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Ni Grand Central ni King's Cross, las estaciones de tren más bonitas están en España
Las estaciones de tren más bonitas están en España y combinan arquitectura, trasiego e historia para los viajeros más exigentes.
Viajar en tren por España tiene algo romántico y, sin embargo, pasamos la mayor parte del trayecto mirando el móvil. Pero más allá de la velocidad del AVE o de las nuevas líneas de alta velocidad, el verdadero lujo está en detenerse un momento antes o después del viaje y mirar alrededor, pues alguna de las estaciones de tren más bonitas están en nuestro país. Muchas de ellas nacieron cuando el ferrocarril era símbolo de progreso y se construían con la ambición de impresionar. Hoy, algunas se han convertido en piezas maestras de arquitectura pública —lugares que cuentan cómo España se modernizó, se reconstruyó y, en algunos casos, se reinventó.
Detrás de cada andén hay algo más que trenes, como ocurre en la estación más bonita del mundo: hay cúpulas de hierro forjado, mosaicos modernistas, relojes que marcan otra época y, cada vez más, espacios que se actualizan sin perder su historia. Desde Atocha, que está en plena transformación con una inversión millonaria, hasta la monumental Canfranc en los Pirineos o las joyas modernistas de València y Barcelona, las estaciones españolas forman una ruta cultural involuntaria que merece ser recorrida con calma. A veces el viaje empieza (o debería empezar) mucho antes de que el tren se ponga en marcha.
La Estación de Madrid-Puerta de Atocha
Atocha es mucho más que una estación más. Es, literalmente, el corazón ferroviario de España: por ella pasan más de 100 millones de pasajeros al año, y su historia refleja la evolución del propio país. La primera estación se inauguró en 1851, pero un incendio la destruyó pocos años después. El edificio que hoy conocemos —con su inconfundible estructura de hierro y cristal— se levantó en 1892 bajo la dirección de Alberto de Palacio, discípulo de Gustave Eiffel. En su momento fue una proeza de ingeniería y una declaración de intenciones: Madrid se sumaba, por fin, a la modernidad industrial europea.
A lo largo de las décadas, Atocha ha sido testigo de todo: de la llegada del primer tren de alta velocidad en 1992, de los atentados de 2004, de múltiples remodelaciones y, ahora, de una nueva transformación. En marcha desde 2023, las obras actuales buscan ampliar la capacidad de la estación, renovar la cubierta histórica y crear un nuevo acceso sur con zonas verdes, un vestíbulo más luminoso y una conexión subterránea para trenes de alta velocidad. El proyecto, con una inversión superior a los 500 millones de euros, pretende convertir Atocha en una estación del siglo XXI.
Y si hay un rincón que resume ese equilibrio entre memoria y presente es su famoso invernadero tropical. Instalado en 1992, cuando se inauguró la nueva terminal del AVE, ocupa unos 4.000 metros cuadrados bajo la antigua estructura de hierro y alberga más de 7.000 plantas de 260 especies diferentes, muchas de ellas tropicales. Es un pequeño ecosistema urbano que convierte la espera en una pausa verde entre trenes.
Si pasas por allí, dedica unos minutos a recorrer el invernadero y observa los detalles del edificio original: las columnas remachadas, las placas de fundición, los arcos que aún sostienen la cubierta.

Canfranc: una estación sin trenes, pero con mucha historia
Enclavada en los Pirineos, casi en la frontera con Francia, esta estación de tren abruma por tamaño y por contexto: fue uno de los grandes núcleos ferroviarios transpirenaicos y hoy atrae por su escala, su silencio (o mejor dicho, su pausa) y un entorno de montaña que reclama tiempo para quedarse.
Este proyecto ferroviario, que unía Francia con España a través del túnel de Somport, se inauguró en los años 20. No obstante, sus años de actividad terminarían abruptamente tan solo cincuenta años más tarde. Sin embargo, los viajeros que visitan Canfranc Estación ya no buscan entrar ni salir de España, sino dormir en el interior de un hotel cinco estrellas, alojados debajo de los mismos techos bajo los que antaño solían descansar los trenes.
Allí es obligatorio dedicar parte de la visita al edificio central (ya restaurado). Además, merece la pena sumarle una ruta de senderismo suave a primera hora: desde Canfranc pueblo puedes partir hacia el valle del Aragón con vistas increíbles. El contraste entre la monumental estación y la serenidad del entorno es uno de los grandes hallazgos de esta ruta.

