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Santander, un lugar genuino donde disfrutar todo el año junto al mar
A orillas del Cantábrico, esta urbe de pasado marinero y la costa que bordea toda la región mantienen su esencia con imaginativas propuestas náuticas y una rica gastronomía local, que atraen al turista en busca de lugares auténticos y valiosas vivencias.
Santander, donde el viento marino susurra antiguos secretos, ha sido durante siglos testigo de la historia que atesoran las aguas de su bahía. Forma parte del selecto Club Association les Plus Belles Baies du Monde, un reconocimiento que destaca su belleza natural y su importancia ecológica.
En época romana, cuando las legiones se adentraban en la península ibérica, este enclave ya se perfilaba como un puerto estratégico. Aquí se libraron batallas, pero también amarraron pacíficos barcos mercantes que portaban remotas leyendas y riquezas de ultramar. Los navíos llegaban cargados de promesas de futuro y modernidad hasta la ciudad, que con el paso del tiempo se convirtió en importante astillero y, más tarde, en un vibrante destino cultural y de ocio. Hoy la urbe que alumbró sueños de exploradores y comerciantes se mece al ritmo de las olas. Metrópoli amable, auténtica y cosmopolita, invita a ser descubierta recorriendo su cincelado litoral.
Las propuestas de descanso y entretenimiento en Santander, al borde del mar, tienen una capacidad de seducción a la que es difícil resistirse, algo que no resulta casual, como explica su concejal de Turismo, Fran Arias: “Queremos profundizar en esta estrategia de turismo azul, centrada en el uso del patrimonio litoral más allá de la temporada estival con experiencias que generen valor y fomentando los entornos naturales”.
Hoy mantiene su esencia marinera, con un pujante puerto comercial y pesquero que convive con embarcaciones de recreo y otras propuestas personalizadas y disruptivas, perfectas para pasar un fin de semana en cualquier época del año.
Planes de agua
Santander y sus alrededores conforman un destino marítimo único, que despliega sus encantos con actividades fuera del circuito más transitado. Estas son algunas sugerencias para el viajero curioso.
Apuntarse a un safari nocturno. Cuando cae la oscuridad, los humedales de Costa Quebrada cobran una nueva vida, que vale la pena conocer en un recorrido personalizado. Una naturaleza apabullante y una fauna apenas intuida se vuelven, paradójicamente, más visibles que nunca. Aves nocturnas, ranas, erizos, estrellas de mar y otras criaturas, que encuentran en este entorno su hábitat natural, se dejan ver a la luz de la luna.
Contemplar las estrellas en alta mar. A bordo de un velero podrás experimentar una de las sensaciones más placenteras. A medida que la tripulación nos aleja de la marina desaparece la contaminación lumínica, lo que permite admirar el fulgor de la Vía Láctea y sus constelaciones. Mientras la noche va ganando terreno, es momento de aprovechar el conocimiento de los instructores para aprender a usar los instrumentos de astronavegación y surcar las aguas con la guía de los astros.
Una visita a los faros. A modo de guardianes de la costa, estas luminarias se alzan imponentes para otear el horizonte y ofrecer seguridad a quienes se aproximan a tierra firme. En los 174 kilómetros de costa que tiene Cantabria, hay nueve de estas edificaciones, que se distribuyen entre la desembocadura del río Deva, en el límite con Asturias, y la punta del Covarón, por el Este, en el límite con Vizcaya. Cabe destacar el faro del Cabo Mayor, el más antiguo, cuya torre primitiva fue construida en 1830, y cuyo haz de luz es el de más alcance, con 29 millas en tiempo medio.
Cabalgar las olas. El surf encuentra en las aguas de esta región un escenario de cine para profesionales y amateurs, con numerosas playas donde practicarlo, tanto en la capital como fuera. Las mareas vivas y los suaves vientos han convertido a estos arenales entre los mejores para esta actividad. Los municipios de Ribamontán al Mar, Suances, Noja y San Vicente de la Barquera cuentan, incluso, con playas y rompientes declarados Reserva Natural de Surf. Mención aparte merece el mítico certamen La Vaca Gigante –una de las cuatro pruebas de olas de más de seis metros que se celebran en el mundo–, que reúne en pleno invierno a miles de aficionados en La Cantera de Cueto para maravillarse con las proezas de los valientes que domestican con sus tablas la fiereza de un mar que golpea los acantilados. Todo un espectáculo de la naturaleza.
Entre la tierra y el mar
Dejando atrás el bullicio del centro de Santander, en la prolongación de la ciudad, nos adentramos en su senda costera, un tramo de litoral de 20 km de longitud. Un magnífico punto de partida, que te sumerge en la tierruca más desconocida y rural, teñida del encanto que procura la proximidad con la costa. Se puede iniciar el recorrido visitando el Faro de Cabo Mayor. Continuando este sendero natural, se alcanzan las playas del Bocal y Rosamunda, donde rompen con bravura las olas para solaz de los surfistas. Aunque quienes busquen otros placeres pueden encaminar sus pasos hacia la playa de la Maruca. Con sus barquitas amarradas en la ría de San Pedro del Mar, está festoneada de establecimientos hosteleros que preparan pescados de la zona. Más adelante, el islote de la Virgen del Mar, unido a tierra por una pasarela sobre las rocas, invita pasear por sus verdes prados y contemplar una de las mejores puestas de sol del litoral.
