Los molinos de viento más bonitos de Holanda están en Kinderdijk, el pueblo de cuento al que vas a querer ir este verano
Los 19 molinos de Kinderdijk son bellos y útiles. FOTO : UNSPLASH/DANIEL AGUDELO.

Los molinos de viento más bonitos de Holanda están en Kinderdijk, el pueblo de cuento al que vas a querer ir este verano

Estos 19 molinos del siglo XVIII, magníficamente conservados, componen la típica estampa holandesa. Están en Kinderdijk, un lugar mágico.

Ángeles Castillo | Julio 8, 2025

En medio de tan bucólica estampa, a uno le entran ganas de calzarse los zuecos y vestir el traje típico. Los Países Bajos son así en general, abrazados gustosamente a sus tradiciones. Y Kinderdijk, en la Holanda Meridional, es el pueblo en el que asombrarse ante este idilio quijotesco en el que tanto protagonismo alcanzan el viento y el agua. Hasta 19 molinos del siglo XVIII, distribuidos a lo largo de canales navegables y magníficamente conservados, se arremolinan entre los ríos Noord y Lek, haciendo las delicias de los innumerables turistas que, atraídos por su indudable influjo, los contemplan ensimismados. Y llegaron a ser 20.

Más allá de su impresionante belleza paisajística, la red de molinos de Kinderdijk-Elshout está catalogada como Patrimonio Mundial por la Unesco por la "contribución de la población de los Países Bajos al desarrollo de las técnicas de drenaje del agua". Un punto en el que estas instalaciones tienen mucho que decir. Expresado de otra manera, los molinos de Kinderdijk son bellos y además útiles, como la cerámica griega.

Kinderdijk, un lugar perfecto para recorrer en bici

Junto a los molinos están los diques, los embalses y las estaciones de bombeo. Lo recuerdan desde la organización de las Naciones Unidas: "Las obras hidráulicas de desecación de terrenos para la agricultura y el asentamiento de poblaciones en las tierras saneadas comenzaron en la Edad Media y han proseguido sin interrupción hasta nuestros días". Y semejante obra hidráulica está ante nuestros ojos. El ingenio mayúsculo desplegado en este alarde de ingeniería que ha hecho historia.

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Otra panorámica de los molinos de Kinderdijk. FOTO: UNSPLASH/TJAAKO MINNEMA.

Kinderdijk es, de todas todas, un sitio emblemático, entregado por necesidad a la ingeniería hidráulica, como todo el país, por su especial relación con el agua, a la que hay que tener siempre bajo control. No olvidemos que gran parte de estas tierras están por debajo del nivel del mar y hay que protegerlas de las siempre amenazantes inundaciones.

Al mismo tiempo que unos zuecos, este paisaje está pidiendo a gritos una bicicleta para que la experiencia sea más holandesa aún. Y qué decir de navegar por los canales en barco, sumidos en esta imperturbable horizontalidad ajena a los desniveles y las montañas suizas. Al paseo, sea el que sea el transporte elegido, incluido el siempre recurrente a pie, hay que añadir la visita a los molinos que son museos, las demostraciones en vivo y en directo, y las conversaciones inenarrables con los molineros. Kinderdijk está en las entrañas de la historia de Holanda.

Los holandeses crearon los Países Bajos

Estos icónicos molinos de viento, que habrían vuelto loco a Don Quijote de la Mancha, se alzan desafiantes en medio del pólder de Alblasserwaard, que no es otra cosa que el terreno ganado al mar. Una técnica que viene del siglo XII, precisamente en Flandes. Así lo refleja el sentir popular: "Dios creó el mundo, pero los holandeses crearon los Países Bajos". Los neerlandeses, como cabe imaginar, son auténticos maestros en pólderes, a los que han sabido sacar provecho agrícola además. Los hay por doquier.

Y todo esto se debe en parte al conde Florencio V de Holanda (1254-1296), el llamado "dios de los campesinos", que ordenó la fundación de las Juntas de Aguas, organizaciones innovadoras que agrupaban a todos los residentes con la intención de mantener estas tierras secas. Una de ellas era la de Alblasserwaard. Se sirvieron de un sistema de acequias que representó el primer avance tecnológico en la gestión del agua, aún en funcionamiento.

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Kinderdijk está atravesado de canales y colmado de molinos. FOTO: UNSPLASH/ROMANE GAUTUN

Kinderdijk lleva en su nombre su propia leyenda, nacida de una terrible inundación que en el siglo XV arrasó con los diques que protegían el pólder, causando que miles de personas murieran ahogadas. Cuando los supervivientes se atrevieron a salir de sus casas, dijeron que habían visto una cuna balancearse sobre el agua y oído el llanto de un bebé, que logró salvarse gracias a la pericia de un gato que la mantuvo en equilibrio. El relato resulta casi bíblico. Kinderdijk es, pues, el Dique de los Niños.

Curiosamente, en la actualidad, más de 200 voluntarios cuidan del lugar en el marco de la Fundación del Patrimonio Mundial de Kinderdijk. Y, como son muy respetuosos con el medio ambiente, animan a los visitantes a viajar en transporte público. Es decir, a tomar un autobús al uso o uno acuático desde Dordrecht o Róterdam. En esta última ciudad, la línea 21 se coge en el Puente Erasmus. Será, sin duda, un viaje único, de poco más de media hora. Bendecido por el filósofo humanista, filólogo y teólogo neerlandés, Erasmo de Róterdam.

TURIUM TIPS

Ya que estamos entre molinos, por qué no pasar la noche en uno de ellos. Por ejemplo, en el Jan Van Arkel, un molino de maíz que lleva girando sus aspas desde 1851 en el pequeño pueblo de Arkel, que está a menos de media hora desde Kinderdijk. El molino está en el canal de Merwede, así que verás los barcos pasar. Hay cuatro habitaciones diferentes y una casa de vacaciones. Desde 130 euros.
También se pude pasar la noche en la antigua panadería de Hendrik-Ido-Ambacht, un pueblo con fama de idílico a orillas del río Waal. Hoy es el bed & breakfast d'Ambacht, que conserva la decoración auténtica de esta construcción centenaria. Se sirve el desayuno holandés. Desde 139 euros.
Podrás alquilar una bicicleta en casi cualquier sitio. Aquí son las reinas. En Ambacht, por ejemplo, para seguir el curso del río Mosa o el Ijssel, atravesar el pólder o, por supuesto, llegar hasta los molinos de Kinderdijk. Por 12,50 euros la hora o 25 euros si es eléctrica.
Los que echen de menos la ciudad siempre podrán viajar a Róterdam, meca arquitectónica y presumiendo de puerto; Gouda, famosa por su queso, y Delft. En esta última, surcada por canales, para recordar el famoso cuadro de Vermeer que tanto obsesionaba a Marcel Proust, Vista de Delft.