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Es la ciudad más bonita de Portugal: está muy cerca de Lisboa y es Patrimonio de la Humanidad
Évora es bella, se mire como se mire. Desde su teatro romano a su catedral, pasando por la iglesia de San Juan Evangelista, colmada de azulejos. Portugal nos enamora.
Podemos considerarnos afortunados solo por tenerla tan a mano. Esta es una escapada muy cerca de Madrid, y aún más cerca de ciudades como Badajoz. Hablamos de la bella Évora, esa ciudad portuguesa situada en el ya de por sí bello Alentejo interior. Dejaremos por ahora el de la costa. No es de extrañar que se la llame "ciudad-museo". Ni que la Unesco la declarara, ya en los años ochenta, Patrimonio de la Humanidad.
Su muralla medieval, el entramado de sus calles adoquinadas muy a la portuguesa y los monumentos históricos que la ornamentan son de despertar suspiros, sobre todo cuando el blanco nuclear de sus fachadas se encuentra con la piedra. Piedra que se hace apoteósica en lo que queda del templo de Diana, del siglo I a.C., aunque lo más probable es que se construyera en el foro a la mayor gloria de César Augusto, venerado como una divinidad, y no de la diosa cazadora, que le da nombre a raíz de una muy posterior leyenda.
Un templo romano y una de las iglesias más bellas del mundo
Ante sus columnas estriadas de granito rematadas con capiteles corintios de mármol del cercano Estremoz es fácil revivir el esplendor del Imperio romano. Al parecer, en sus mejores tiempos tuvo un estanque en el que mirarse. Cuánto le debemos a la arqueología y al romanticismo, avivando de oficio siempre la pasión por las ruinas. Fue destruido por las invasiones bárbaras y tapiado en el Medievo, sirviendo hasta de matadero.

Este templo romano es un excelente punto de partida para adentrarse en los caminos evorenses. Lo custodia un exuberante jardín que también lleva el nombre de la diosa melliza de Apolo, que los griegos llamaron Ártemis, así como la Pousada Convento Évora, también conocida como Pousada dos Lóios, un edificio restaurado en blanco y amarillo del siglo XV que fue el convento de San Juan Evangelista.
No hay que perderse por nada del mundo la iglesia del mismo nombre, propiedad del Palacio de Cadaval, uno de los templos privados más bellos de Portugal. Basta ver su fachada gótica y su nave cubierta de paneles de azulejos pintados a mano en 1711 por António de Oliveira, el gran azulejista portugués. Y en la sacristía los hay aún más antiguos. Estamos de enhorabuena, pues es justo lo que queremos admirar cuando nos dejamos caer por el país vecino. ¡Azulejos! Hay mucha Évora más allá del templo de Diana y su catedral gótica.
Por qué Évora es Patrimonio de la Humanidad
En cuanto al mencionado palacio, se construyó sobre las ruinas de un castillo árabe; es toda una lección de historia, como suele suceder, y exhibe una curiosa mezcla arquitectónica de mudéjar, gótico y manuelino, entre sus dos jardines interiores. Está rematado con almenas y lo flanquean dos soberbias torres. Una residencia señorial en toda regla de la que aún siguen disfrutando los actuales duques de Cadaval y que se alquila para eventos privados.

En diálogo permanente con el templo romano, en el Largo do Conde de Vila Flor, se alza no menos imponente el Palacio de la Inquisición, hoy, afortunadamente, Centro de Arte y Cultura de la Fundación Eugénio de Almeida, concebido para "la creación, la mediación, el disfrute y la difusión de las prácticas artísticas marcadas por las inquietudes de nuestro tiempo".
A su lado, las Casas Pintadas, que a finales del siglo XVI sirvieron para albergar a los jueces del Santo Oficio, y que lucen un conjunto impresionante de frescos de esa época en la galería y el oratorio contiguo, que integran el jardín. Un ejemplo único de pintura mural palaciega.
Una Capilla de los Huesos entre sus múltiples monumentos
Dichas casas, que es posible visitar con guía, fueron escenario teatral, hasta que el mismo Vasco Maria Eugénio de Almeida que da nombre a la fundación las adquirió hacia 1960 y las adaptó como residencia de los jesuitas. Y no fue este el hogar, según reza la leyenda, del célebre navegante Vasco de Gama, el primero que llegó a la India por mar, que sí fue vecino de la misma calle.

Ahora entendemos por qué los reyes de Portugal hicieron de esta ciudad su lugar de residencia. Y eso que no hemos hablado aún de su universidad, nacida en el XVI e igualmente esplendorosa. Ni de la Praça do Giraldo, auténtico corazón de Évora, con sus arcadas dando cobijo a cafés, terrazas, tiendas y demás, donde convergen ocho calles y se levanta la iglesia de San Antonio. Ni de la peatonal Rua Cinco de Outubro, arteria abarrotada de comercios. Ni del Palacio de Don Manuel dentro del jardín Público, la iglesia de Gracia o la de San Francisco, con su famosa Capilla de los Huesos, donde se nos recuerda que estamos aquí de paso. En el mundo, no en Évora, que también.
Ni hemos gozado todavía de otra obra cumbre, la catedral, la mayor de Portugal, que hace las veces de faro para no perderse con sus insólitas torres cónicas. Empezó siendo románica para florecer como gótica e inclinarse hacia el Renacimiento y el Barroco después. Como siempre, hay que circunvalarla por dentro y por fuera. Lo mismo que visitar su claustro y subir a sus torres. No hay quien dé más. Y en toda Évora pasa igual.