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Este es el santuario más fotogénico de Portugal: una joya barroca al final de una escalera monumental
El santuario del Bom Jesus do Monte es un espectáculo visual. Una escalinata barroca en zigzag de casi 600 peldaños en medio de un frondoso bosque y con jardines de ensueño.
Pocas experiencias estéticas hay tan estimulantes a pie de calle como pasar delante de una fachada cubierta de azulejos de las muchas que hay en Portugal. Un barroquismo cerámico en azul y blanco con toda la saudade, fado incluido, de este país que sacraliza las aceras y los hoteles más bonitos y devuelve la pompa de capillas y sacristías al peatón. Este goce stendhaliano se revive cuando se suben, o se bajan, las que son, a buen seguro, las escaleras más bellas de la península compartida, y puede que hasta del mundo entero. Las que llevan al Santuário do Bom Jesus do Monte. Además, elevándose por la que presume de ser la montaña sagrada más grandiosa y simbólica de Europa.
Aquí, al norte del Portugal, muy cerca de Braga y no lejos de Oporto, la arquitectura, de marcado carácter religioso, es barroca, rococó y neoclásica, pero especialmente, como ocurre en todo el país, lo primero. Ya atrajo a peregrinos allá por el siglo XIV, fecha en la que hubo una capilla, porque desde antiguo se relacionó con rituales de purificación, folclore, descanso y ocio.
Las escalinatas de los cinco sentidos y las tres virtudes
Pero su construcción tal y como la conocemos hoy responde a la tradición europea de los montes sagrados, que surgió a partir del Concilio de Trento (XVI), por influencia de San Carlos Borromeo y para hacer frente a la Reforma protestante. Se sacralizaron las colinas del Piamonte, caso de Belmonte, Domodossola o Varallo Sesia, y de la Lombardía, en Ossuccio y Varese. Y también esta, la del monte Espinho. Todas ellas, por descontado, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Fue Dom Rodrigo de Moura Teles, el que llaman "restaurador del Bom Jesus", quien se puso a la tarea de engrandecer el templo, que había sufrido variaciones previas, y embellecerlo con las escaleras, haciéndolo un destino paradisiaco. Primero, el Escadório do Pórtico y luego el Escadório dos Cinco Sentidos, más las capillas de las estaciones del Vía Crucis. Pero rápidamente, ante la grandísima afluencia de fieles, algo que aún pasa, se quedó pequeño y hubo la necesidad de reformarlo, con lo que se acometió un nuevo proyecto, cuya primera piedra se puso en 1784, ya con otro arzobispo, Dom Gaspar de Bragança. Fue entonces cuando se añadió el Escadório das Virtudes.
Capillas, estatuas y fuentes llenas de simbolismo
Así quedó completada la fabulosa escalinata, casi un sueño (y dibujo) de Escher, ascendiendo en zigzag y salvando un desnivel de 116 metros desde el pórtico hasta el cementerio, con más de quinientos escalones de granito en total, de capilla en capilla, con fuentes y miradores espectaculares. La de los Cinco Sentidos está adornada con quince estatuas de personajes bíblicos en sus parapetos y con cinco fuentes alegóricas, que representan lo sensorial, en los rellanos. Mientras se sube, uno no puede dejar de maravillarse.

Siguen las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, necesarias para entrar en el templo, y con la virtud como camino de la felicidad representado en este Escadório, el más reciente (1837). Ya no reinan los sentidos, sino la inspiración y la reflexión. Del barroco se pasa al neoclasicismo, sin que falten las fuentes ni las esculturas. Así es como se llega a la cumbre, el Largo do Pelicano, un patio elíptico ajardinado que separa la última escalera del atrio de la iglesia. Uno de los jardines más señalados y bonitos de Portugal.
Y, por fin, el santuario, diseñado por el ingeniero y arquitecto militar Carlos Amarante. De líneas sobrias, clásicas en los frisos y molduras. Desde el propio Bom Jesús lo definen como "un complejo religioso, un resort cautivador e idílico, un lugar de fe, una obra de arte en diálogo con el paisaje y la naturaleza circundante". Porque, aunque no se vea a la luz de la religión, el conjunto es, francamente, soberbio, lleno de elementos arquitectónicos que lo hacen así de sobresaliente. Lo sagrado y lo profano dándose la mano y con el barroco marcando el tiempo de celebración.
Bom Jesus do Monte, toda una experiencia estética
En resumidas cuentas, la escalinata, de una belleza escénica que arrebata, fue construida a lo largo de los siglos, respondiendo a una voluntad evangelizadora pero también estética. Así que es un obligado lugar de peregrinaje, al estilo del Mont Sant-Michel. Ya el sitio es una maravilla, el cerro del Espinho, dominando Braga, entre frondosos bosques y rodeado de un parque. De hecho, para alcanzar tan elevada cima, en todos los sentidos, se construyó el Elevador do Bom Jesus. Por cierto, el primer funicular de la península ibérica, de 1882.

Además, la noble y elegante arquitectura del santuario creó escuela, encontrándose un alumno aplicado con resultados magníficos en Lamego, a unos 140 kilómetros al sur y hacia el interior. Concretamente, el Santuário dos Remédios, de una belleza también inusitada. Y otro, allende los mares, en una colina del Maranhâo, en el municipio brasileño de Congonhas, estado de Minas Gerais. Se trata del Bom Jesus de Matosinhos, construido a imagen y semejanza del de Braga y también en varias etapas (XVIII y XIX).