
Con esta ruta de senderismo podrás pasear entre pallozas, las casas de cuento en el paisaje mágico de los Ancares leoneses
Solo el paisaje de los Ancares ya merece la pena. Pero además está la arquitectura tradicional y la posibilidad, aunque remota, de cruzarte con un urogallo o un oso.
Los Ancares leoneses son, literalmente, otro mundo. Habría que decir también literariamente, porque enseguida sitúan al visitante en territorio con hechuras de ficción. Más de cuento que de novela. La posibilidad de ver un oso o un urogallo, o solo el hecho de saber que haberlos haylos, llena esta ruta de senderismo de una emoción ancestral y muy celta. Sobre todo cuando se atiende a esos montes que rápidamente se reconocen como su hábitat. Más que de encanto, que también, aquí hay que hablar de encantamiento.
Así es la Reserva de la Biosfera de los Ancares Leoneses
En Burbia, adonde vamos, se alza el imponente pico Cuiña, elevado casi dos mil metros (1.987) sobre el nivel del mar. De hecho, es la cumbre de la Sierra de los Ancares. Hórreos y pallozas con cubierta vegetal de teito contribuyen enormemente a colorear este paisaje tan singular. Estamos en la Reserva de la Biosfera de los Ancares Leoneses, un territorio mágico con un abultado patrimonio cultural.

Aquí encontramos vestigios rupestres de la Edad del Bronce, como el castro de alta montaña de Peña Piñera. Pero también restos de época romana, como son las Médulas de la Leitosa, una antigua explotación minera de oro. A esto hay que sumar, ya aproximándonos en el tiempo, la línea de baldes de carbón en el Valle de Fornela, en plena zona minera.
Mientras caminas, lo suyo es ir mirando por si algún oso se dejara ver. Pero, como se resisten, siempre se puede ir en busca del corzo, el ciervo, el gato montés o, ya poniéndonos exquisitos, el urogallo. Esa ave galliforme muy amiga de los bosques elevados, en especial de los maduros de hoja caduca, y casi mitológica, atendiendo a su espectacularidad. También, hay que recordarlo, siempre amenazada y rozando la extinción.
La ruta que va de Burbia a Campo del Agua, paso a paso
Como hay tanto por recorrer y tan abrumador, siempre al abrigo de viejas montañas, tomaremos la ruta que parte de Burbia, perteneciente al municipio de Vega de Espinareda. Lo encontramos al norte de la comarca de El Bierzo, en León, limitando con Galicia, regiones hermanadas por su hermosa naturaleza. Desde la primera fuente en el centro del pueblo iremos hasta el igualmente bucólico Campo del Agua, todo muy acuático. Un recorrido lineal de 23 kilómetros en total que nos llevará unas seis horas aproximadamente y sin apenas dificultad.

El camino pasa por el puente de piedra sobre el río y a unos 500 metros se desvía hacia el Castro de Peña Tallada para bajar hacia la pista que marcha directa, y con indicaciones, hacia Las Algueiras y nuestra aldea, que es Bien de Interés Cultural, por sus construcciones de estilo tradicional, pero también lugar de interés geológico.
Todo ello entre sotos de robles y castaños. Antes, en Cruz do Pando, concretamente en el barrio de El Regueiral, ya habremos visto varios ejemplos de estas evocadoras pallozas y cabañas de pizarra. Se atraviesa una senda llamada La Mirada Circular. Y, como se verá, lo del Campo del Agua no es solo un nombre: podrás beberla a lo largo del sendero en distintas fuentes. Se llega a una altitud máxima de 1.311 metros; la mínima es de 855. No falta la ermita, que siempre pone a todo un color especial.
Descubre las pallozas, las icónicas casas con tejado de paja
Pisar la tierra de los Ancares emociona porque la levantaron gentes hechas a vivir aisladas. De ahí sus molinos harineros, sus pequeñas fábricas de luz, sus hornos de pan, sus fraguas y ferrerías. El testimonio aún vivo de un pasado preindustrial. De todo, lo más bello y sorprendente, ecosistema cantábrico aparte, son las pallozas, la vivienda típica ancaresa, que ha sobrevivido al paso del tiempo, con sus muros de piedra y sus techos de paja de centeno, o teito.
Es en Balouta, más al norte, donde más ejemplares se conservan. Junto a ellas, por lo común, hórreos de planta cuadrada con pared de madera y cubierta vegetal, donde se guardaban los utensilios de labranza. Ambos adaptados al clima y al terreno. Una vez aquí, solo apetece seguir.
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