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Es el mercadillo navideño más bonito y artístico de Europa: está en el norte de España
El pueblo más bonito del Algarve está frente a la ría Formosa y es ideal para visitar en invierno
Un pequeño pueblo blanquísimo frente al Parque Natural da Ria Formosa y el Atlántico. Así es Cacela Velha, desplegando todo su encanto entre islas, dunas, salinas y marismas. El Algarve, al sur de Portugal, también es para el otoño-invierno.
Podría estar en Cádiz perfectamente, en una de esas playas infinitas de arena, que es casi harina, donde se ven los mejores atardeceres. O en la más cercana Huelva, con la ruta de senderismo más bonita de Andalucía. Pero Cacela Velha se halla en el Algarve portugués, que suena igualmente a ancho mar y todo horizonte. En especial a eso, a inmensidad. Y a fado por las tabernas.
Si Azenhas do Mar es un pueblo blanco sobre un acantilado en las proximidades de Sintra, a Cacela-Velha lo tenemos en una elevación frente a las islas de la ría Formosa y el océano. Una aldea impresionantemente bonita, de apenas cuatro calles empedradas, acompasándose armónicamente con el agua y las arenas.
Todo lo que puedes ver en Cacela Velha
A solo veintidós kilómetros, por cierto, de nuestro Ayamonte, y apenas a trece de Vila Real de Santo António, a la vera del Guadiana, que separa por el sur, y también une, a España y Portugal. Fue, al parecer, punto de escala de navegantes griegos y fenicios, antes de que los romanos la hicieran base militar durante el Imperio. Y alcanzó su máximo esplendor durante el periodo islámico, cuando adquirió gran relevancia estratégica por su emplazamiento a la entrada de la ría. Para más tarde despoblarse ante los recurrentes ataques de piratas, que hicieron que sus habitantes buscaran refugio tierra adentro.

Hoy cuesta imaginar este ajetreado, y a veces violento, pasado en medio de semejante paz. Pero ayudan a hacer memoria la Casa de la Misericordia (siglo XIII); la iglesia de origen medieval, remodelada en los siglos XVI y XVIII, que luce portada renacentista y retablo neoclásico; la fortaleza del XVI, reconstruida tras el terremoto de 1755; las Casas de la Cámara (XVI), y las casas de una sola planta que dan fe de la arquitectura tradicional algarveña. Son tan inspiradoras como las de Costa Nova, al ladito de Aveiro, la Venecia portuguesa cerca de Oporto. Aunque estas no a rayas, sino en blanco y azul, muy marineras.
Así es el humedal más grande del sur de Portugal
La aldea en su conjunto, casi circular, no podía ser más pintoresca. También porque el entorno que la abriga es de una belleza casi virginal, inalterada. Más allá del mar -o mejor dicho, más acá-, el protegidísimo Parque Natural da Ria Formosa se extiende a lo largo de sesenta kilómetros, entre la península de Anção y Manta Rota, repartidos entre los municipios de Loulé, Faro, Olhão, Tavira y Vila Real de Santo António, al que pertenece Cacela. Todos a considerar a la hora de prolongar el viaje, a ser posible hasta el final, que puede ser el principio. O sea, el Cabo de San Vicente.

Vaya por delante que es el humedal más grande del sur de Portugal, que alberga una gran diversidad de hábitats y compone, por consiguiente, una estampa idílica. Un santuario de vida salvaje. Islas de barrera, bancos de arena, dunas, salinas, lagunas de agua dulce y salada, riachuelos y hasta bosques de pinos, donde antes hubo olivos y algarrobos, más zonas agrícolas.
Aquí pasan el invierno las aves procedentes del norte y el centro de Europa, además de estar en las rutas migratorias y dar cobijo a una especie tan rara como el calamón, con plumaje azul y negro, y pico y escudo frontal rojos, que se ha convertido en el símbolo del parque. Aunque hay otro habitante curioso más, el camaleón, y en las aguas, el caballito de mar, el muy literario hipocampo.
Dos penínsulas, cinco islas y la pleamar
Formosa está separada del Atlántico por un sistema de lagunas con dos penínsulas, la de Andâo y la de Cacela, una en cada extremo, y cinco islas, Barreta, Culatra, Armona, Tavira y Cabanas, a las que llegan las barcazas usadas tradicionalmente para la pesca del atún y otras. Gracias a ellas se puede circular en pleamar. Aunque el gran viaje por la ría se hace desde Tavira.
Todas las poblaciones en torno a Formosa han vivido desde siempre de la pesca, la extracción de sal y el marisqueo, lo que luego se traslada a la mesa, realzando su gastronomía. Y desde mediados del siglo XX, de la acuicultura y el turismo, primero enfocado en el clásico combo sol y playa, y después en la observación de aves, las caminatas, las travesías en barco, los deportes náuticos y otras actividades de recreo y ocio, entre las que sobresale el golf.

Que sepan los más valientes que las aguas de la ría suelen ser cálidas, en torno a los 20 grados, por si se tercia un baño, y que aquí se practica la vida lenta. Y esto vale lo mismo para la playa de Ancâo, un arenal inmenso, en la otra punta con respecto a Cacela, ideal para largos paseos otoñales. O para la Ilha da Barreta, un paraíso salvaje al que solo se llega embarcándose, como acostumbra a pasar aquí, desde la capital de la región, Faro. Y donde se localiza el punto más meridional del Portugal continental, el cabo de Santa María.
Sumamos la Ilha da Fuseta, igualmente paradisiaca, que tiene el reclamo del pequeño pueblo encantador con casitas de pescadores y restaurantes que, como en Cacela, saben a marisco recién cogido. Acercándonos ya a nuestro destino está la playa de Cabanas de Tavira, a la que se accede también en barca desde la aldea de Cabanas. Todo más apetitoso aún fuera de temporada. Con ese otro color del otoño-invierno.