La Estación de Francia o la joya de Barcelona
Aunque hoy no es la principal de Barcelona, esta estación sigue siendo una puerta monumental para quienes bajan del tren sin prisas. Inaugurada en 1929, combina estructura clásica, marquesinas amplias y un vestíbulo decorado con mármol y detalles art déco. El valor está tanto en la fachada como en el interior: espacio, luz, estructura.
Si bajas allí, guarda algo de tiempo para sentarte en una de las escaleras de acceso y observar cómo entran y salen los viajeros. Luego, toma la salida hacia el paseo marítimo o el barrio del Born, y aprovecha para descubrir un café nuevo menos conocido. Es una escala urbana con sabor arquitectónico.

La Estación del Norte, en Valencia
Valencia tiene playa, luz mediterránea y también una estación ferroviaria que merece una o dos miradas. Construida en 1917, en estilo modernista, con ornamentación de naranjas, azulejos, cerámicas y vidrio, la Estación del Norte funciona como puerta al casco histórico y al centro de la ciudad. Además, en 2025 ha entrado en servicio una pasarela peatonal que conecta directamente esta estación con la estación de AVE, mejorando la movilidad del viajero que llega y quiere moverse a pie.
Al llegar, identifica los detalles de su fachada (escudos, motivos vegetales, ladrillo visto) antes de entrar. Luego, en lugar de saltar directamente al hotel, camina unos cinco minutos hacia el mercado central para una comida rápida: recorre la ciudad a pie desde la estación, sin taxi.

Una de las estaciones de tren más bonitas, la de Toledo
Entrada sencilla, pero con encanto: la Estación de Toledo refleja el entorno de la ciudad con un edificio de estilo neo-mudéjar que parece de otra época. Inaugurada en 1919, imita las torres y las formas de la ciudad, con ladrillo ornamentado y arcos de herradura. El lujo está en la quietud y en la coherencia entre ciudad y estación.
Llegar en AVE desde Madrid puede ser rápido, pero una vez en la estación, tómate al menos minuto y medio para observar la torre-reloj y el vestíbulo. Luego, haz camino hacia el casco antiguo: la estación te deja literalmente al borde de la ciudad que vas a descubrir.

Estación de La Concordia, en Bilbao
En una ciudad que puede presumir de arquitectura contemporánea —del Guggenheim a las torres de Isozaki—, la Estación de La Concordia sigue recordando que Bilbao ya fue moderna mucho antes de su “efecto titanio”. Inaugurada en 1902, la fachada modernista, obra del ingeniero Valentín Gorbeña y el arquitecto Severino Achúcarro, es una de las más singulares del país: una composición de hierro, vidrio y cerámica que aún conserva el espíritu industrial de la ría. El reloj central, las vidrieras policromadas y los medallones con motivos florales resumen la ambición de una ciudad que entonces era motor económico y estético del norte.
Durante años funcionó como estación terminal de la línea de Santander y hoy sigue activa bajo la operadora FEVE, pero con una escala casi íntima en comparación con su monumental vecina, Abando. Aun así, La Concordia mantiene su magnetismo.
Al bajar, cruza la ría, justo enfrente, por el puente del Arenal, y sube hacia la calle Navarra. En apenas cinco minutos llegarás al Mercado de la Ribera, un espacio gastronómico renovado donde se mezclan tradición y diseño contemporáneo.

La preciosa Estación de Almería
Pocas estaciones ferroviarias en España resumen tan bien el encuentro entre tradición local y modernidad como la Estación de Almería. Inaugurada en 1895, fue diseñada por el ingeniero Laurent Farge y es uno de los mejores ejemplos de arquitectura del hierro en el sur. La estructura metálica importada de Francia —fabricada por la empresa Fives-Lille— recuerda inevitablemente a las obras de Eiffel, pero lo interesante es cómo se mezcló con materiales locales: piedra, cerámica y una disposición que aprovecha la luz natural del Mediterráneo.
La fachada principal, de estilo neomudéjar, está coronada por un gran reloj y detalles de azulejería que dialogan con la tradición almeriense. El edificio ha sido recientemente restaurado y, aunque ya no centraliza todo el tráfico ferroviario de la ciudad (que comparte con la nueva estación intermodal), se ha convertido en un espacio cultural y expositivo.
Después de recorrer el vestíbulo y observar la estructura metálica, aprovecha para visitar el cercano Cable Inglés, el antiguo cargadero de mineral que hoy es un paseo elevado con vistas al puerto. Ambas obras —la estación y el cargadero— fueron diseñadas por ingenieros vinculados al ferrocarril.
