
Este es el pueblo más bonito de Mallorca: tiene vistas a la Tramontana
Entre piedras centenarias y naranjos perfumados, Fornalutx no solo es el pueblo más bonito de Mallorca. Además, resiste al turismo rápido y demuestra que el verdadero lujo es el tiempo que uno se toma para quedarse.
No, Fornalutx no es el típico pueblo costero mallorquín que uno se espera encontrar. El pueblo más bonito de Mallorca no tiene playa, ni sombrillas, ni paellas en terrazas con mar de fondo. Pero lo que sí tiene —y en grandes cantidades— es carácter, historia y una localización envidiable: en plena Sierra de Tramuntana, a unos 40 minutos de Palma en coche, y a solo 7 kilómetros de Sóller.
Pegado a la montaña y rodeado de bancales de olivos, Fornalutx parece más un pueblo suizo de piedra dorada que una estampa mediterránea tradicional. Su aspecto recuerda vagamente a ciertos pueblos de montaña del norte de Italia o incluso del Pirineo catalán, pero con un aire más templado, más silencioso y definitivamente más mallorquín.
No es casualidad que lo llamen el pueblo más bonito de España. Con poco más de 600 habitantes censados, calles adoquinadas, fachadas de piedra impecables y un nivel de conservación arquitectónica que sorprende, Fornalutx ha sido premiado varias veces por su cuidado del patrimonio. Aquí no hay cables a la vista, los letreros de los comercios son discretos y las casas siguen la estética tradicional de la isla. No se trata solo de belleza, sino de coherencia.
Calles que cuentan historias en Fornalutx
La arquitectura tradicional es uno de sus puntos fuertes. Las casas de piedra con tejados de teja árabe se han conservado con un rigor admirable, y la normativa local impide que la modernidad se cuele sin permiso. Nada de colores estridentes ni cristaleras fuera de contexto. Hasta los buzones parecen pensados por un diseñador nórdico con vocación rústica.
La plaza central, Plaça d’Espanya, actúa como epicentro emocional del pueblo. Un lugar pequeño, pero bien calibrado, donde el café se sirve sin prisas y los croissants conviven con las ensaïmades. Rodeada de naranjos y con la iglesia parroquial de fondo, es el sitio perfecto para quedarse viendo pasar la vida, que aquí, por suerte, discurre lento.

Caminos, cítricos y tranquilidad a medida
Sus calles son un laberinto amable de escaleras, cuestas y rincones mediterráneos. Cualquier paseo se convierte en un ejercicio de contemplación: fachadas cubiertas de buganvillas, ventanas con postigos de madera y gatos que posan como nadie para turistas.
La economía local sigue ligada a la agricultura, y en especial a los cítricos. Las naranjas y limones de Sóller y Fornalutx tienen denominación propia en el paladar de quienes las prueban. Si visitas el pueblo entre febrero y abril, verás los árboles rebosando fruta, y el aroma cítrico flotando en el aire como un ambientador natural de alta gama.
Si te apetece sudar un poco, hay rutas de senderismo para todos los niveles. Desde el pueblo puedes enlazar con caminos antiguos de piedra seca (como el GR-221), con vistas en cada curva. No se requiere ser un atleta, pero sí traer calzado cómodo y ganas de desconexión.

Dónde quedarse, qué comer y cuándo venir
A pesar de su fama, Fornalutx ha evitado convertirse en un parque temático del turismo rural. Hay alojamientos, sí, pero con control y personalidad. Desde hoteles boutique con encanto sobrio, como el Fornalutx Petit Hotel, alojado en una antigua casa del siglo XVII, hasta casas rurales encantadoras.
La gastronomía es otro de sus fuertes. No es un destino de alta cocina de fuegos artificiales, pero sí de sabores bien hechos. El pa amb oli, la sobrasada local, los quesos curados y, por supuesto, los dulces tradicionales como los robiols o las cocas se sirven con sabor a gloria. En Ca’n Antuna o Es Turo, por ejemplo, puedes comer en terrazas con vistas que deberían venir con advertencia: “podría querer quedarte a vivir”.
En cuanto a la mejor época para ir, la primavera y el otoño son perfectos: temperaturas suaves, naturaleza en su punto álgido y menos aglomeraciones. El verano es bonito, pero más caluroso y con más visitantes, sobre todo de Centroeuropa. Aun así, incluso en agosto, Fornalutx conserva ese algo de refugio que lo hace especial.
