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Los restaurantes secretos que los madrileños no quieren que conozcas son preciosos y están en patios particulares
En Madrid están de moda los restaurantes escondidos en patios secretos donde la comida, el diseño y el aire libre conviven como si nada.
Los patios no son solo cosa del sur ni se limitan a los claustros de convento. En Madrid, han mutado. Se han convertido en el refugio urbano perfecto para quienes quieren cenar al aire libre, pero sin el asfixiante ajetreo de la capital. Y si, además, ese patio está camuflado dentro de un palacete, un hotel de cinco estrellas o una antigua fábrica, la experiencia mejora. Mucho.
Olvida las terrazas a ras de asfalto y los rooftops en los que no se oye ni al camarero. La tendencia que ahora marca el ritmo de los restaurantes con encanto de Madrid pasa por los patios escondidos: lugares con atmósfera, sombra buena y cierto toque de clandestinidad decorativa. Un nuevo estilo de vida gastronómico.
Raimunda, entre los restaurantes favoritos de los madrileños
Uno de los pioneros en esto de esconder el paraíso fue Raimunda, dentro del Palacio de Linares. El jardín es exuberante, casi teatral, pero no abruma. Es un lugar perfecto para cenar bajo las luces colgantes, entre palmeras y fuentes, con una carta que cruza Latinoamérica y la península. El entorno es suficientemente cinematográfico como para sentirse de vacaciones sin haber salido de Cibeles.

Gastronomía y lujo en Fortuny Restaurant & Club
También espectacular es el de Fortuny Restaurant & Club, que lleva años haciendo de su jardín interior una especie de oasis donde se mezcla la gastronomía con la noche más sofisticada. El palacete del siglo XIX acoge cenas tranquilas al principio… y cócteles animados después. Lo bueno: puedes empezar con unas zamburiñas a la brasa y acabar bailando bajo los árboles sin haber cambiado de dirección.

La Tita Rivera, informal y encantadora
Quien prefiere algo más informal, pero sin renunciar al encanto, encontrará su sitio en La Tita Rivera, en la calle Pérez Galdós. Su patio interior no se ve desde fuera, pero una vez dentro, la sensación es la de estar en el jardín de un amigo moderno con muy buen gusto. Comida gallega reinterpretada, cerveza, luces suaves y mesas bajo una buganvilla que hace sombra sin molestar.

Arquitectura y buen comer en Bosco de Lobos
En Bosco de Lobos, la arquitectura también se sienta a la mesa. Este restaurante del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) es un caso especial: su patio no es un extra, es el epicentro. Rodeado de cristaleras, vegetación urbana y una tranquilidad difícil de encontrar en Chueca, es el lugar perfecto para una cena italiana contemporánea que entra por los ojos.

Urrechu Velázquez, en el NH Collection Madrid Veláquez
Algo similar ocurre en Urrechu Velázquez, dentro del hotel NH Collection Madrid Velázquez. Su jardín escondido no tiene pretensiones estéticas exageradas, y quizás por eso enamora: es sobrio, elegante y con ese tipo de iluminación que mejora cualquier conversación. La cocina de Íñigo Pérez se mueve entre el clasicismo vasco y la técnica moderna.

El patio industrial de Cantina Matadero
Más rompedor, Cantina Matadero juega con una estética de patio industrial reutilizado. Aquí no hay glicinas ni mesas de mármol: hay bancos de madera, ambiente relajado, cocina global con producto de proximidad y una programación cultural paralela. Es el lugar al que vas después de ver una exposición… o sin necesidad de excusas culturales.

La propuesta clásica de Santo Mauro
Para quien busca el lujo más clásico, Santo Mauro es la definición de elegancia en clave jardín. El hotel, ubicado en un antiguo palacio neoclásico del siglo XIX, guarda uno de los patios más señoriales y tranquilos de la ciudad. Allí, entre columnas, setos geométricos y fuentes, se puede cenar con el mismo nivel de intimidad que en un salón privado, pero con la brisa entre los manteles.

Un restaurante secreto en el Hotel Orfila
También en clave hotel, pero con un punto más romántico, El Jardín del Hotel Orfila es un secreto a voces entre los madrileños que aprecian el arte de la sobremesa sin prisa. Con una vegetación cuidada al milímetro, sillas de hierro forjado y silencio garantizado, este rincón de Chamberí propone cenas únicas.

Bel Mondo, un clásico de la capital
Y si hay un lugar que ha elevado el concepto de “patio como escenografía” al extremo hedonista, ese es Bel Mondo. Este restaurante de estética exagerada (en el mejor sentido) es como entrar en una película dirigida por Wes Anderson sin serlo. El jardín interior es un espectáculo kitsch perfectamente orquestado donde cenar burrata trufada o una pasta con bogavante entre cojines estampados y lámparas de terciopelo. Puede que no sea minimalista, pero es imposible no rendirse.
