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Estas son las piscinas naturales más espectaculares del norte de España: están en la montaña, rodeadas de naturaleza
Te olvidarás de que querías ir a la playa cuando veas este paisaje de alta montaña. Con las piscinas que forman los ríos que bajan de las cumbres atravesando gargantas impresionantes. Y no hay que irse muy lejos, solo a León.
Es una de las comarcas históricas más tradicionales de León, donde ya nos enamoramos del paisaje mágico de los Ancares. Marcada por la presencia de sus ríos, además de destino preferente para el turismo de montaña, con rincones excepcionales como las Hoces de Vegacervera o las cuevas de Valporquero o Llamazares. La montaña leonesa siempre nos pone los dientes largos. Y si ofrece piscinas naturales, aún más.
Por sus alturas, por las muchas maneras en que la naturaleza reafirma su presencia y, por qué no decirlo, por los osos, que campan por aquí a sus anchas. Los Argüellos es, cómo no, Reserva de la Biosfera. Un entorno protegido perteneciente a la Red de Espacios Naturales de Castilla y León donde es fácil encontrar increíbles lugares de baño en los que el agua está, atención, ¡fría!
Piscinas naturales en la montaña leonesa
Y no nos hemos ido al norte de Europa, estamos a unas cuatro horas de Madrid. Quizá León, pese a sus múltiples joyas naturales, entre las que se encuentran 13 hitos geológicos, sea el gran desconocido. Hay simas y cuevas, hoces y gargantas, que dibujan un paisaje aderezado con piscinas naturales, como las de Vegacervera o Lugueros, donde poder darse el gran chapuzón del verano. Es la calidad y la temperatura de sus aguas, así como los grandiosos alrededores, lo que nos situará en esta otra reconfortante dimensión.

Vegacervera, en concreto, es famosa por sus hoces. Con la recompensa final, dos kilómetros después, de un baño en la playa fluvial que crea el río Torío, de la cuenca del Duero y el mayor afluente del Bernesga, a su paso por el propio pueblo después de haber esculpido el paisaje. Desde el ayuntamiento lo definen como "bravo en invierno y sosegado en verano. Y siempre de cristal, como todos los torrentes que se despeñan para ser sus afluentes".
Un paraíso para el baño, el pícnic y la fotografía
Todo se vuelve aquí más templado y acogedor. Además, está cuidadísimo. Así, se accede al río por unas escaleras de piedra en una de sus orillas, donde también hay mesas y bancos a la sombra de los árboles preparadas para el pícnic, un kiosco y un bar próximo, por si entraran las ganas tan veraniegas de tapear. Sin duda, uno de esos tesoros que esconde la montaña, entre cañones y desfiladeros espectaculares, y que querrán encontrar los que huyen del calor inmisericorde de la gran ciudad. Es la naturaleza sembrando tranquilidad.

Otro río de alta montaña que se amansa en una playa fluvial dentro de esta Reserva de la Biosfera es el Curueño. Lo hace en la localidad de Lugueros, perteneciente a Valdelugueros, a pocos kilómetros de su nacimiento en el Puerto de Vegarada, gracias a un dique que se coloca en verano y que hace posible bañarse con toda el sosiego del mundo, pero, eso sí, en una agua sorprendentemente refrescante.
No en vano procede de los neveros de Faro, en Redipuertas. Y un apunte literario: el escritor leonés Julio Llamazares llamó al Curueño "el río del olvido" en el libro en el que narró el viaje a pie que hizo en 1981 remontando su curso. Definió cuanto veía como "tan hermoso como sobrecogedor y tan espectacular como perturbador para el espíritu y el alma".

Se considera un verdadero oasis en calma de la Montaña Central de León, al que no le faltan las zonas ajardinadas donde tumbarse al sol, ni el merendero, ni el parque infantil ni el chiringuito. Créenos, no echarás de menos la playa. Cómo hacerlo si estarás a los pies de la emblemática peña Bodón, con sus 1.998 desafiantes metros y su nombre prerromano, y junto al puente romano de tres ojos y lomo de asno, que no hacen sino acentuar tanta belleza.
Y no es el único puente romano porque hay otro. También hubo calzada de los mismos tiempos. Cabe destacar que Lugueros fue destruido durante la guerra civil casi en su totalidad y hubo después que reconstruirlo. Pero nunca ha dejado de ser un remanso de paz y una inmersión, al fin, en la naturaleza.