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De Galway a Kilkee: esta ruta a orillas del mar tiene los paisajes más bellos de Irlanda
De Galway a Kilkee: esta ruta a orillas del Atlántico tiene los paisajes más espectaculares de Irlanda
Acaba de estrenarse un vuelo directo entre Madrid y Shannon, el punto de partida perfecto para descubrir el oeste de Irlanda: paisajes salvajes, pueblos costeros con carácter y carreteras para un viaje de infarto.
En Irlanda hay dos velocidades: la de Dublín o Cork, la segunda ciudad más poblada, donde la vida corre entre cafés, start-ups y literatura; y la del oeste, donde todo baja de ritmo. Esa parte más salvaje del país, moldeada por el Atlántico y por una historia dura, es también la más auténtica. Hasta ahora, llegar requería una escala o un rodeo, pero desde el 28 de octubre, el nuevo vuelo directo Madrid–Shannon pone este territorio a tiro de fin de semana largo.
Shannon, situado entre Limerick y Galway, es el punto de entrada natural a la Wild Atlantic Way, una de las rutas costeras más espectaculares del mundo: 2.500 kilómetros de carretera que recorren el litoral occidental del país. No hace falta hacerlo entero —aunque hay quien se atreve—. En tres o cuatro días se puede explorar una parte que concentra casi todo lo que hace especial a Irlanda: acantilados imposibles, playas desiertas, faros, pueblos donde la música tradicional sigue viva y una gastronomía local que merece la pena.

Galway: energía creativa junto al mar
A una hora de Shannon, Galway es la ciudad más animada del oeste. Tiene fama de universitaria, pero detrás de su aire bohemio hay una escena cultural potente: festivales, diseño, arte y una gastronomía que ha sabido reinventarse sin perder su identidad. En 2020 fue Capital Europea de la Cultura, y aunque la pandemia truncó parte del programa, la ciudad aprovechó ese impulso para renovar su oferta cultural y turística.
Para hacerse una idea del ambiente basta con caminar por Shop Street, donde los músicos callejeros se mezclan con los grupos de estudiantes y los viajeros curiosos. Lo mejor de Galway es su escala: todo está a pie y el plan más sensato es improvisar. Por la noche, los pubs se llenan de vida —Tig Coili, The Crane Bar y Taaffes Bar son apuestas seguras— con sesiones de música tradicional sin cartel ni horarios fijos.
En lo gastronómico, el restaurante Aniar, del chef JP McMahon, propone una versión contemporánea del recetario atlántico: mariscos de la bahía, vegetales fermentados, mantequilla casera. Una experiencia tan local que casi todo lo que llega al plato se ha cultivado o pescado en un radio de 50 kilómetros.
Para dormir, el The House Hotel mezcla diseño actual con el encanto del barrio latino, y si prefieres algo más clásico, el The Hardiman Hotel, frente a Eyre Square, conserva el aire elegante de los hoteles ferroviarios del siglo XIX.

De los acantilados de Moher a las Islas Aran
Desde Galway, la carretera hacia el sur lleva al condado de Clare y a uno de los paisajes más fotografiados del país: los Cliffs of Moher. Se extienden durante ocho kilómetros con alturas que alcanzan los 214 metros. En días despejados se ve incluso la isla de Inisheer. Conviene evitar las horas centrales y llegar temprano o al atardecer, cuando la luz cambia el tono del mar y hay muchos menos visitantes.
Pero este tramo de la Wild Atlantic Way ofrece mucho más que una foto perfecta. A pocos kilómetros está el Burren National Park, un territorio de piedra caliza único en Europa, donde crecen especies alpinas y mediterráneas lado a lado. Es uno de esos paisajes que parecen de otro planeta. Hay varias rutas señalizadas —la White Trail es ideal para un recorrido corto de unas dos horas— y centros de interpretación como el Burren Nature Sanctuary, que explican cómo la zona ha sido habitada durante más de 6.000 años.

En el pueblo de Doolin, considerado la cuna de la música tradicional, se puede combinar cultura y mar: desde su pequeño puerto salen los ferris hacia las Islas Aran, un archipiélago donde el tiempo tiene otro ritmo. En Inis Mór, la mayor de las tres, es imprescindible subir al fuerte de Dún Aonghasa, un yacimiento prehistórico al borde de un acantilado. Y en Inisheer, la más pequeña, puedes moverte en bicicleta o en carruaje tirado por caballos, como todavía hacen algunos locales.
De regreso, haz una parada en Vaughan’s Anchor Inn (Liscannor), un pub familiar convertido en destino gastronómico, famoso por su fish & chips con pescado recién traído del puerto.

Loop Head: la costa menos transitada
Más al sur, la península de Loop Head ofrece una alternativa menos masificada que Moher. Aquí las vistas son igual de espectaculares, pero sin aglomeraciones. El Loop Head Lighthouse, que sigue en funcionamiento desde el siglo XVII, puede visitarse y ofrece una panorámica de 360 grados del Atlántico. En días despejados se alcanza a ver el condado de Kerry.
La zona es ideal para quienes buscan un turismo más pausado: senderismo, observación de aves marinas y miradores naturales como Bridges of Ross, una serie de arcos de piedra tallados por el mar. No hay apenas señalización ni barandillas, lo que le da un aire genuinamente salvaje.

En el camino hacia el pueblo de Kilkee, la carretera bordea playas amplias donde es posible ver surfistas incluso en invierno. Allí se encuentra el Armada Hotel, uno de los alojamientos más recomendables de la ruta, con habitaciones que miran directamente al mar y un restaurante —Aileen’s— que trabaja con productores locales: mariscos de la bahía de Doonbeg, cordero de Clare o cerveza artesanal de la zona.
Si prefieres algo más íntimo, el Hotel Doolin, primer hotel con huella de carbono neutra en Irlanda, ofrece una experiencia sostenible sin renunciar al confort. Además, organiza rutas guiadas por la costa, talleres de cocina irlandesa y sesiones acústicas con músicos locales.
