Turda, la ciudad de Rumanía que esconde bajo tierra un parque temático de otro mundo
Una de las salas más impactantes es la “Terezia”. Foto : Turdasalina.eu

Turda, la ciudad de Rumanía que esconde bajo tierra un parque temático de otro mundo

Bajo tierra, la mina de sal de Turda ha pasado de ser un espacio industrial olvidado a uno de los lugares más sorprendentes de Europa: un parque temático subterráneo con lagos de sal, atracciones y mucha historia.

Aleks Gallardo | Octubre 21, 2025

En los años 90, cuando Rumanía todavía lidiaba con las secuelas del comunismo, Turda apenas aparecía entre las opciones turísticas del país, como sí ocurría con sus ciudades más bonitas. Turda era simplemente un pueblo del distrito de Cluj con pasado minero y presente discreto, con un aire detenido en el tiempo. Hoy, sin embargo, la localidad ha encontrado una segunda vida bajo tierra: la Salina Turda.

Este complejo subterráneo no es una recreación ni un decorado, aunque pueda parecerlo, sino una mina de sal real, explotada desde la Edad Media y reconvertida en un espacio turístico difícil de clasificar. No es un museo al uso, tampoco un parque temático convencional, pero reúne algo de ambos. Hay barcas de remo para navegar en un lago salado a 120 metros bajo tierra, una noria futurista iluminada con leds, pistas de bolos, un anfiteatro y hasta mesas de ping-pong. Lo insólito es que todo esto convive con las cicatrices históricas de la minería: galerías excavadas a mano, túneles húmedos y paredes cristalizadas de sal.

Una experiencia única bajo el suelo de Turda

Visitar la Salina Turda es como entrar en otro mundo. Los descensos se hacen por escaleras o ascensores panorámicos que muestran la magnitud de las cavidades. Una de las salas más impactantes es la “Terezia”, con un lago natural de agua salada donde los visitantes pueden alquilar pequeñas barcas. El reflejo de la sal petrificada y las luces artificiales crean un escenario casi cinematográfico.

La mina se empezó a excavar en el siglo XVII, aunque se sabe que ya había explotaciones desde el siglo XIII. Durante siglos, fue uno de los principales centros de extracción de sal de Transilvania, un producto que equivalía a oro blanco en la economía medieval. Abandonada en 1932, sirvió como almacén de queso y refugio antiaéreo en la Segunda Guerra Mundial. Su reapertura en 2010, tras una inversión europea de más de seis millones de euros, la transformó en un modelo de regeneración patrimonial que atrae cada año a más de 600.000 visitantes.

Para los más interesados en la parte científica, la mina mantiene un microclima estable: 10-12 grados todo el año, humedad controlada y un aire rico en sales que muchos consideran beneficioso para problemas respiratorios. De hecho, la mina también funciona como sanatorio para terapias de haloterapia.

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La mina se empezó a excavar en el siglo XVII. Foto: Turdasalina.eu

Turda y su entorno cuando sales de la mina

Quedarse solo con la Salina sería injusto con Turda y su región. El pueblo tiene una atmósfera auténtica, sin la pulcritud excesiva de los destinos turísticos masificados. La plaza principal conserva un aire austrohúngaro, con edificios históricos que aún muestran cicatrices del tiempo. 

A media hora andando de la entrada de la salina se encuentra el desfiladero de Cheile Turzii, una garganta de piedra caliza que los locales usan para pasear o escalar. Son apenas unos cuatro kilómetros, pero la caminata regala otra cara de la región: naturaleza abrupta a pocos minutos de un pueblo minero.

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Las imponentes minas de sal. Foto: Turdasalina.eu

Desde Turda, la escapada más natural es hacia Cluj-Napoca. La ciudad, con casi medio millón de habitantes, se ha ganado fama de capital cultural de Transilvania. Aquí, lo interesante no está en los clichés turísticos, sino en los proyectos que los propios clujeños frecuentan. El café Olivo es uno de ellos: pionero en traer café de especialidad a Rumanía, ha formado a una generación de baristas y sirve tostados propios.

Una buena opción para cenar en Cluj es C’est la Vie Rooftop Restaurant, ubicado en la azotea de un edificio céntrico. Ofrece platos con influencias mediterráneas y japonesas, ingredientes frescos de la zona y una propuesta de ambiente cuidada con las mejores vistas a la ciudad. 

Quien busque llevarse un recuerdo diferente de Turda deben fijarse en los talleres que todavía trabajan con la sal local. No se trata de souvenirs típicos, sino de objetos pequeños: lámparas, piezas de mesa o bloques cristalizados que se compran directamente al artesano, sin intermediarios. Cada veta de sal conserva la huella de un recurso que sostuvo durante siglos la economía de Transilvania.

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El desfiladero de Cheile Turzii. Foto: Pexels

A menos de dos horas en coche aparece otra experiencia ligada a la sal, pero en la superficie: los lagos de Ocna Sibiului. Son antiguos pozos mineros colapsados que se llenaron de agua y hoy funcionan como baños termales. Durante el verano, familias enteras acuden a flotar en aguas cuya densidad supera la del mar, mientras que en invierno algunos hoteles cercanos organizan circuitos de bienestar alrededor de estas piscinas naturales.

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Restaurante con vistas C'est la vie Rooftop. Foto: C'est la vie Restaurant

Y si buscas la Transilvania de los vampiros…

Aunque Turda y Cluj muestran la versión más contemporánea y real de la región, es imposible ignorar el imaginario que Bram Stoker convirtió en universal. El turismo de “Drácula” mueve multitudes y, aunque en gran parte responde más a la literatura que a la historia, tiene su propio magnetismo. A poco más de dos horas en coche está el castillo de Bran. Su silueta encaramada a la roca y su interior repleto de pasadizos estrechos cumplen con lo que el visitante espera. El problema es que la relación con Vlad Tepes, el voivoda que inspiró a Drácula, es tenue: apenas pasó por allí y nunca residió en el castillo.

Quien prefiera un escenario menos teatral puede optar por el castillo de Corvin en Hunedoara, una de las fortalezas góticas más impresionantes de Europa del Este. Aquí no hay colmillos de plástico ni merchandising, sino un palacio medieval de verdad, con torres puntiagudas, puentes levadizos y murallas que transmiten mejor que cualquier novela el poder de las familias que lo habitaron. La visita es más tranquila y permite hacerse una idea más precisa de cómo eran los centros de poder en la Transilvania del siglo XV.

Y para quienes quieren rastrear al personaje histórico, la parada ineludible es Sighișoara, ciudad natal de Vlad Tepes. Su centro amurallado, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, conserva calles empedradas y torres defensivas. Allí no solo se entiende al hombre detrás del mito, sino también la Transilvania que vivió antes de convertirse en ficción universal.

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El conocido como Castillo de Drácula. Foto: Jorge Fernández (Unsplash)

TURIUM TIPS

Para dormir en Cluj, elige el Platinia Hotel que ofrece suites amplias con cocina y un pasaje gastronómico con varios restaurantes de autor. Una buena base para moverse por la región. 
Un café con historia: Olivo Coffee Roasters fue pionero en el café de especialidad en el país y sigue marcando el estándar de calidad en la ciudad.
Probar los vinos transilvanos: la bodega Liliac Winery, en Batoș, organiza visitas privadas con cata de sus blancos y espumosos, cada vez más demandados en Europa Central.
Relájate en aguas salinas: en Ocna Sibiului, los antiguos pozos convertidos en lagos termales permiten flotar con facilidad y ofrecen tratamientos específicos en centros de bienestar.