Este es uno de los hoteles más antiguos del mundo: está en Japón y tiene 1.300 años de historia
En Japón hay un hotel que ha sobrevivido a guerras, terremotos, pandemias y más de 45 generaciones familiares. El Hoshi Ryokan, en Komatsu, es algo más que un alojamiento: es una lección de permanencia.
Hay muchos hoteles que presumen de longevidad por haber abierto antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero lo de Hoshi Ryokan, fundado en el año 718 d.C., son palabras mayores. En un momento en el que los alojamientos cambian de nombre cada cinco años y los grupos hoteleros fusionan propiedades como quien cambia de logo, este pequeño ryokan en la prefectura de Ishikawa lleva más de 1.300 años recibiendo huéspedes bajo el mismo apellido. Hoy lo dirige la 46ª generación de la familia Hoshi, que ha pasado el testigo de padres a hijos sin interrupción desde el siglo VIII.
El dato impresiona incluso para los que ya han visitado Japón, país donde la tradición familiar es una forma de patrimonio. Por algo los japoneses tienen una palabra específica para las empresas centenarias: shinise. Hay más de 33.000 registradas, pero muy pocas llegan a cruzar el umbral del milenio. El Hoshi Ryokan, considerado durante siglos el hotel más antiguo del mundo (aunque el Nishiyama Onsen Keiunkan le arrebató el título en los últimos años por unos 13 años de diferencia), sigue siendo un símbolo de cómo una familia ha sabido mantener viva una filosofía de hospitalidad mientras el mundo giraba a una velocidad distinta.
Hoshi Ryokan: una leyenda, un manantial y una familia
La historia del Hoshi comienza con una leyenda. En el siglo VIII, un monje budista llamado Taicho Daishi, una figura venerada en la región, soñó con un dios de las montañas que le indicó la ubicación de un manantial de aguas termales con propiedades curativas. El monje pidió a su discípulo, Garyo Hoshi, que construyera una posada para los viajeros y peregrinos que acudieran a esas aguas. Así nació el Hoshi Ryokan, y desde entonces su familia se ha encargado de custodiar ese mismo onsen, que aún hoy alimenta los baños del hotel.
El manantial se encuentra en la zona de Awazu Onsen, dentro de la prefectura de Ishikawa, una región tranquila al noroeste de Japón, conocida por su artesanía, sus jardines y su cercanía a la ciudad de Kanazawa. El entorno ayuda a entender por qué este hotel ha perdurado tanto: aquí no hay grandes autopistas ni rascacielos. El ritmo de vida es otro, y la tradición todavía se considera una forma de innovación.

El secreto de la longevidad
El Hoshi Ryokan no sobrevivió 1.300 años por accidente. La clave, según cuentan sus actuales propietarios, está en mantener el equilibrio entre la continuidad y la adaptación. Las estructuras principales, de madera, se han restaurado múltiples veces —Japón es un país acostumbrado a los terremotos—, pero el espíritu del lugar no ha cambiado.
Los huéspedes siguen durmiendo sobre futones extendidos sobre tatamis de paja de arroz, bañándose en aguas termales que brotan a 46 °C, y cenando kaiseki, la alta cocina tradicional japonesa servida en una secuencia ritual de platos que combinan estética y estacionalidad. Pero el Hoshi también ha sabido incorporar la comodidad moderna con discreción: conexión Wi-Fi, climatización y baños renovados que no rompen la atmósfera de otro siglo.
A diferencia de otros hoteles históricos convertidos en museos, el Hoshi sigue vivo. Y esa vitalidad se nota en los pequeños detalles. Los huéspedes son recibidos por personal que viste kimono. Lo que cambia con cada generación no es el edificio, sino el modo de cuidar a las personas, ha dicho Zengoro Hoshi, uno de sus últimos directores. Una frase sencilla, pero que podría ser el lema no escrito de los ryokanes japoneses.

