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Este pueblo andaluz está en el parque natural más grande de España y tiene un castillo de vértigo
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Segura de la Sierra, en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, es el auténtico paraíso interior de Jaén. Por sus paisajes, su historia, su castillo y porque aquí pudo nacer Jorge Manrique, el poeta guerrero.
A Segura de la Sierra hay que ganárselo, y no lo pone fácil. Para conquistarlo hace falta adentrarse en la sierra que lleva su nombre y colocarse a 1.145 metros de altitud, que ya es elevación. Pero cuando se está allá arriba, como pasa siempre en las alturas, a uno le invade una cierta sensación de la plenitud, como pasa en el pueblo más alto de España. La poesía no la ponemos nosotros, sino su hijo más ilustre, el poeta guerrero Jorge Manrique, miembro de una de las familias más antiguas de la nobleza castellana, al que le debemos las "Coplas por la muerte de su padre".
Los pintorescos paisajes de Segura de la Sierra
Ya saben: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…", y demás. Hay quien dice que Manrique nació aquí, pero también quien sitúa su nacimiento en Paredes de Nava, en Palencia, provincia donde está la iglesia más antigua de España. Lo que sí está claro es que, en aquellos tiempos (s. XV), su padre era comendador de la Orden de Santiago en esta encomienda, y además su madre provenía de la cercana Beas de Segura. De hecho, en la llamada Casa de Jorge Manrique (XVI), con arco de medio punto, luce el escudo familiar materno junto a la Cruz de Santiago paterna. Pero doctores tiene la Iglesia.

En cualquier caso, ahí está el famoso literato en una imponente estatua nada más entrar a la villa, alzándose frente al impresionante entorno, como diciéndole al visitante que le esperan naturaleza, pero también historia y patrimonio. De hecho, está clasificado como paisaje pintoresco y conjunto histórico-artístico, en pleno Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, que se jacta de ser el más grande de España. Está lejos del mundanal ruido, a 121 kilómetros de Jaén capital y a unos 100 de Úbeda, ciudad Patrimonio de la Humanidad, pero, en cambio, en el corazón mismo de la serranía.
Una fuente imperial y un castillo majestuoso
Además, se trata de uno de los pueblos más bonitos y singulares de Andalucía. Nada que ver con los que destilan encanto muy cerca del mar, tipo Mojácar o Níjar, en Almería. Ni con Setenil de las Bodegas, el pueblo de Cádiz construido en la roca. Esta villa es netamente serrana, de callejuelas empinadas, estrechas y silenciosas, encaminándose hacia el castillo mudéjar, en su papel de eterno vigía, rodeado de lo que aún queda en pie de la muralla. Se respira un inconfundible aire de montaña, de balneario para desconectar de la rutina.

Se guarda sus ases en las mangas, como es la fuente imperial, blasonada con el escudo de Carlos V. Un monumento de transición del gótico al Renacimiento que no pasa desapercibido, ya que se alza majestuoso, como no podía ser de otro modo, junto a la iglesia de Nuestra Señora del Collado (XVI), que fue incendiada por las tropas napoleónicas y reconstruida entre 1814 y 1817. Atesora un Cristo yacente atribuido a Gregorio Fernández y una escultura gótica de la Virgen de la Peña con el Niño en brazos (XV) en alabastro, que en sus orígenes estaba policromada.
Segura de la Sierra y los caballeros de la Orden de Santiago
En cuanto a la fortaleza, luce tal y como la vemos gracias a sucesivas restauraciones desde los años sesenta, tras largos periodos de olvido y abandono. Se sabe que fue edificada sobre los restos de otro castillo por parte de la citada Orden de Santiago. Esta orden religiosa y militar, que nació en León en el siglo XII para proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y expulsar a los musulmanes en la Reconquista, lo elevó a centro de la Encomienda de Castilla, llegando a ser residencia del gran maestre en el último cuarto del XV, lo que nos devuelve a Jorge Manrique.

Y se sabe también que el patio de armas daba cobijo, como de costumbre, el aljibe, para recoger el agua de lluvia, lo mismo que una tahona y un horno, donde se molía el trigo y se hacía pan, que permitía disponer de suministros en caso de asedio. De otra parte, el adarve, pasillo elevado que rodea el patio y desde donde se hacía la vigilancia, también conocido como camino de ronda, estaba cubierto con madera y tejado a dos aguas. Lo que más impone, no obstante, es la torre del homenaje, con estancias interiores abovedadas, donde se guardaban las armas, había un molino de mano y se almacenaba la sal.
Las cuatro puertas de la muralla y los baños árabes
De las murallas todavía pueden verse algunos tramos, como el que rodea la parte baja del pueblo o el que sube desde la Puerta Nueva hacia el castillo. La Nueva, de la que queda el arco y un torreón, es solo una de las cuatro puertas de acceso a la localidad. ¿Las otras? La de Góntar, que conserva la torre, adosada a la plaza de toros; la de Catena, la mejor conservada, con arco apuntado, y la de Orcera, casi irreconocible. Además, como parte de la fortificación, estaban la Torre del Agua, que protegía un manantial que surtía de agua a la alcazaba, y la Torre de las Eras, que enlazaba con las murallas por abajo.

Hemos mencionado los Baños Árabes, y es otra de las sorpresas que depara Segura de la Sierra. Estos, en concreto, están compuestos por tres naves longitudinales, correspondientes a la salas fría, templada y caliente, esta última la más interior. Diferenciándose unas de otras con doble arco de herradura y bóveda de cañón con claraboyas. No se sabe con certeza de cuándo son, pero se cree que de los siglos XI y XII, coincidiendo con el mayor esplendor de la villa.