Esta aldea del Alentejo portugués está a cinco horas de Madrid y es perfecta para pasar el puente de diciembre
Brotas es el típico pueblo que uno se quiere encontrar. Más en Navidad. Pequeño, tranquilo, de calles empedradas y casas encaladas en blanco y azul. Además, con un santuario magnífico y muy portugués. O, mejor dicho, alentejano.
La aldea de Brotas tiene todo el encanto del blanco y el azul, que lo hacen marinero aun sin serlo. Esta freguesia portuguesa del concelho de Mora, en el distrito de Évora, joya Patrimonio de la Humanidad muy cerca de Lisboa, resume bien lo que es el Alentejo, el de interior. Esa tierra más allá del Tajo. Le pasa lo mismo a muchos de los pueblos, por no decir todos, de su alrededor. Entrar en Brotas te pone en contacto con lo más auténtico de Portugal. Sensación que se tiene en el Santuário del Bom Jesus do Monte (Braga), una joya barroca al final de una escalera monumental, ya en el norte.
Un santuario de romería que fue El Rocío portugués
Este pequeño pueblo alentejano apenas cuenta con medio millar de habitantes, lo que hace que sea un lugar habitado por el silencio y la tranquilidad, que salvaguardan sus calles empedradas, su cuidada estética y, sobre todo, el Santuário de Nossa Senhora de Brotas, un complejo religioso que gozó de una enorme popularidad allá por el XVI.
Una época en que lo rodeaban las propias casas de los romeros, como pasa en la no muy lejana aldea de El Rocío, en el municipio de Almonte. Por fuera resulta precioso por su singularidad arquitectónica, entremezclando lo barroco y lo manuelino, e introduciendo el amoroso juego de la piedra y la pintura blanquiazul. Pero es que por dentro muestra la desinhibición de sus paneles de azulejos, policromados y de los siglos XVI y XVIII.

Al templo no le faltan las leyendas, o habría que decir milagros. Al parecer, se construyó en el XVI en agradecimiento a la Virgen por la supervivencia de una niña huérfana de madre. Una devoción que desde entonces, tiempos de espumoso fervor popular, no paró de crecer hasta propagarse por todo el país y hasta fuera de él. Basta pensar que la primera iglesia levantada por los portugueses en India fue la dedicada a Nuestra Señora de Brotas, y que en Brasil hay una diócesis con su nombre. Para dar con la otra intervención mariana, hay que remontarse, sin embargo, a comienzos del XV.
La leyenda del pastor, la Virgen y la vaca
Ocurrió mientras un pastor trataba de desollar una vaca muerta, que se había precipitado hasta el fondo del barranco mientras estaba pastando. Fue entonces cuando se le apareció la Virgen con el Niño y le encomendó que en ese mismo lugar construyera un templo en veneración de su imagen, que talló allí mismo a partir del hueso de la pierna del animal, que ya había sido amputado. Lo mejor se reserva para el final, porque, tras la divina aparición, el hombre constató que la vaca estaba viva y todos sus miembros intactos.

A raíz de este fenómeno sobrenatural, Brotas se llenó de romeros, sobre todo procedentes del Alentejo y de la península de Setúbal, que acudían en peregrinación a ver con sus propios ojos si no a Nuestra Señora, sí ese rincón ungido de santidad, y a elevar sus rezos al cielo. Y la afluencia fue tal que el culto a la Virgen se tuvo que realizar en el exterior, por lo que se construyó un adro, un espacio porticado a los pies del templo en torno al cual se congregaba la multitud de feligreses. Por cierto, una maravilla arquitectónica. Y, lo dicho anteriormente, el fervor se expandió allende los mares, pues no había barco soltando amarras que no portara la imagen de la Milagrosa.
De casas de peregrinos a casas rurales
Es aquí, girando en torno al santuario y a tono con estas calles de piedra, que tanto emociona pisar, estando saturados de asfalto como estamos, donde se alzan las Casas de Romaria, que las reseñamos no ya como alojamientos a tener en cuenta, que también, sino por lo pintorescas que son y lo mucho que subliman la arquitectura popular y la artesanía lugareña. Con una invitación muy de agradecer a apuntarse a un taller de pintura o de alfarería.

Lo mejor es que estas casas bajas de paredes encaladas, molduras de piedra y toque de color en sus puertas y ventanas, que se organizan a modo de anfiteatro al deslizarse hermosamente por la ladera, constituyen el germen del pueblo. Como señalábamos, nacieron vinculadas a Nuestra Señora de Brotas. Su nombre lo dice todo: Casas de Romaria, de peregrinación. De ahí que sus gestores jueguen la baza de ofrecer al viajero una estancia sosegada, apacible y todos los adjetivos que se le quieran poner, muy en comunión con el lugar.
Una oda a la tranquilidad y la artesanía
Es decir, lejos del bullicio de las grandes ciudades, conectando con las tradiciones y costumbres alentejanas. Y con la oda a la artesanía que es el pan de cada día en Portugal. Pensamos en las mantas de Mértola, las alfombras de Arraiolos, el trabajo en barro de Sâo Pedro do Corval o los muebles pintados de Redondo o Ferreira do Alentejo. Con estos últimos están decoradas las casas, reflejando el espíritu rural y atemporal de estos parajes.

Brotas, recordemos, está a diez minutos solo del pueblo madre, Mora; a unos cuarenta y cinco de Évora, y a poco más de una hora de Lisboa. Recordemos también que hay quien dice que Brotas se llama así porque nació junto a un manantial, simple y llanamente. Y que, además del santuario y el pintoresco urbanismo, destaca por la robusta Torre das Águias, un edificio de estilo manuelino coronado por pináculos y siguiendo el esquema de las casas-torre.
Dicha torre se eleva cuatro plantas, entre las que destaca la primera por su bóveda de crucería. La mandó levantar el aristócrata portugués Nuno Manuel, jefe de la guardia de D. Manuel I, en 1520 para los hidalgos que iban de cacería; está clasificada como monumento nacional, y se encuentra en la pedanía de Águias, que fue sede parroquial hasta 1535, cuando este honor pasó a ostentarlo Brotas.