Desde este punto se entra de lleno en la majestuosa Costa Quebrada, que deja atrás la capital para transcurrir por siete localidades más, todas con sus propias particularidades y atractivos, pero con el denominador común del extraordinario valor de su litoral, cuyas estratificaciones fósiles se remontan a 125 millones de años atrás. Tanto es así que acaba de anunciarse que el próximo año formará parte de la Red Mundial de Geoparques de la Unesco. “Este reconocimiento catapulta nuestro prestigio como región con gran patrimonio natural” ha afirmado María José Sáenz de Buruaga, presidenta de Cantabria.
La Cantabria más seductora
La erosión marina y el paso de los siglos han convertido la Costa Quebrada en una combinación de imponentes acantilados, gigantescas rocas, islotes, diminutas penínsulas, idílicas calas y playas que se abren al mar Cantábrico. Un lugar donde uno se puede abandonar a contemplar el mar, hacer submarinismo, trail y otros deportes acuáticos o disfrutar con la fotografía paisajística.
En total 270 kilómetros cuadrados corresponden a áreas terrestres y 75 a áreas marinas circundantes, constituyendo un territorio perfectamente definido y homogéneo, desde el punto de vista geológico, geográfico, histórico, ambiental y paisajístico. Esta es la senda, casi de ciencia ficción, con la que maravillarse. Más allá de Santander, la Costa Quebrada se adentra en estos otros siete municipios.
Santa Cruz de Bezana. Tiene la formación arenosa más singular. La manera en la que el oleaje se curva y abraza la isla del Castro da lugar a la arqueada playa de Covachos y a un tómbolo, que se conectan con la costa en la bajamar.
Piélagos. Uno de los lugares más majestuosos, que alberga el Parque Natural de las Dunas de Liencres y la Catedral de la Costa Quebrada. La hilera de islotes, arcos y agujas ofrece un conjunto único, que ha alumbrado leyendas y mitos ancestrales.
Miengo. Hace 124 millones de años los sedimentos del delta de un antiguo río avanzaron sobre una plataforma costera y la sepultaron. Hoy la erosión marina muestra este proceso, al tiempo que crea en los limos un singular y peligroso acantilado y da forma a la playa de los Caballos.
Suances. Importante puerto pesquero en el siglo XII, hoy el paisaje ganadero llega hasta el borde del acantilado. Asomada al mar, se alza El Torco, una antigua fortificación que protegía la entrada a la ría de San Martín, hoy galería de arte.
Santillana del Mar. Villa de gran riqueza patrimonial, aquí se encuentran las cuevas de Altamira, Patrimonio Mundial de la Unesco, de las que es posible visitar su réplica y el museo. Y en su litoral más escarpado se esconde la bonita ermita de Santa Justa.
Camargo. La cueva del Pendo y la selva que la oculta son refugio plantas que requieren de condiciones especiales para sobrevivir. Un municipio con yacimientos prehistóricos, marismas y hasta un lago artificial, refugio de aves y zona de recreo.
Polanco. Este es un lugar para quienes se emocionan con los paisajes naturales. Su misterioso pozo Tremeo forma una laguna circular de origen kárstico que oculta especies animales y vegetales únicas.
Una gastronomía auténtica y sabrosa
Aquí el Cantábrico procura un festín de delicatessen, con una lonja donde llegan a diario pescados frescos y que se convierte en una despensa de manjares naturales. Más allá de sus exquisitas anchoas, que ocupan un merecido lugar de privilegio, la gastronomía montañesa hunde sus raíces en la tradición para exaltar sabores de la tierra y del mar con una visión actualizada: pescados a la plancha o en salsa marinera, gran variedad de moluscos y marisco, carne de vacuno autóctona, quesos, legumbres de kilómetro cero y postres añejos, como la quesada o el sobao.
Desde estrellas Michelin, como el restaurante Serbal o La Casona del Judío; con soles Repsol, como Cañadío o Bodega del Riojano, hasta establecimientos con marca propia, como Cadelo, Daría, Umma, Agua Salada o Querida Margarita, la lista de places to be es numerosa. Los que buscan bocados más informales tienen que perderse en las calles de Peñaherbosa, Cañadío o Tetuán.
Y fuera de la capital, vale la pena reservar en el triestrellado El Cenador de Amós, en Villaverde de Pontones, o en La Bicicleta, que sirve deliciosos menús degustación de platos de la zona interpretados de forma creativa en una casa solariega del siglo XVIII, en el pueblo de Hoznayo. El hotel El Oso, en Cosgaya, o La Cartería, en Cartes, son otras paradas obligadas para los que disfrutan con la buena cocina.
Timişoara, la primera ciudad libre de Rumanía, es una de las ciudades más bonitas de Rumanía, llena de casas de colores y monumentos espectaculares que merece la pena visitar.