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Un paseo por el Madrid imperial de Felipe II
¿El mejor plan para una escapada otoñal? Atravesar paisajes de otro tiempo, con San Lorenzo de El Escorial como epicentro, y adentrarse en un entorno lleno de atractivos para quien busca el valor de lo natural y lo auténtico. La experiencia se agranda a bordo de un vehículo a la altura de las circunstancias, como el KIA EV9.
Hubo un tiempo en el que desde la sierra de Guadarrama se regían los destinos de buena parte del mundo. El imperio español exhibía su poderío y esplendor con Felipe II. Su decisión de establecer la capital del reino en Madrid y de erigir en El Escorial la edificación más ambiciosa de su reinado marcaron para siempre el futuro de ambas localidades.
450 años después de aquellos acontecimientos trascendentales, es imposible no caminar sobre el suelo impoluto de la lonja del monasterio sin pensar en el extraordinario alcance de este gran centro de saber humanístico y de poder político y militar. Estas piedras son un libro abierto en granito, una invitación a descubrir este conjunto concebido como residencia regia, panteón real, monasterio, biblioteca, laboratorio de ciencias, jardín botánico y primera morada de muchas de las obras maestras que hoy alberga el museo del Prado.
Pero antes de llegar hasta aquí el viajero se habrá maravillado con el recorrido, especialmente si toma la ruta de montaña y le gustan las curvas (también está la opción, desde la capital, de coger la A6). A bordo del KIA EV9, un crossover 100% eléctrico, la conducción es fácil y placentera. La función I-Pedal permite controlar la velocidad, acelerar, desacelerar y parar con el pedal del acelerado, y sus sistemas de seguridad controlan hasta el mínimo detalle.
Este robusto SUV de siete plazas, 100% eléctrico, con 385 CV, llama la atención por su diseño, prestaciones y nivel de confort. Un todoterreno de líneas futuristas que le dota de una silueta muy reconocible. Sus generosas dimensiones quedan patentes en la amplitud interior. Los dos asientos delanteros son eléctricos de serie, además de calefactados y con masaje. Así podemos disfrutar de este trayecto y viajar como reyes, con la naturaleza en plenitud y ese estallido de colores amarillos, pardos y rojizos que tiñen la sierra en esta época.
Un recorrido que transcurre por pequeñas localidades y parajes tranquilos. Pueblos, cuyos habitantes, tierras y ganados sirvieron para abastecer el colosal proyecto, y modestas aldeas que cambiaron para siempre al convertirse en lugares de recreo o de paso de la Corte. Entre los primeros se encuentran Valdemorillo, Robledo de Chavela o Navalagamella. Entre las segundas, Guadarrama, Torrelodones o Galapagar. En todos se construyeron puentes, posadas y fuentes y floreció una pequeña industria hostelera que daba servicio a tan ilustres viajeros y que vale la pena conocer.
Seguir estas huellas es un viaje a lo largo de la historia y permite descubrir algunos tesoros escondidos en un hermoso tapiz de pastos y bosques alejados del bullicio. Se agradece el silencio, que se encarga de respetar el motor eléctrico del todoterreno en el que nos desplazamos, perfecto para transitar por estas comarcas y subir al monte Abantos, el pico con las mejores vistas del Real Monasterio.
Caminos regios
El pueblo de Guadarrama fue una de esas paradas de Austrias y Borbones, y esconde dos secretos gourmet que hoy son prescriptivos. Las croquetas de La Chimenea, un apreciado manjar que obliga a reservar con mucha antelación; y las gambas a la plancha de Sala, seguramente las más célebres de un lugar tan alejado del mar. Como las piedras del monasterio, estos bocados no defraudan y justifican de sobra una reposada parada.
Subidos de nuevo a bordo del vehículo, el paisaje que discurre entre Guadarrama y El Escorial, y que atraviesa la carretera M-600, ha cambiado poco en estos siglos. Las vallas de las antiguas fincas de caza del rey siguen ahí. Desde la carretera se vislumbra su extensión, ese paisaje de dehesa, ahora cotizado enclave de eventos, bodas y rodajes, como Campillo, Monesterio y El Jaral de la Mira.
En este último (propiedad de chef Mario Sandoval y sus hermanos), 120 hectáreas de pinos, encinas, robles, enebros y jaras se encuentra el huerto ecológico del biestrelleado restaurante madrileño Coque, que también cuenta con producción vacuna.
Y es que esta es zona de buena carne, de buena caza y de recetas tradicionales de cuchara. El restaurante El Charolés toma su nombre precisamente de una raza de vacuno y es uno de los más celebrados de la sierra. San Lorenzo de El Escorial, como núcleo principal del recorrido, ofrece la mejor y más variada oferta gastro de la ruta imperial. Montia, con una estrella Michelin, es la propuesta más vanguardista.
Además, conviene probar los helados de Los Valencianos y los polvorones Felipe II, que se pueden adquirir en La Carpetana, la mejor tienda gourmet de la zona. A media tarde se impone un chocolate con picatostes en el centenario y encantadoramente decadente hotel Miranda Suizo, un lugar que te retrotrae a otro tiempo. Lo mismo que las antiguas Cocheras del Rey, mandadas construir por Carlos III, que guardan un numeroso conjunto de piezas singulares.
Otra de las curiosidades de la zona es la huella de la arquitectura herreriana, estilo renacentista que toma nombre de Juan de Herrera, artífice del monasterio, y que la Corte subvencionó para embellecer los pueblos colindantes y crear cierta armonía estética. Algo que se observa en las iglesias de Valdemorillo y de Navalagamella o en Nuestra Señora de la Asunción, en Galapagar.
Aquí se encuentra también el Puente Nuevo. Mandado erigir por el monarca en 1582 sobre el río Guadarrama, cerca de Torrelodones, fue una obra decisiva para la época, pues abrió la ruta más directa a Madrid. Un broche para terminar este trazado… o continuar sin rumbo fijo en este coche con una autonomía de 528 kilómetros.
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