La experiencia italiana más auténtica se vive en Camogli: focaccia, chapuzón y paseo entre barcas de colores
Cualquier ángulo de Camogli es una postal perfecta. Foto : Unsplash

La experiencia italiana más auténtica se vive en Camogli: focaccia, chapuzón y paseo entre barcas de colores

Camogli es un pueblo marinero con alma antigua y gusto por las cosas bien hechas. Es más que bonito: es una pequeña lección de estilo de vida ligur.

Aleks Gallardo | Junio 25, 2025

En Italia saben mucho de pueblos bonitos, porque tienen unos cuantos. Están los pueblos blancos de Apulia, están los de la Toscana y luego están los genoveses, que suspiran un poco al mencionar Camogli. Y es normal.

Hay cierta melancolía orgullosa en cómo hablan de este pueblo, como si guardaras un lugar favorito sabiendo que ya no es solo tuyo, pero aún lo sientes así. A apenas media hora de Génova, Camogli es uno de esos sitios donde todo parece estar en su sitio: las casas altas que se asoman al mar, las barcas que se mecen en el agua, y ese olor constante a pan horneado con aceite de oliva.

Lo que engancha de Camogli es su escala. Lo puedes recorrer en una tarde, pero cada paso te ofrece algo: un detalle en una fachada, una conversación en dialecto, una ventana abierta con ropa tendida. Es un lugar pequeño, pero tiene capas. Y aunque el cliché sería decir que parece salido de una postal, en realidad es al revés: las postales deberían esforzarse un poco más para parecerse a Camogli.

Camogli, un pueblo de postal

El nombre de Camogli tiene varias versiones, pero una de las más extendidas habla de le case delle mogli, o las casas de las esposas: se dice que mientras los marineros pasaban largas temporadas en el mar, las mujeres quedaban al cuidado del hogar, visibles gracias a las fachadas coloridas de las viviendas.

Otra teoría, menos poética, pero más práctica, sugiere que esas fachadas tan altas y multicolores servían de referencia a los marineros para identificar su casa desde el barco. Sea cual sea el origen, el resultado es una hilera de edificios esbeltos, pegados unos a otros, como si compitieran por ver cuál aguanta más al borde del mar.

Y es que Camogli ha vivido siempre de cara al agua. Fue un importante puerto mercante, con una flota notable ya en el siglo XIX. Aún hoy, conserva esa atmósfera de pueblo pesquero auténtico. En el puerto verás redes secándose, marineros charlando con calma y barcas con nombres propios pintados en la proa: Maria Teresa, Bianca Luce, Giovanni. Algunas llevan generaciones en la misma familia.

Un buen lugar para entender esta historia marinera es el pequeño, pero interesante, Museo Marinaro. Alojado en el Instituto Nautico, conserva cartas náuticas, instrumentos de navegación y modelos de barcos que cuentan cómo era la vida en el mar cuando navegar era sinónimo de arriesgarlo todo.

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Atardecer en Camogli. Foto: Pexels

Pan caliente, piedras calientes

Sí, la focaccia aquí es un asunto serio. No como algo que se pide para matar el hambre entre horas, sino como una especialidad local con identidad propia. La focaccia di Recco —técnicamente del pueblo vecino, pero omnipresente en Camogli— es tan fina y untuosa que casi no parece pan. Y hay focaccia tradicional (con sal y aceite), con cebolla, con aceitunas… en porciones grandes, calientes, crujientes. No te hace falta buscar mucho: en Panificio Revello o Bar Nicco, la cola de locales marca el ritmo del día.

Una vez con la focaccia en la mano, hay dos planes posibles: caminar por el lungomare, esa franja peatonal que bordea el mar entre palmeras, tiendas y bancos al sol… o bajar directamente a la playa de guijarros, dejar las chanclas en una esquina y entrar al agua. El chapuzón en Camogli tiene ese sabor especial que da el contraste entre el mar y el casco urbano: flotas en el azul profundo, y frente a ti tienes iglesias barrocas, casas de seis plantas y una colina con cipreses que parece sacada de una pintura italiana del XIX.

Si vas en primavera o principios de verano, el agua está fresca pero irresistible. La playa no es cómoda —las piedras te lo dejan claro—, pero nadie se queja. Aquí la gente se acomoda como puede, con toallas dobladas varias veces o pequeños colchones portátiles que los locales se traen de casa.

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Cualquier ángulo de Camogli es una postal perfecta. Foto: Unsplash

Iglesias, callejuelas y una caminata 

Camogli no solo es fachada y mar. Entre sus calles se esconde una vida tranquila pero muy presente: tiendas de ultramarinos con mortadela en lonchas gruesas, pescaderías con producto del día y terrazas pintorescas. Puedes perderte por las callejuelas y acabar en la Basílica de Santa Maria Assunta, que parece un decorado pero es real. Su interior, sorprendentemente lujoso, con mármol, frescos y lámparas, contrasta con su ubicación casi a ras de mar.

Y si te queda algo de energía, el plan definitivo: el Sendero a San Fruttuoso, que empieza justo al final del pueblo. Es una ruta de senderismo exigente, de unas dos horas, entre bosque mediterráneo, vistas al acantilado y escaleras infinitas. Pero la recompensa es un monasterio escondido en una cala secreta, solo accesible a pie o por mar. Aunque no llegues hasta allá, vale la pena caminar un tramo solo para ver cómo Camogli se va haciendo pequeño a tu espalda.

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Edificios de colores en tonos pastel en Camogli. Foto: Unsplash

TURIUM TIPS

Pasea por el Lungomare Garibaldi: disfruta de las vistas al mar, las casas de colores y la atmósfera relajada mientras recorres el paseo marítimo.
Visita la Basílica de Santa María Assunta: esta iglesia del siglo XII, situada junto al mar, destaca por su fachada neoclásica y su interior decorado con mármoles y estucos dorados.
Relájate en la playa de guijarros: Camogli cuenta con una playa de piedras negras donde puedes alquilar una tumbona para tomar el sol o simplemente disfrutar del mar cristalino.