
Malta como nunca lo habías visto: estos son los secretos mejor guardados por los locales
Malta no es solo sol y calas abarrotadas. En 2025, la isla esconde direcciones que sus habitantes se guardan como un secreto: desde bares diminutos hasta templos olvidados.
El problema de Malta, igual que ocurre con su hermana pequeña, la isla de Comino, es que muchos creen conocerla después de haber pasado tres días en La Valeta y dos en Gozo. Como quien se da por experto en cine tras ver El Padrino y Reservoir Dogs. La realidad es que la isla tiene capas, algunas bien enterradas bajo la arena del turismo rápido. Y ahí es donde los malteses se mueven con soltura, disfrutando de lugares que rara vez aparecen en la guía de bolsillo de los visitantes de crucero.
Además, Malta tiene un carácter peculiar: mezcla de Mediterráneo y pequeño plató barroco, con la huella británica todavía visible en las cabinas de teléfono y en las fish and chips shops que sobreviven al lado de trattorias familiares. Esa mezcla produce un terreno fértil para descubrir rincones donde el tiempo no va a la misma velocidad que en las playas más conocidas.
Bares donde caben diez personas (y todos se conocen)
Antes de lanzarse a explorar calas secretas, conviene empezar por la vida cotidiana. En La Valeta, lejos de las terrazas más fotografiadas, hay minúsculos bares donde apenas caben diez clientes. Se entra casi de lado, el suelo está gastado y la barra parece improvisada, pero las botellas de Kinnie (el refresco local, mezcla de naranja amarga y hierbas) están frías y el dueño conoce de memoria el pedido de cada vecino. Uno de esos lugares es Cafe Society, escondido en una escalinata. Por las noches improvisan música en directo sin cartel previo; basta dejarse caer.
Si uno quiere ir un paso más allá, los malteses recomiendan Sliema y Gżira para probar bares familiares que no han sucumbido a tendencias. Son locales con luz blanca, servilletas de papel y el mejor ftira (un pan local con relleno de atún, aceitunas y tomates secos). Comer uno en la barra, rodeado de jubilados que discuten sobre fútbol, es mucho más real que cualquier foto perfectamente capturada y editada en Blue Lagoon.

Senderos en Malta que parecen privados
Las playas de Malta pueden estar llenas en julio, pero eso no significa que no existan rincones casi vacíos. Los locales hablan con cariño de Fomm ir-Riħ, una cala rocosa a la que se accede bajando un sendero que parece hecho solo para cabras. No hay chiringuitos, ni hamacas, y por eso se mantiene auténtica
Otro de esos enclaves es Il-Ġnejna Bay, más accesible, aunque con la peculiaridad de que los malteses de la zona prefieren reunirse en las terrazas improvisadas sobre las rocas que en la propia arena. Una barbacoa portátil, vino casero y música baja: esa es la forma local de disfrutar de la costa.
Y para quienes viajen en 2025 con ganas de caminar, los acantilados de Dingli ofrecen rutas que cambian de color según la hora del día. Mientras los autobuses paran en el mirador principal, los habitantes de los pueblos cercanos saben que los senderos laterales llevan a vistas aún más espectaculares.

Templos sin focos ni colas
Malta es famosa por sus templos prehistóricos, pero la mayoría de turistas se quedan con Ħaġar Qim o Mnajdra, donde las visitas suelen parecer excursiones escolares. Los locales prefieren recomendar Ta’ Ħaġrat o Skorba, menos accesibles, pero con el encanto de lo que aún no está saturado.
También está la iglesia de Santa Marija ta’ Bubaqra, en un pequeño pueblo del sur, donde cada agosto los vecinos organizan una fiesta popular que apenas aparece en calendarios turísticos. El atractivo no es solo religioso: las calles se llenan de luces, banderolas y mesas comunales. Entrar en esa celebración es tener una entrada directa a la Malta más comunitaria.

Comer donde comen ellos
Si hay algo que los malteses disfrutan con pasión es la comida. Y aunque la isla empieza a ganar restaurantes de autor, lo más auténtico sigue siendo lo sencillo. En el pueblo pesquero de Marsaxlokk, lo habitual es ver a los visitantes concentrados en el mercado dominical. Pero si se va un martes o un miércoles, se descubre otra cara: mesas junto al agua, con platos de lampuki pie (empanada de pez dorado) o conejo estofado, el verdadero plato nacional.
En Mosta, una familia lleva generaciones sirviendo pastizzi, pequeños hojaldres rellenos de ricotta o guisantes, que cuestan menos de un euro y son parte del día a día local. El contraste de morder un pastizz crujiente mientras se observa la monumental Rotonda de Mosta resume bastante bien el estilo maltés: una mezcla improbable que funciona.