Este es el hotel más artístico de Ámsterdam: acaba de abrir en un palacio del siglo XVII con vistas al canal
El antiguo Palacio de Justicia ha renacido como Rosewood Amsterdam, un hotel donde arte, historia y diseño holandés contemporáneo conviven frente al canal. Un nuevo icono de la ciudad.
Durante casi cuatro siglos, el Palacio de Justicia de Ámsterdam fue uno de esos lugares que imponían respeto incluso a los transeúntes. Su fachada solemne, de líneas clásicas y piedra pulida, formaba parte del paisaje cotidiano del canal Prinsengracht, pero nadie pensaba en entrar sin una buena razón. Hoy, esa misma puerta monumental recibe a un público muy distinto: viajeros con maletas silenciosas, coleccionistas de experiencias, estetas que buscan un tipo de lujo más sensato. En mayo de 2025, el edificio del siglo XVII ha reabierto convertido en el Rosewood Amsterdam, y la ciudad gana con ello no solo un hotel, sino una reinterpretación contemporánea de su propia historia.
La metamorfosis ha sido larga (más de una década de restauración) y minuciosa. Donde antes se dictaban veredictos, ahora suena el murmullo del bar y el tintineo de las copas de los huéspedes antes de lanzarse a visitar Ámsterdam; las celdas se han transformado en suites, las salas judiciales en espacios de lectura y los pasillos en una sucesión de obras de arte.
Lo que podría haber sido una operación de "maquillaje histórico" es en realidad un ejercicio de respeto. Piet Boon, el estudio holandés que firma los interiores, ha logrado algo poco frecuente: domesticar un edificio institucional sin restarle dignidad, combinando materiales nobles con un diseño sereno y contemporáneo que respira Ámsterdam por todos los costados.

Del Palacio de Justicia a hotel artístico
El resultado son 134 habitaciones y suites, con cinco grandes estancias que asoman al canal y las demás distribuidas alrededor del patio interior. El tono general rehúye la grandilocuencia. No hay dorados ni mármoles ostentosos: hay proporción, luz y texturas naturales. El interior se siente cálido, casi residencial, con detalles que revelan el pasado del edificio —las viejas puertas de madera, las escaleras monumentales, los techos altos— reinterpretados para un huésped que aprecia el lujo silencioso tanto como el diseño.
El gesto más simbólico de esta transformación lo firma el artista y diseñador Frederik Molenschot, autor de una monumental escultura de aluminio que, además, funciona como mostrador de conserjería. Decenas de piezas ensambladas a mano dan forma a una obra que parece flotar en el espacio y marca el tono de todo el proyecto.

Y lo mismo ocurre en el resto del hotel, donde las obras se integran en la vida diaria. Rosewood Amsterdam cuenta con una galería de exposiciones temporales, una biblioteca en la antigua sala del tribunal —ahora reconvertida en la Grand Library, con lecturas, charlas y pequeños encuentros culturales— y una máquina expendedora de esculturas que ya es leyenda local: el artista Casper Braat ha diseñado pequeñas piezas de mármol inspiradas en iconos de la ciudad (una paloma, un stroopwafel mordido, una bombilla roja, incluso un porro chapado en oro) que los huéspedes pueden comprar y llevarse como recuerdo.

Meterse en un buen jardín
El corazón del edificio lo ocupa De Tuin, el jardín interior diseñado por Piet Oudolf, uno de los paisajistas más influyentes del mundo y creador del High Line de Nueva York. Fiel a su filosofía del “nuevo naturalismo”, Oudolf ha diseñado un espacio que cambia con las estaciones y que no busca la perfección, sino la emoción del movimiento. Gramíneas, echináceas, salvias y helechos crean un paisaje que se transforma con la luz, el viento y el tiempo. En primavera explota en color, en verano ofrece sombra y frescura, en otoño se tiñe de dorado y en invierno muestra una belleza silenciosa.
Esa conexión con la naturaleza se prolonga en la mesa. El restaurante Eeuwen, dirigido por el chef argentino Federico Heinzmann, combina producto local con técnicas aprendidas en Asia. A su lado, el Lobby Lounge propone una versión elegante del salón doméstico, mientras que el bar Advocatuur —nombre que recuerda la función original del edificio— esconde una barra tipo speakeasy que sirve cócteles inspirados en la historia judicial y cultural de la ciudad. Su joya líquida es Provo, un jenever de producción propia que rinde homenaje al movimiento contracultural que revolucionó Ámsterdam en los sesenta.

El hotel completa su propuesta con el Asaya Spa, marca de la casa Rosewood, con piscina interior, gimnasio y cabinas de tratamiento. Todo diseñado con la misma sobriedad amable que domina el resto del proyecto. Nada resulta forzado, nada parece "de hotel": se trata de algo más cercano al bienestar que a la ostentación.

Arte, calma y un nuevo pulso para la ciudad
Rosewood Amsterdam, además de un alojamiento de cinco estrellas, es una declaración sobre cómo debe convivir el lujo con la historia y la cultura. En una ciudad que ha limitado drásticamente las nuevas construcciones hoteleras, abrir un proyecto así en pleno anillo de canales —Patrimonio Mundial por la UNESCO— es casi un acto de resistencia. El resultado no podría haber sido más equilibrado: ni excesivamente clásico, ni forzadamente moderno. Un edificio del siglo XVII que sigue pareciendo lo que siempre fue, pero que ahora se vive de otra manera.
Quedarse unos días aquí es una forma de entender el alma de Ámsterdam sin salir del centro: desde el desayuno junto al patio hasta un baño nocturno en la piscina, todo tiene la cadencia justa. Es el tipo de lujo que se reconoce más por lo que calla que por lo que exhibe.

Para alargar la estancia en Ámsterdam
Aunque el hotel invita a no salir, conviene hacerlo, ¡estás en Amsterdam! A cinco minutos andando está Huis Marseille, uno de los museos de fotografía más interesantes de Europa, instalado en dos casas del siglo XVII con exposiciones íntimas y siempre inteligentes. Un poco más lejos, el Moco Museum sigue renovando el discurso del arte contemporáneo con nombres como Banksy, Kusama o Basquiat en clave accesible, mientras que ArtZuid, la bienal de escultura al aire libre, convierte el sur de la ciudad en un paseo entre obras monumentales.
Para un día más alternativo, basta con cruzar el IJ en el ferry gratuito hacia Noord, donde antiguos astilleros se han convertido en laboratorios creativos, cafeterías construidas con materiales reciclados y galerías que abren sin previo aviso. Es el reverso relajado del centro histórico, con una energía más libre, casi experimental. Y, por supuesto, no te olvides del mercado de flores más espectacular de Europa.
