Este pueblo del norte es el refugio secreto de Máxima de Holanda: tiene un palacio increíble y canales navegables
Delft existe y está en la Holanda Meridional, entre Róterdam y La Haya. Es conocida por ser la cuna de Vermeer, que la inmortalizó, pero también por sus innumerables monumentos y sus canales. La viva imagen del buen vivir.
Si hablamos de Delft, quizás recordemos que esta es la ciudad en la que nació y murió ese gran pintor que es Johannes Vermeer (1632-1675), a quien tanto debemos. Algunos la conocimos, precisamente, gracias a uno de sus cuadros, el hipnótico, porque no se puede dejar de mirar, "Vista de Delft". Cualquiera que se haya adentrado en el mundo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, en especial en el tomo de "La prisionera", quinto del ciclo, sabe de ese influjo.
Delft está en la Holanda Meridional, entre Róterdam y La Haya, una joya medieval con canales, y es conocida por el extraordinario artista, por supuesto, que tiene aquí su museo, aunque la citada obra está en el Mauritshuis (La Haya). Pero también por su centro histórico y, en otro orden de cosas, por su relación con la familia real, sobre todo con Máxima de Holanda, lo que también le confiere un carácter único. Y no nos podemos dejar la mundialmente famosa cerámica azul, haciéndola más artística aún.
Por qué Delft es la ciudad de la familia real
En otoño, además, se vuelve mágica, apelando a Vermeer, maestro indudable de la luz. Todo invita a dar largos paseos y perderse entre sus orillas, por sus encantadores puentes, coquetas plazas, edificios centenarios de los siglos XVI y XVII que -redundantemente- se cuentan por centenares, y calles con ambiente. Es histórica y a la vez, como suele ocurrir en los Países Bajos, muy contemporánea.

La relación de Delft con la Casa de Orange comenzó con Guillermo de Orange, que hizo de ella su lugar de residencia en 1572. Por entonces, era la tercera ciudad más importante de los Países Bajos, después de Dordrecht y Haarlem, y hasta estaba provista de murallas. De las ocho puertas que tuvo, solo se conserva una, la Oostpoort, de 1400, la que daba entrada por el este. Es todo un reclamo con dos impresionantes torres circulares que se añadieron posteriormente (1514).
Cuando Guillermo, apodado el Taciturno, murió asesinado en 1584, el panteón de la familia en Breda había caído en manos de los españoles, en el marco de la guerra de los Ochenta Años, que él mismo había abanderado, por lo que fue enterrado en la Nieuwe Kerke (Iglesia Nueva) de Delft, dando comienzo así a una tradición que aún persiste.
La Compañía de las Indias Orientales, porcelana y especias
Fue en el siglo siguiente, el XVII, cuando esta ciudad vivió su edad de oro con el establecimiento de la Compañía de las Indias Orientales, que importó, entre especias y otros productos, millones de piezas de porcelana china en blanco y azul, que hicieron las delicias de las élites neerlandesas. Este éxito, unido a problemas comerciales, derivó en la apertura de fábricas propias, que gozaron de gran fortuna, y de las que no solo salían artículos domésticos, sino verdaderas obras de arte.

Hasta que con el correr de los tiempos y diversas coyunturas, incluida la dura competencia, fueron desapareciendo. Tanto es así que en el XIX solo quedaba una de las treinta y dos que hubo, Porceleyne Fles, abierta en 1653, que aún existe, tiene museo a visitar y guarda un estrecho vínculo con los Orange. De hecho, lleva el Real en su nombre comercial, Real Delft, como reconocimiento a sus esfuerzos por preservar la tradición. Hoy en día, hay alguna más, caso de De Candelaer y de Blauwe Tulp.
Esto es lo que no te puedes perder en Delft
Entre las iglesias cabe destacar la Oude Kerk (1246), famosa porque está torcida, al parecer, por la poca firmeza del terreno en que se asienta. Una Torre de Pisa a la que llaman familiarmente Scheve Jan (Torcido Jan) y Oude Jan (Viejo Jan). Porque es, en efecto, la más antigua de la ciudad, donde reposan los restos de nuestro pintor y del menos conocido Anton van Leeuwenhoek (1632-1723). A saber, un comerciante de telas considerado padre de la microbiología. El primero que identificó, por ejemplo, los espermatozoides gracias a los microscopios de su invención. Todo un personaje.
Luego vendría la Nieuwe Kerk (entre 1381 y 1496), pantéon de la familia real neerlandesa, empezando por el mismísimo Guillermo de Orange, y que se reconoce a la legua por su torre, la segunda más alta del país (108,75 metros), a la que, atención, se puede subir. Otro templo memorable es Maria van Jessekerk, neogótico del XIX, con murales, vidrieras y un púlpito centenario.

Y entre los monumentos civiles no hay que perderse bajo ningún concepto el espectacular ayuntamiento, que lo tenemos en la plaza del Mercado. Por su fachada profusamente decorada con dos hileras de ventanas con toque rojo, dorados, estatuas y una solemne torre.
Un molino en funcionamiento y un mítico mercado
Como estamos en Holanda, tenía que haber un molino. El Molen De Roos es el único que se conserva de los dieciocho que llegó a tener la ciudad. Se construyó en 1679 para moler grano y lo sigue haciendo semanalmente. Por fortuna, se puede entrar en este bonito molino; además está en un paraje natural excepcional. Y no solo eso, sino que venden pan, bollos y galletas horneados allí mismo. Una delicia.
No se puede pasar por alto el mercado, ni aquí ni en ningún sitio. Pero el de los jueves en Delf es otra cosa. Se viene celebrando desde el siglo XII en la Markt, y hay frutas y verduras, flores y delicias locales, como el mítico queso holandés. Esto quiere decir comprar rodeados de un excelso patrimonio, el consistorio y la Neuwe Kerk, y tentados por productos frescos inmejorables. Además, es escenario del Festival de Jazz, el Día del Rey o la Noche de las Luces con vistas a la Navidad.