Buenos Aires como nunca lo habías visto: una ruta por sus cafeterías más históricas
Los cafés históricos de Buenos Aires no son solo bares centenarios: son museos vivos donde se entiende la cultura porteña. Desde Tortoni a Las Violetas, este es el viaje más auténtico al corazón de la ciudad.
La Plaza de Mayo, el Obelisco, algún espectáculo de tango, las fachadas coloridas de Caminito, Palermo y su gente... la capital argentina es una de esas ciudades en las que apetece quedarse cuando la visitas. Y para explicar esta sensación, es necesario decir que la ciudad se entiende mejor a través de sus cafés, espacios que no son simples locales de hostelería, sino instituciones culturales en las que se mezclan arquitectura, tertulia y memoria colectiva. Si los cafés de París fueron la cuna de los existencialistas, en Buenos Aires lo son de la identidad porteña.
En total, la ciudad reconoce oficialmente más de 70 bares y cafés notables, muchos con más de un siglo de vida. Algunos han sido escenario de tertulias literarias, otros de encuentros políticos y muchos guardan fotografías, vitrales o mobiliario que los convierten en museos cotidianos. No se trata de pedir el café más innovador o un "flat white": lo que se saborea es la historia que transpira cada salón.
Los clásicos que han hecho escuela
El Café Tortoni, fundado en 1858, es la institución por excelencia. Situado en la Avenida de Mayo, sus columnas, vitrales y retratos de artistas le otorgan una atmósfera solemne. Borges, García Lorca y Gardel pasaron por aquí y todavía se puede bajar al sótano para asistir a veladas de jazz o tango. Suele haber turistas en la puerta, pero el interior mantiene intacto ese aire decimonónico que lo hace único.

Muy cerca, en el barrio de Almagro, se encuentra Las Violetas, otro café monumental que no debes perderte. Fundado en 1884, conserva sus vidrieras y vitrales coloridos, techos altísimos y columnas de mármol. Es un lugar pensado para una pausa larga: café con tarta acompañado de conversación interminable, a poder ser.
El Café de los Angelitos añade un punto teatral. Su historia está marcada por poetas, músicos y noches de bohemia, pero, tras pasar décadas cerrado, fue restaurado en 2007. El resultado es un salón elegante, decorado con fotos de figuras del tango y un programa estable de cenas con espectáculo. Puede resultar turístico, pero encarna a la perfección la idea del café porteño como escenario.

La Confitería del Molino: ecos de un pasado glorioso
Aunque hoy no funcione como cafetería, la Confitería del Molino merece un capítulo aparte. Situada frente al Congreso, fue inaugurada en 1916 y se convirtió en símbolo del art nouveau en Argentina. Durante décadas fue lugar de encuentro de políticos y artistas, hasta que cerró en 1997 y pasó años abandonada.
Tras un largo proceso de restauración, reabrió parcialmente como edificio patrimonial con visitas guiadas. Su fachada con cúpula, las vidrieras interiores y la decoración modernista la convierten en un emblema arquitectónico. Pasear, si consigues hacer una visita, por los salones restaurados es como entrar en la Buenos Aires de principios del siglo XX, cuando la ciudad se soñaba París del Sur.

Rincones con sabor de barrio
En San Telmo, el Bar El Federal (1864) es uno de esos lugares por los que no ha pasado el tiempo (o sí, pero se mantienen intactos). Sus paredes están cubiertas de botellas antiguas, sifones y anuncios publicitarios de otra época. Es un café de barrio con auténtico sabor porteño, perfecto para un almuerzo ligero o una picada tras recorrer el mercado y las calles empedradas del casco antiguo.
También en el sur, frente al Parque Lezama, se encuentra el Bar Británico. Fundado en 1928, fue punto de encuentro de bohemios y escritores, y a pesar de cierres temporales sigue vivo gracias al empeño de clientes y vecinos. Es un espacio más austero que los grandes salones, pero merece la pena.

En Recoleta, el café-librería Clásica y Moderna mantiene desde 1916 un ambiente literario y cultural que combina café, libros y conciertos. Y frente al Teatro Colón, el Petit Colón ofrece un salón refinado con madera y lámparas clásicas, ideal para tomar algo antes o después de una función.
Si la idea es alejarse del circuito turístico, Café Margot en Boedo, fundado en 1904, conserva el fileteado porteño en sus paredes y su famoso sándwich de pavita. Y en pleno centro, La Puerto Rico (1887), que mantiene su impronta art déco, menos espectacular que otros pero muy auténtico.
El Ateneo Gran Splendid: una librería con alma de café
Aunque no es un café en el sentido estricto, ningún recorrido cultural por Buenos Aires estaría completo sin el Ateneo Gran Splendid, considerado una de las librerías más bellas del mundo. Ocupa un antiguo teatro inaugurado en 1919 y conserva la cúpula pintada, los palcos y el telón.
En el escenario, donde antes actuaban Carlos Gardel o las grandes compañías teatrales, hoy funciona un café que permite sentarse a leer rodeado de libros. Es un ejemplo de cómo la ciudad ha sabido reconvertir su patrimonio, dándole una nueva vida sin perder su carácter.

Dormir y comer como corresponde
Buenos Aires tiene una oferta hotelera muy amplia en la que es fácil perderse, pero si la idea es alojarse en un entorno acorde al viaje, el Alvear Palace Hotel en Recoleta sigue siendo la opción más emblemática. Abierto en 1932, conserva su estilo clásico, con salones de mármol y un servicio impecable.
Ha hospedado a jefes de Estado, estrellas internacionales y familias tradicionales argentinas, y todavía conserva ese aire de gran hotel europeo en mitad de Sudamérica. Desde el Alvear se llega caminando al Cementerio de la Recoleta, al Museo Nacional de Bellas Artes y a varias de las cafeterías notables de la zona. Es, en definitiva, la base perfecta.
Y para comer, es difícil no acertar, la ciudad se ha consolidado como un destino de alta cocina. El restaurante Elena, en el Four Seasons, destaca por su propuesta de carnes maduradas y productos argentinos. Chila, en Puerto Madero, ofrece un menú degustación de autor que cambia según la temporada y figura entre los mejores de Latinoamérica. Otra alternativa es Casa Cavia, en Palermo, un espacio que combina restaurante, librería y florería en una casona reformada, reflejo de la creatividad gastronómica porteña actual.
