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Es una de las ciudades más bellas de Italia: tiene palacios espectaculares y teatros romanos

Es una de las ciudades más bellas de Italia: tiene una plaza que mira al mar, palacios espectaculares y teatros romanos
Fue la ciudad que enamoró a Joyce y donde el dublinés escribió parte del Ulises. Trieste es cosmopolita, fronteriza, monumental y muy literaria. Te sorprenderá tanta elegancia arquitectónica entre barcos y tan cerca del mar.
A Trieste la conocimos más y mejor gracias al gran Claudio Magris (1939), su hijo predilecto y que tan bien ha reflejado en sus páginas lo que es este lugar a donde vienen a morir los Alpes y nace el mar Adriático. En sus palabras, la acompaña "una identidad de frontera". Un autor multicultural, el que nos dio el Danubio, título fluvial de uno de sus libros, para una ciudad multicultural y, en cierta manera, triste, tal vez por la nostalgia. Al final, solo hay que restarle una "e" a su nombre. Además de ser mestiza, híbrida, fronteriza.
Aquí convergen lo italiano, lo eslavo y lo germánico, revelando una encrucijada de pueblos e historia que se palpa en cada una de sus calles y rincones. Este es el aire que se respira en la que es capital de la región Friuli-Venezia Giulia,una zona situada al noreste de Italia, que limita con Austria y Eslovenia. De hecho, Trieste fue austrohúngara en el siglo XIX, algo que queda patente en la monumentalidad palaciega y muy imperial de sus edificios, y pasó a formar parte del reino italiano tras la I Guerra Mundial. El propio Magris es un reputado germanista.
Trieste, la ciudad que enamoró a Joyce
Lo que más llama la atención de Trieste es que esté al lado del mar, luego llena de barcos, y sea tan grandiosa en lo patrimonial, a la vez que muy literaria. Y esto se debe a Italo Svevo, artífice de La conciencia de Zeno, que en realidad se llamaba Aron Hector Schmitz, cuyo padre era un austriaco germanohablante de ascendencia judía. Pura esencia triestina. Y a James Joyce, que vivió aquí después de hacerlo en su Dublín natal y en Pula (Istria), vagabundo como Leopold Bloom, el antihéroe de su Ulises, que en parte escribió en este momento. Sin olvidar al poeta Rilke, oriundo de Praga, que se refugió en el cercano castillo medieval de Duino, donde alumbró sus míticas Elegías.

Y no digamos a J. J. Winckelmann, quien, sin querer, ensanchó su ya de por sí ancha leyenda. El erudito del arte y padre de la arqueología fue asesinado en 1768 en una pensión por un individuo llamado Arcangeli, protagonizando un episodio francamente oscuro y muy novelesco. Pues bien, de todos ellos se puede jugar a buscar las huellas por las intrincadas callejuelas de Trieste, así como por su rocoso perfil costero. O, como la Maga y Horacio Oliveira de la Rayuela de Cortázar, simplemente jugar a encontrarlas.
Un castillo medieval y palacios imperiales
Con todo este bagaje, Trieste es una ciudad cosmopolita, egregia, al estilo de Salzburgo, y también misteriosa, muy de café literario. Hay una sensación permanente de estar en la vieja Europa cuando se atraviesa la Piazza Unità d’Italia, una de las más impresionantes del continente, situada además frente al Adriático en una comunión perfecta de civilización y naturaleza.
Lo demuestra la elegancia del Palazzo del Municipio, construido en 1875, que corona esta plaza configurando un escenario único, al que también contribuye el Palazzo del Lloyd Triestino, que levantó, y es notorio, un arquitecto vienés en 1883 como sede de una compañía naviera. Hoy lo es del Gobierno regional.

Este esplendor de cuño austrohúngaro se ve complementado con otros hitos arquitectónicos de otras épocas y otros brillos, como es el Castello di San Giusto, la fortaleza medieval que domina la ciudad y desde la que, como suele suceder, se obtiene la mejor panorámica. Junto al castillo, la catedral de San Giusto (s. XIV), de factura inesperada y toda una sorpresa en medio de una ciudad ya sorprendente. Un rosetón emerge de lo austero de su fachada mientras el campanario acoge cinco campanas. A la mayor está dedicada una pieza musical, La campana di San Giusto, que entonó el mismísimo Luciano Pavarotti.
Un teatro romano y múltiples antigüedades
De lo austrohúngaro a lo medieval y, en un salto más audaz, a los tiempos de Augusto y Tiberio. Porque Trieste atesora un teatro romano del siglo I d.C., semioculto durante siglos y del que aún puede verse su estructura original, reconociéndose la orchestra a los pies de la cávea y parte de la escena. Una visita que se puede completar en el Museo de Antigüedades J.J. Winckelmann, junto a la catedral, con colecciones de la Antigua Roma, pero también egipcias o de la Magna Grecia. Ojo con el Orto Lapidario y al Giardino del Capitano.

Una nostalgia que se ve acrecentada, con ecos de habanera, en el Canale Grande, un puerto-canal del siglo XVIII que permitía la carga y descarga de los navíos en el mismo corazón de la ciudad. Se adentra acuáticamente en el Borgo Teresiano, el barrio que debe el nombre a María Teresa de Austria, flanqueado por edificios que configuran una estampa de una elegancia supina. Como el hermosísimo Palazzo Gopcevich, con sus grecas amarillas y rojas, hoy Museo Teatrale Carlo Schmidl. Y si este pertenecía a una familia serbia, el Palazzo Carciotti, el mejor ejemplo del neoclasicismo de Trieste, era de una familia griega dedicada al comercio textil.
El telón de fondo del Gran Canal es, sin embargo, para la iglesia de Sant’Antonio Nuovo (s. XIX), presidida por seis columnas jónicas y seis estatuas en el ático. La ciudad italiana es inacabable. No es para verla en un día. Y de serlo, tendría que verse justo un 16 de junio, cuando transcurre el Ulises de Joyce, en 1904, que es también cuando el novelista se topó por primera vez con la que fue su esposa, Nora Barnacle. Una jornada que se celebra todos los años en Trieste y en Dublín: el Bloomsday. Por cierto, James Augustine Aloysius Joyce está inmortalizado junto al puente.