
Esta ciudad en la costa de Normandía tiene las piscinas urbanas más bonitas del mundo
Le Havre es muy arquitectónica. Por la reconstrucción urbana de Perret tras la guerra, por el Volcán de Niemeyer o por el centro acuático de Jean Nouvel. Además, te encantará su aire portuario, el gran puente normando y toda la costa.
El gran Aki Kaurismäki nos la volvió a poner en el mapa con su película Le Havre (2011), protagonizada por un escritor bohemio metido a limpiabotas, Marcel Marx. Entonces, sentimos unas ganas irrefrenables de visitar esta ciudad de la Normandía, en el departamento del Sena Marítimo, la margen derecha del estuario de la Seine, ahora en francés, y a orillas del Canal de la Mancha. Y no lejos del Mont-Saint Michel, la isla mágica de Francia. A unas dos horitas.
Porque si algo define a Le Havre, además de estar inclinada sin vértigo hacia la arquitectura, es su carácter eminentemente portuario. No por casualidad ostenta el sobrenombre de Puerta del Océano. Se trata del segundo puerto en importancia de Francia, tras Marsella, su ciudad más antigua, y clave para el comercio internacional. Y la verdad es que impresionan sus dimensiones, tanto como las de los barcos de carga que se ven continuamente pasar.
Le Havre, una ciudad para recrearse con la arquitectura
Lo de que es arquitectónica viene, sobre todo, porque la ciudad fue destruida sin misericordia durante la II Guerra Mundial y necesitó de una gran reconstrucción entre el histórico 1945 y 1964, orquestada por el arquitecto belga Auguste Perret. Un gran innovador cuyo trabajo fue reconocido en 2005 por la Unesco por tratarse de "una explotación novedosa del potencial del hormigón" y "un ejemplo excepcional de la arquitectura del urbanismo posterior a la guerra". Equiparándose así a Gaudí con las obras emprendidas en Barcelona.

Además, tenemos aquí el último edificio que proyectó el que es considerado padre del hormigón, por ser el primero en utilizarlo como elemento constructivo, que no es otro que la sorprendente y extraña, para qué negarlo, iglesia de San José, con sus dimensiones extraterrestres y su aire oportunamente transatlántico, sin que tenga nada ver con los templos al uso. Una especie de gótico industrial en memoria de las víctimas de la destrucción que el maestro de Le Corbusier levantó con la complicidad de Marguerite Huré, artífice de las 12.768 vidrieras multicolores de su torre linterna. No sorprende que se hable de un Nueva York en Le Havre, por sus hechuras de rascacielos (107 metros), y hasta de una mística reinventada.
Le Volcan, un icono creado por el brasileño Oscar Niemeyer
De la solemnidad austera y racionalista de Perret se pasa animadamente, en puro contraste, a las genialidades del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, que le dio a la ciudad en 1982 Le Volcan, un laboratorio de espectáculos, con sus líneas fluidas y curvas deslizándose por el blanco y recordándonos al yogur, formando parte del Espacio Niemeyer, que comprende también una biblioteca. Brota de la plaza que fue desde siempre el corazón de la vida artística e intelectual, hasta el punto de que un hombre de cultura como André Malraux dijo de ella que "no hay casa como esta en el mundo".

Un impulso modernizador en el que ha tenido mucho que ver también Jean Nouvel, el responsable del centro acuático Les Bains des Docks, inspirado en las termas romanas e igualmente impactante en su blancura alternada con el agua de su decena de bellas piscinas, inmersas en su fina complejidad. Un regalo, sin duda, para los barrios del sur, poniendo algo de color al gris portuario del incesante tráfico marítimo. Y para los visitantes, porque aquí te podrás dar un baño de película.
Por qué Le Havre es la ciudad de los impresionistas
Desde donde mejor se ve el gran escenario de Le Havre es desde la planta 17 de la torre del ayuntamiento, también obra de Perret (como casi todo), junto a Jacques Tournant, que permite hacerse una idea clara de este particular urbanismo. Ahí quedan como hitos las insinuantes curvas del Volcán; la avenida Foch, que se abre inmensa junto al puerto, como si fueran unos Campos Elíseos, hasta dar con las torres gemelas de la Puerta del Océano, y la torre faro de la mentada iglesia. Ellos dibujan el mapa de la ciudad de Boudin, el primero de los paisajistas franceses que pintó al aire libre y cuya vida está estrechamente vinculada a esta costa. A Le Havre, pero también a su natal Honfleur o a Deauville. Sus cuadros son un regalo para los ojos.

Le Havre se concreta también en otra obra de arte de vanguardia, la Catène de Containers, una instalación de Vincent Ganivet, hecha de contenedores de barco de colores que forman dos arcos, justo en la entrada del puerto y al final de una de las calles principales e históricas de la ciudad normanda, la Rue de Paris, y subrayando su carácter marítimo. No lejos está la catedral, uno de los edificios más antiguos que sobrevivió al desastre bélico. Es gótica y renacentista por dentro y barroca por fuera.
También se puede disfrutar mucho en el Museo de Arte Moderno André Malraux, el autor de ese imprescindible que es "El museo imaginario". Abreviado como MuMa, está frente a los muelles del puerto y atesora la colección de impresionismo más grande de Francia después, obviamente, de la del Museo d’Orsay, en París. Es decir, obras de Renoir, Pissarro, Dufy o Derain. No olvidemos que en Le Havre pintó Claude Monet su cuadro "Impression, soleil levant" en 1872, que dio nombre al movimiento. Quedaba inaugurado el impresionismo. Y por si te lo estabas preguntando, sí, Le Havre también tiene playa.