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El castillo que parece francés pero está en Girona: tiene un casino y una iglesia gótica
El castillo que parece francés pero está en Girona: comparte jardines con un casino y una iglesia gótica
Tiene el porte de un château. No le faltan ni los suntuosos jardines, ni la bodega con solera, ni el lago. El Castell de Peralada es emblema no solo del Alto Ampurdán, sino del lujo. Un castillo del siglo XIV con un claustro gótico y una biblioteca magnífica, y al lado un campo de golf y un casino. Acaso la cuadratura del círculo.
El Castell de Peralada es una de las imágenes más emblemáticas del Alto Ampurdán, un castillo divino remitiendo a un viejo condado. Y está en una de las villas más nobles de la comarca, en medio de la plana, en el prelitoral. Anda a solo un paso de la Figueras de Dalí, tan amigo de las fortalezas. Esta, sin duda, habría colmado sobradamente sus deseos. Sobre todo, porque en sus cielos tiene lugar esa extraña conjunción de arte y aristocracia. La de sus torres almenadas reflejándose en un lago de los cisnes -pensamos en su "Leda Atómica", que es Gala con cisne-, que nos remite a Puigcerdà, con unos baños termales de invierno, por no decir directamente a la música.
Un castillo catalán que parece un château francés
Este castillo fue el centro del condado de Peralada, que tuvo su esplendor en la Edad Media, después de haber sido un pagus romano y anteriormente un poblado ibero amurallado. Lo administró, de hecho, Francesc Jofre de Rocabertí, a quien le fue concedido en el año 1599. Sin embargo, no es un castillo al uso, de los que abundan en nuestra geografía, como este en el que vivió Eugenia de Montijo, sino más bien un château, muy a la francesa, adivinándose en él grandes salones y rutilantes fiestas.

Fue levantado en el XIV siguiendo el canon del gótico y ya fuera de las murallas, tras ser destruido el anterior, y sirvió de residencia a los vizcondes de Rocabertí y los condes de Peralada. Su restauración a finales del XIX le dio el aspecto que luce, el perfecto escenario para el Festival Internacional de Música de Peralada, que se celebra cada verano. Y tiene a su lado el Convento del Carmen, que también forma parte del complejo, pues el terreno les fue cedido a los frailes por el mismísimo conde. Para el visitante, una auténtica sorpresa.
Una iglesia y un claustro góticos en un resort
A este convento carmelita pertenece la iglesia del XIV, aunque sometida a una importante restauración en el XIX para devolverla a su estado gótico original, tras haber sido "barroquizada" por la comunidad de religiosos. Fue en este proceso cuando apareció el bellísimo artesonado policromado. Sin olvidar el soberbio claustro, que hace aún más redonda la visita.

Estos muros esconden el Museo del Cristal y la Cerámica, con una de las colecciones privadas más importantes del mundo. Más de 2.500 piezas de cristal antiguo, que las hay hasta del Egipto faraónico, procedentes igual de Venecia que de Bohemia, Silesia o nuestra Granja de San Ildefonso, el palacio que ves en todas las series. Y no solo, también botijos, mancerinas, que se utilizaban en México para tomar chocolate caliente, y un largo etcétera. Se suma el Museo del Vino, donde estuvo la bodega de los frailes, con útiles de enorme curiosidad histórica. Aquí también el vino se empeña en alegrar el corazón de los hombres (y de las mujeres).
Una biblioteca muy cervantina con 100.000 ejemplares
Por si fuera poco, en el bautizado como Museu Castell, que es todo un resort, cabe igualmente una fabulosa biblioteca, que atesora unos 100.000 volúmenes, destacando una nutrida colección cervantina, con cerca de 5.000 ejemplares, de los cuales más de 1.000 son ediciones del Quijote, con traducciones a 33 lenguas distintas. Pero también códices miniados, manuscritos, más de 200 incunables, crónicas y otras exquisiteces bibliográficas.

Fuera, hacen las delicias de todos los visitantes los jardines (1877), diseñados por el arquitecto y paisajista franco-belga François Duvillers, que se extienden a lo largo y ancho de ocho hectáreas, con escaleras de adobe y piedra de río, bancos, estatuas, puentes, caminos sinuosos, un aviario habitado por faisanes y palomas, una gruta y una colonia de cigüeña blanca, gracias a un proyecto puesto en marcha con el Parque Natural de los Aiguamolls de l’Empordà, la ruta de senderismo más bonita del norte de España. El lago, sin embargo, es posterior (1909), así como el auditorio del festival.
La historia de un castillo único en el Alto Ampurdán
El conjunto monumental experimentó un cambio total cuando en 1923 lo adquirió Miguel Mateu Pla, con solo 25 años y el propósito de darle vida a su tradición enológica, que venía de lejos (XIV), tal y como está atestiguado en documentos conservados en la biblioteca. Eran los frailes quienes elaboraban el vino para el condado con la uva de los viñedos circundantes. Pero, además, este importante industrial catalán, hijo de un coleccionista, trasladó allí sus joyas; o sea, esculturas, retablos, pinturas, tapices, muebles o libros.

Si retrocedemos en el tiempo, nos damos de bruces con la desamortización de Mendizábal, que significó la marcha de los religiosos en el mismo 1835, y la llegada en torno a 1854 de los condes, tres hermanos procedentes de París, para recuperar sus propiedades e instalarse en el castillo, que unieron con un puente neoclásico. Lo transforman, como en un cuento de hadas, en un palacio a la moda francesa y encargan el diseño de los jardines a Duvillers. Hasta instalan una escuela gratuita para los niños del pueblo, donde hoy está el Museo del Cristal, trabajando incluso uno de ellos como profesor.
Un casino, dos restaurantes, un hotel y un campo de golf
Al morir sin descendencia, la heredad pasa al marqués de la Torre, quien falleció en 1923, momento en que se pone a a venta y lo compra Mateu Pla. A su muerte en 1972, su hija Carmen Mateu y su yerno Artur Suqué se hicieron cargo de la gestión y de la conservación de semejante patrimonio, cediéndoles el testigo después a sus descendientes, Isabel, Javier y Miguel. En este paraíso han encontrado el mejor de los cobijos dos restaurantes de altura; el afamado casino, con toque veneciano, en las antípodas de Las Vegas; un hotel de cinco estrellas, cómo no; un campo de golf y la ya icónica bodega.