Tradición frente a industria
Visitar el Hoshi Ryokan no es una experiencia de lujo en el sentido occidental del término. No hay suites con piscina privada ni desayuno con champán. Aquí el lujo tiene otra definición: tiempo, silencio y atención a los gestos. Todo se mueve despacio, desde el check-in hasta el té de bienvenida.
La arquitectura sigue el modelo clásico japonés: espacios de madera, paneles shoji translúcidos y jardines interiores que varían con las estaciones. El objetivo es integrar al huésped en el entorno. En los meses de invierno, el vapor de las aguas termales se mezcla con la nieve del jardín, y en verano, las puertas se abren para dejar pasar el murmullo de las cigarras.
También se mantiene la estructura familiar, algo que en sí mismo es un acto de resistencia. Mientras los hoteles de cadena rotan directivos cada pocos años, en el Hoshi el apellido de quien recibe y el de quien administra son el mismo. “No queremos ser el más grande, solo seguir aquí”, dijo en una entrevista Hisae Hoshi, una de las herederas. Esa frase, dicha sin pretensiones, resume la esencia del lugar.

Qué ver en los alrededores
Quienes se alojan en el Hoshi Ryokan suelen aprovechar para explorar la región de Ishikawa, una de las más interesantes de Japón fuera de los grandes circuitos turísticos. A menos de 40 minutos en tren se encuentra Kanazawa, conocida como “la pequeña Kioto” por su patrimonio cultural y su elegancia discreta. Aquí merece la pena visitar el jardín Kenroku-en, considerado uno de los tres más bellos del país, el castillo de Kanazawa y el barrio de geishas de Higashi Chaya, donde todavía se conservan casas de té de madera con más de un siglo de historia.
Kanazawa también es célebre por su museo de arte contemporáneo del siglo XXI, diseñado por el estudio SANAA (Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa), y por su mercado de pescado Omicho Ichiba, perfecto para probar sushi de mar del Japón o las famosas ostras de Noto.
Más cerca del hotel, en Komatsu, se puede visitar el Templo Natadera, excavado parcialmente en la roca y rodeado de bosques que cambian de color con las estaciones; o los talleres de cerámica Kutani, una de las más prestigiosas del país. También vale la pena pasar por el Museo del Aeropuerto de Komatsu, una parada curiosa para quienes disfrutan con la cultura pop japonesa, y por los pueblos costeros de Kaga Onsen, conocidos por sus casas de baños termales y sus ryokanes centenarios.

Cómo llegar a Hoshi Ryokan
El Hoshi Ryokan se encuentra en Komatsu, a unos 40 minutos en tren desde Kanazawa y a poco más de dos horas desde Kioto. La estación más cercana es Awazu Station, desde donde se puede llegar en taxi o en un corto trayecto en autobús. No es un desvío que se haga por casualidad: hay que querer llegar. Pero quienes lo hacen, repiten.
El ryokan cuenta con unas 70 habitaciones de estilo tradicional japonés y algunas más modernas, todas decoradas con la sobriedad elegante que define al país: tatamis, biombos de papel, flores frescas y vistas a los jardines. Los baños públicos se dividen por género, aunque también existen opciones privadas. El agua procede del mismo manantial descubierto hace trece siglos, y se dice que ayuda a aliviar la fatiga y los dolores musculares, una promesa que, al menos simbólicamente, sigue cumpliendo.
La experiencia incluye la cena y el desayuno, ambos preparados con ingredientes locales: mariscos de la costa del mar de Japón, verduras de temporada y arroz cultivado en los campos cercanos.

Lo que nos enseña un hotel milenario
Hay algo casi subversivo en que un negocio siga funcionando durante 1.300 años sin depender de marketing digital o fondos de inversión. El Hoshi Ryokan es, en cierto modo, una refutación de la idea moderna de progreso: la demostración de que no todo necesita reinventarse cada década.
Su permanencia no se debe al azar ni al turismo de masas, sino a una cadena ininterrumpida de pequeñas decisiones tomadas con sentido común: mantener lo esencial, reparar lo que se rompe y cuidar de cada cliente como si, después de tanto tiempo, fuera el primero.