Este es el pueblo más alto de Europa: está en Suiza y es tan bonito que parece un decorado de cine
Desde Zúrich hasta Juf, el viaje al pueblo habitado más alto de Europa se convierte en una ruta de paradas inesperadas: diseño, spas únicos, quesos alpinos y paisajes sin guion turístico.
No es un mito ni un invento turístico: Juf existe, y se encuentra a 2.126 metros de altitud, con treinta habitantes permanentes, inviernos que duran ocho meses y casas walser que llevan siglos desafiando a la nieve y al viento. El dato sorprende porque Suiza está llena de pueblos de cuento como Gruyères, pero ninguno tan alto y con población estable. Para llegar no hay tren panorámico ni funicular sofisticado: toca subir por una carretera de montaña que obliga a preguntarse más de una vez si de verdad habrá algo en la cima. La respuesta es un sí rotundo.
Llegar hasta Juf no es fácil ni rápido. Y ese es, en parte, su valor. El trayecto desde Zúrich requiere horas de coche, curvas y paciencia. Pero si se organiza como un viaje por etapas, con paradas en lugares únicos, lo que en apariencia es una anécdota geográfica se convierte en una experiencia premium muy poco convencional.
Zúrich, la ciudad en la que empieza tu viaje hasta Juf
Zúrich suele ser punto de entrada y salida, pero merece algo más que un paseo rápido por Bahnhofstrasse. La ciudad es un laboratorio creativo en constante ebullición para los suizos. Basta con alejarse unos minutos del casco antiguo para descubrir el Kreis 4, barrio multicultural con cafeterías monísimas, galerías emergentes y concept-stores.
En la ribera oeste del lago, el ambiente cambia. Zúrich se abre al agua con terrazas discretas y clubes privados donde locales disfrutan de un baño antes de ir a trabajar. Uno de los espacios más exclusivos es el Seebad Enge, un baño público centenario reconvertido en lugar de encuentro con restaurante y zona lounge. Es una forma de vivir la ciudad como lo hacen los suizos, lejos del circuito turístico habitual y con la discreción que caracteriza al lujo local.
Y si se trata de compras, que siempre nos gusta, nada de relojes de souvenir ni chocolatinas de aeropuerto. En Zúrich está la sede de Freitag, marca de diseño que ha pasado de lo alternativo a lo premium sin perder autenticidad. La conocerás porque fabrican bolsos a partir de lonas recicladas de camión y representa la nueva cara del lujo suizo: materiales sostenibles, producción limitada y un público que valora más la historia detrás del objeto que el logotipo que lo adorna.

De camino, arquitectura y spa en Vals
Dos horas y media después, la ruta llega a Vals, donde se levanta una obra de referencia mundial: el Therme Vals, diseñado por Peter Zumthor. El balneario, excavado en la montaña y construido con capas de gneis local, es probablemente el spa más influyente de la historia reciente de la arquitectura.
Dormir en el 7132 Hotel es la extensión natural. Este hotel se ha convertido en un icono de la zona con suites firmadas por Kengo Kuma o Tadao Ando y un restaurante, 7132 Silver, que ostenta dos estrellas Michelin. Cada detalle, desde el mobiliario hasta la carta de vinos, refuerza la sensación de estar en un lugar irrepetible.
Pero Vals no se reduce al balneario. En el corazón del valle, varios productores trabajan con métodos ancestrales para mantener viva la identidad local. Glenner es el mejor lugar para probar esa fondue en la que venías pensando cuando decidiste viajar a Suiza.

Continuamos hasta Andeer con su lujo sencillo
A media hora en coche, Andeer ofrece lujo discreto. Su Mineralbad Andeer es un balneario termal mucho más pequeño que el de Vals, pero con un encanto singular: el agua fluye a 34 grados y la clientela son los vecinos del valle. Una experiencia auténtica, sin marketing.
En el mismo pueblo, el Restaurant Fravi ofrece una cocina alpina renovada, con platos de caza y vinos de los Grisones. Con suerte, se puede participar en una breve degustación directamente con algún maestro quesero, algo imposible de improvisar sin contactos previos.

El valle de Avers y la llegada a Juf
El valle de Avers marca un cambio radical. El tráfico desaparece, las aldeas se reducen a un puñado de casas y la carretera empieza a serpentear como si se adentrara en otra época.
Juf pertenece al cantón de los Grisones, en la región de Avers, y su población desciende de los walser, un grupo alpino que colonizó valles remotos en la Edad Media. Esa herencia se mantiene en la arquitectura, con graneros de madera oscura y casas de piedra adaptadas al clima más duro de Suiza. La carretera que llega hasta aquí solo se asfaltó en el siglo XX, lo que da una idea de lo aislado que ha estado este lugar durante siglos.
Los que se acercan suelen hacerlo por curiosidad geográfica: estar en el pueblo más alto de Europa habitado todo el año tiene su encanto. Pero quienes se quedan descubren una especie de laboratorio sobre cómo sobrevivir en condiciones extremas. El sol puede brillar, pero la temperatura en verano difícilmente pasa de los 15 grados. En invierno, la nieve lo cubre todo y el acceso queda limitado a vehículos preparados.

Pero no vamos a engañar a nadie: Juf no tiene un museo escondido ni una iglesia barroca secreta. Lo que tiene es un entorno natural que pide botas de montaña y paciencia. Desde el pueblo parten varias rutas hacia el Parque Natural de Beverin o hacia los pasos de montaña que comunican con Italia.
Y para terminar, una actividad imprescindible es la caminata hacia el puerto de Forcellina, desde donde se abren vistas espectaculares sobre el macizo del Rheinwaldhorn. En invierno, Juf se convierte en uno de los enclaves más interesantes para practicar esquí de travesía sin remontes, un lujo reservado a quienes valoran la nieve virgen por encima de la comodidad.
