obras de arte. No hay que ir mucho más allá. Esta tríada artística es en sí misma todo un viaje.