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Este es el hotel francés con encanto donde te tienes que tomar la magdalena de Proust
No es un hotel al uso ni un destino recurrente. Cabourg aún guarda el encanto de la Belle Époque y toda la exquisitez del París del mar. Es puro lujo normando y muy literario
En Cabourg te podrás dar el lujo de pernoctar en Le Grand Hôtel de la Plage, lujo de los buenos, y comer las famosas magdalenas, que además engordan el menú. Está, aviso a navegantes, a solo dos horas de París, en clave paralímpica estos días. No importa que no hayas sucumbido al encanto de los siete tomos de “En busca del tiempo perdido” ni te hayas paseado junto a “las muchachas en flor” por estos lares, lo cierto es que esta población es, como toda la Costa Florida (Côte Fleurie), embaucadora.
Pero antes, puedes visitar Combray (Illiers en realidad) y la casa en la que vivió Marcel Proust, de donde partía el camino de Swann y el de Guermantes, para después poner rumbo, no solo literario, a la costa de Normandía y arribar a Cabourg (Balbec en la “Recherche”), como el protagonista y su abuela.
No hay más que ver el emblemático Grand-Hôtel para comprobar el nivel de majestuosidad que tiene el lugar. Varado en la playa, imponente frente al mar con su arquitectura de principios de siglo y sus ecos de la Belle Époque, recuerda a ese otro ineludible que es el Des Bains del Lido, donde transcurre “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann (o Visconti, si nos ponemos cinematográficos).
El segundo tomo del ciclo proustiano, “A la sombra de las muchachas en flor”, el que tiene como escenario Balbec (Cabourg), se publicó en 1918, cuando el hotel llevaba ya once años en danza. Y todavía hoy acoge a una exquisita clientela que huye de París buscando la brisa y las caricias del mar y la arena; más el casino que el baño, sobre todo la cura termal y desde luego nada de chiringuito.
Bajando a tierra, Le Grand Hôtel Cabourg-Mgallery cuenta con 71 habitaciones, algunas con vistas al mar, otras asomadas a los colindantes jardines o las pintorescas villas del mismo Cabourg. Y hasta el restaurante gastronómico, donde se pueden degustar los productos locales, se llama Le Balbec en un evidente guiño a Proust, que visitó el hotel entre 1907 y 1914, ocupando la 414 y durmiendo, como cabía esperar, en una cama con dosel. Dicen que pasó aquí 500 noches.
En el bar La Belle Époque, además, uno puede revivir aquella época de bulevares, cafés y salones frecuentados por la naciente burguesía, así como en el GH Côte Plage, en primera línea de playa, empaparse de verano.
Para colmo, nuestro hotel es vecino del Casino de Cabourg, que es como decir Edith Piaf o Charles Aznavour. Y, al igual que este, está catalogado como monumento histórico, en el marco del prestigioso círculo Historic Hotels Worldwide, donde 300 son los elegidos. Nada más entrar, ya asoma el glamour de su cortinas, lámparas de araña, frescos de ninfas danzantes y columnas, mientras un piano se presta a hacer las delicias del viajero melómano y los grandes ventanales dejan ver casi impúdicamente el interior, como una pecera, que diría Marcel Proust. El verano aquí es aristocrático o no es.
Toca vagar por el paisaje que pintó Boudin, donde la elegancia no estaba reñida con la playa y siempre había una tienda de lona, por supuesto de rayas, para burlar al sol. Muy cerca, en Deauville, Coco Chanel vendía sus sombreros de ala ancha y su revolucionario estilo de “pescador”.
De pronto, todo se hacía al aire libre y con fondo de barcos. Pensemos en el bello puerto de Honfleur, que enamoró a Monet. Después, Deauville ha sido destino de cine: Robert De Niro, Sofia Coppola, George Clooney, Sharon Stone, Johnny Depp y, por descontado, Catherine Deneuve. Por algo se le llama el París marítimo, lo mismo que a Trouville, otra exquisitez.
Lo suyo es pasearse por el Promenade Marcel Proust, antes llamado Boulevard de l’Impératrice o Promenade des Anglais (igual que en Niza), admirando la arquitectura ecléctica y dejando descansar la vista en un horizonte marítimo infinito. Un recorrido de 3,6 km desde las dunas de Cap Cabourg hasta la playa Le Hôme-Varaville, y sin que se te meta, presumen, un granito de arena en el zapato. El paseo es peatonal, para ir a la última, todo muy chic y muy de “época bella”.
Aquí todo se torna hermoso y verano, como tocado por la gracia de Albertine, Gisèle, Andrée o Rosemunde; o sea, las “muchachas en flor”, las de mejillas doradas por el sol. Aquí, además, fue donde Proust conoció a Agostinelli, que no fue solo el chófer que le llevó a conocer los alrededores en el recién inventado automóvil; también era nuevo entonces el ascensor, otro lujo del hotel. Una vida de novela que hay que vivir (y recordar).
TURIUM TIPS
La Villa du Temps Retrouvé. Fue construida por y para Clément Parent. Su nieto, un tal Pierre, se hizo amigo de Proust, una de las razones por las que que hoy es un museo. En sus jardines hay una estatua del carismático escritor. Aloja exposiciones, visitas, charlas y lecturas en su honor y de la Belle Époque.
Houlgate, la villa “fleurie”. Te sorprenderá por sus magníficas e imprevisibles casas y sus casetas playeras salpicando el paseo marítimo. Era una de las favoritas de Proust y donde compraba flores con regularidad (hasta 32 veces están contadas); concretamente, en el mítico Lerossignol's, bautizado El Jardín de las Rosas. Otro famoso cliente fue el joyero Louis Cartier. Hoy solo queda el recuerdo (y un pequeño jardín).
Beuvron-en-Auge, parada obligada. Uno (otro) de los pueblos más bellos de Francia, a tener en cuenta por los campos de manzanas que lo envuelven y sus casas medievales, de entramado de madera, que son de cuento; arquitectura normanda del siglo XV. Está plagadito de pequeñas tiendas con encanto y productos locales.
Un día (o mejor, noche) en las carreras. El hipódromo es otro destino obligado. En verano, las carreras de caballos son nocturnas, como interpretadas por Chopin. Romanticismo normando asegurado. Se aderezan con conciertos, fuegos artificiales y noches temáticas. Para colmo, hay dos restaurantes.
Para “pajareros”. Muy cerca, en Merville-Franceville-Plage, se halla la reserva ornitológica de Gros Banc, en el bellísimo estuario del Orne, un lugar perfecto para la observación de aves. Está catalogado como espacio natural sensible (ENS), pero es de libre acceso. Habrá que estar, eso sí, atento a las mareas.
Grecia es mucho más que Mykonos y Santorini. Apuna estos nombres: Naxos, Paros, Milos, Koufonisia y Zakynthos. Hay una isla que tiene exactamente eso que buscas.