Este pueblo está a menos de una hora de Valencia: tiene la mejor horchata del mundo y es de estilo modernista
Los colores de Port Saplaya, Alboraya (Valencia). Foto : Pexels

Este pueblo está a menos de una hora de Valencia: tiene la mejor horchata del mundo y es de estilo modernista

En Alboraya se toma la horchata en vaso grande y sin prisas, pero no todo va de chufas: hay modernismo, un puerto colorido y rutas que aún huelen a huerta.

Aleks Gallardo | Septiembre 2, 2025

En Alboraya, el criterio para medir la calidad de vida es uno muy diferente al de otros lugares: ¿la horchata se sirve en vaso de cristal o de plástico? Porque aquí, si te la ponen en plástico, desconfía. En este pueblo limítrofe con Valencia, y perfectamente conectado en metro, bici o paseo largo si te alojas en sus mejores hoteles), la horchata no es una bebida de verano, sino una institución. Una que se cultiva, se enfría y se bebe todo el año, como quien va a misa o a comprar el pan.

Y sí, vale, lo de la horchata es importante. Pero lo curioso es que Alboraya es mucho más que un sitio donde se cultivan chufas y se sirven fartons. Lo sabías tú y lo sabían también los arquitectos modernistas de principios del XX, los marineros que colonizaron su puerto artificial hoy con fachadas color pastel y los urbanistas que aún no entienden cómo este pueblo ha sabido crecer sin perder del todo su alma de huerta.

Donde nació la horchata con fartons

Primero, lo obvio: la horchata. O mejor dicho, la orxata, con “x”, como se escribe aquí. El origen de esta bebida se remonta a tiempos antiguos, pero fue en la huerta de Alboraya donde encontró su clima, su tierra y su receta definitiva. La chufa, ese tubérculo pequeño con nombre simpático, crece bajo tierra y necesita mucho mimo. En los campos que aún se conservan en la zona de Vera o el Camí de la Mar, puedes ver a agricultores que siguen cultivándola con métodos tradicionales.

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Los riquísimos fartons con horchata de Daniel. Foto: Horchatería Daniel

Uno de los templos de esta cultura líquida es Horchatería Daniel, abierta desde 1949. Aquí no se viene por postureo ni por tendencias: se viene por oficio. Es la clásica terraza de los domingos, donde hay familias enteras que llevan cinco generaciones pidiendo lo mismo. A veces, con fartons de repostería casera, otras con ensaimadas o helado de turrón. Muy cerca, otras horchaterías como Panach o Sequer lo Blanch también rinden homenaje al tubérculo con recetas artesanas, talleres y visitas guiadas al campo. 

Entre azulejos modernistas y molinos de viento

Más allá del dulzor de la horchata, Alboraya tiene rincones que merecen ser explorados con tiempo. En el centro histórico, todavía se conservan ejemplos del modernismo popular valenciano, una versión más humilde —pero no menos interesante— de la que puedes ver en el Ensanche de Valencia. Fíjate en los balcones de hierro forjado, en los remates cerámicos y en esas casas de colores donde parece que siempre es primavera. Algunas datan de principios del siglo XX, otras son más recientes pero respetan la estética de antes: un respeto curioso por lo decorativo que no suele verse en pueblos tan pegados a la ciudad.

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Ermita Milagro de los Peces, Alboraya. Foto: Wikimedia Commons

A un paseo desde el casco antiguo está el Molí de la Torre, un antiguo molino de viento que funcionó durante siglos y que ha sido restaurado como centro de interpretación. Desde aquí puedes trazar una pequeña ruta hasta la huerta, bordeando acequias, barracas tradicionales y campos de alcachofas según la temporada. Es un paseo sin pretensiones pero con alma, de esos que parecen diseñados para andar sin móvil.

Un puerto de postal que parece sacado de Italia

Y luego está Port Saplaya, el lugar más fotogénico de Alboraya, y probablemente el más inesperado. Lo llaman la “pequeña Venecia valenciana”, aunque eso le hace un flaco favor. Port Saplaya no necesita comparaciones. Este complejo urbano-residencial surgido en los años 70 tiene su propia estética: fachadas color pastel, persianas verdes, lanchas amarradas al borde del salón y puentes peatonales que cruzan canales artificiales. Puede sonar artificial, pero la verdad es que tiene encanto. 

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Port Saplaya, Alboraya (Valencia). Foto: Rafael Hoyos (Unsplash)

El paseo marítimo que bordea la playa conecta Port Saplaya con la Patacona, ya en Valencia, y es perfecto para ir en bici o ver el atardecer con horchata (sí, otra vez) en alguno de los chiringuitos que abren todo el año. La playa de Port Saplaya, además, suele estar menos masificada que otras cercanas. Hay duchas, papeleras y un aire tranquilo que recuerda a lo que eran los veranos antes de que existieran las redes sociales.

Qué más hacer en Alboraya (sí, hay más)

Por si todo esto no fuera suficiente, Alboraya tiene otras cartas bajo la manga. En julio, celebran unas fiestas populares con cabalgatas de disfraces y correfocs que te dejan los tímpanos zumbando y el móvil lleno de fotos movidas. El resto del año, puedes descubrir la Ruta de la Chufa, una caminata señalizada que recorre campos de cultivo, antiguos secaderos y centros donde aprenderlo todo sobre este superalimento que ahora hasta aparece en recetas veganas.

TURIUM TIPS

Relájate en la playa de la Patacona: con arena fina, paseo marítimo, chiringuitos y servicios completos. Ideal para un baño o un vermut al sol  
Descubrir la playa de Els Peixets y su ermita: tranquila y poco urbanizada, con encanto histórico: una joya costera junto a la ermita dels Peixets, vinculada al “Milagro de los Peces”.
Explorar Port Saplaya en bici o paseo marítimo: pasea entre canales, casas pastel y pequeñas embarcaciones; perfecto para foto digna de Instagram o un paseo con paddle surf.