
Leyendas y casas de colores se unen en esta ciudad mexicana donde cada calle parece una obra de arte
Casas de colores imposibles, callejones con nombre y leyenda, túneles subterráneos y momias ilustres: Guanajuato es una ciudad barroca en todos los sentidos.
Fundada en el siglo XVI y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Guanajuato es una de las ciudades coloniales más singulares de México, con permiso de Oaxaca y San Miguel de Allende. Su historia está marcada por la riqueza minera —en el siglo XVIII llegó a ser uno de los principales centros de extracción de plata del mundo— y por su papel en el inicio de la independencia del país. Todo eso se refleja hoy en su trazado irregular, en sus iglesias barrocas, en sus túneles subterráneos y en una vida cultural absolutamente vibrante.
Guanajuato también es una ciudad universitaria y literaria: aquí nació Jorge Ibargüengoitia, uno de los autores más lúcidos e irónicos de la literatura mexicana del siglo XX. Quizá por eso, por su mezcla de historia, arte, juventud y cierto caos ordenado, cada paseo te regala algo nuevo por descubrir.
Una ciudad que no se entiende sin sus túneles
Guanajuato fue construida sobre la riqueza. Y también sobre un problema: su particular orografía y las crecidas del río que lo atravesaba obligaron a construir un complejo sistema de túneles subterráneos para canalizar el agua… que, con el tiempo, se reconvirtieron en calles. Hoy, moverse por Guanajuato es como conducir por una maqueta de Escher: entras en un túnel, sales en otro, giras, subes, bajas.
Esa red subterránea es uno de los grandes rasgos identitarios de la ciudad. Aquí, incluso el tráfico tiene su punto escénico. Y aunque no suene glamuroso, recorrer esos túneles con paredes de piedra y curvas imposibles es parte del hechizo del lugar.

Calles que cuentan historias (y leyendas)
Pocas ciudades tienen tantos callejones con nombre propio. El más famoso, claro, es el Callejón del Beso. Cuenta la leyenda que dos enamorados —ella, hija de un padre autoritario; él, minero sin fortuna— se besaban en secreto desde los balcones enfrentados de dos casas separadas por apenas 68 centímetros. El final, como suele ocurrir con las leyendas, es trágico. Pero el callejón sigue ahí, y hoy es rito obligatorio para los viajeros enamorados.
Más allá de este icono romántico, Guanajuato está llena de rincones con nombres como el Callejón de la Condesa, el del Tecolote, el de la Dormida… Cada uno con su pequeña historia o mito urbano. Si te pierdes, mejor: es parte de la experiencia.

Barroco, minas y momias
Guanajuato fue una de las joyas más relucientes del Virreinato. En el siglo XVIII, sus minas producían hasta dos tercios de la plata mundial. Ese esplendor se tradujo en arquitectura, y de ahí nacieron verdaderas joyas como el templo de la Valenciana o la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato, con su mezcla exuberante de estilos y colores.
La Universidad, el Teatro Juárez, el Mercado Hidalgo (obra del ingeniero Ruhl, colaborador de Eiffel) y el Museo Alhóndiga de Granaditas son otros ejemplos de esa herencia monumental que se mezcla con lo cotidiano.
El Museo de las Momias de Guanajuato merece su propio párrafo. Puede sonar a cliché turístico, pero la visita es una experiencia cultural, histórica y, según cómo te pille el día, existencial. Estos cuerpos momificados de forma natural en el cementerio local dan fe de cómo el clima y el suelo pueden jugar a favor de la posteridad… o del espanto. Hay momias de adultos, de bebés, de novias. Algunas tienen hasta nombre. Es inquietante, sí. Pero también fascinante.

Guanajuato entre estudiantinas, museos y azoteas
La ciudad es sede del prestigioso Festival Internacional Cervantino (que cada octubre llena la ciudad de teatro, música y danza) y conserva una intensa vida estudiantil durante todo el año. Las estudiantinas, grupos de jóvenes que tocan música tradicional, vestidos con trajes del Siglo de Oro, recorren por la noche los callejones cantando y contando leyendas.
Además, hay museos para todos los gustos: desde el de Diego Rivera, que nació aquí, hasta el Museo del Pueblo, pasando por otros como el de Arte Contemporáneo o el de Iconografía Quijotesca.
Y si lo tuyo es simplemente observar, nada como una buena azotea. Guanajuato se presta al deporte de observar desde miradores espectaculares: desde el Pípila, la panorámica es apabullante, pero también desde muchos hoteles boutique y bares con terraza puedes tomarte una margarita mientras ves cómo cae la tarde sobre las casas amarillas, verdes, rojas y azules de la ciudad.
