Dehesa Don Pedro o donde la Nochebuena es de verdad, una noche de paz
Un antiguo cortijo rehabilitado en un entorno único. Para quienes entienden que estar en calma y que te cuiden es la mejor forma de celebrar.
Al hotel Dehesa de Don Pedro, en el Sur de Extremadura, no es necesario adornarlo con adjetivos. Basta con una enumeración al desnudo, naturaleza, solera, calidez, belleza e intimidad, para que el cuerpo sintonice, de un chasquido, con esa mezcla de placidez y melancolía que es el invierno. En algunos casos, también, la Navidad. Al menos la de los que no comulgan con el barullo y las servidumbres de estas fiestas; sino que prefieren la otra versión; la del recogimiento, la naturaleza, lo íntimo y las noches de paz.
Llegar el Dehesa Don Pedro es casi como hacerlo al caserón familiar de unos viejos amigos que además de ser grandes anfitriones, tienen un gusto impecable y sobre todo, mucho corazón: hay tanto mimo en la rehabilitación de este cortijo del siglo XIX, tantas horas metidas en cada detalle que, más allá de la evidente sensibilidad estética, lo que se nota es amor. El de un padre, Don Pedro Valenzuela, que llevaba toda la vida soñando con devolverle el esplendor a la finca de su madre, Pepita, dedicada tradicionalmente a la explotación de ganado vacuno y porcino.
La armonía del hotel con el entorno, el jardín, diseñado por el estudio de paisajismo Rocío Sainz de Rozas, es una abreviatura de la naturaleza autóctona del lugar, las palmeras del patio interior, que son las originales, la maestría con la que se combinan en el interior la piedra, la madera, la cerámica o el esparto, consiguiendo darle al conjunto un aire afrancesado, pero sin perder la identidad…
Cada fragmento de este lugar es, como decíamos, un acto de amor. Contagioso, además. Estés donde estés; tomando un té en el sofá del salón que en su día fue pajar, amaneciendo en cualquiera de las 16 habitaciones que miran a las montañas o contemplando las estrellas desde la terraza, tienen uno de los cielos más limpios de España, la sensación es de un profundo bienestar. La de estar inmerso en el lujo de verdad.
La oferta gastronómica de su restaurante, Las Mesas, merecía un punto y aparte. Una carta simple pero excelente, basada en el producto local. Para las cenas de Nochebuena y Fin de año preparan unos menús especiales basados -no podía ser de otra manera- en unas deliciosas recetas de tradición familiar.
La experiencia no acaba aquí; el día después de las dos fiestas grandes -es decir, el 26 y el día 1- organizan un almuerzo campero informal también con platos típicos de la zona. Nada que pensar, nada que decidir, nada que organizar. Sólo relajarse, charlar, dormir bien, dar un paseo entre encinas centenarias, meterse en el jacuzzi después o simplemente, sentarse en el sofá verde mirar por la ventana y dejarse acunar por la belleza de un hotel demasiado refinado para ser rural y demasiado auténtico para ser boutique.
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