
Ni París ni Roma, la ciudad más romántica está en Italia y es perfecta para una escapada en pareja
La belleza de Verona es tanta que no se puede contar. No es Florencia, pero aquí también experimentarás el síndrome de Stendhal. Cómo puede un solo sitio reunir tanta gloria arquitectónica. Definitivamente, hay que emprender viaje a Italia.
Verona es impresionante toda ella. Rodeada de colinas, dibujándose en el meandro del río Adigio y a un tiro de piedra de uno de los lagos más bonitos de Italia. Pero es inevitable empezar por Romeo y Julieta, porque Shakespeare siempre será Shakespeare. Y no hay hito arquitectónico engarzado con lo literario como el balcón en que se expresaron sus amores los más famosos amantes de todos los tiempos.
La ciudad del Véneto es Patrimonio de la Humanidad, por su rosario de monumentos heredados de la Antigüedad y los periodos medieval y renacentista, y hay que vérsela entera. Aparece en el Viaje a Italia de Goethe y en los diarios de Stendhal y Paul Valéry. Ahora también en los nuestros.
Todo lo que puedes ver en Verona
Por el momento, entusiasmados por cuanto nos rodea, nos quedamos en la Casa de Julieta, un palacio medieval veronés donde parece que residieron los Capuleto allá por el siglo XIII. Una familia que, para mayor deleite, da nombre a esta emblemática calle.
Entran ganas de recitar algún verso ante esta fachada tan bien armada de ladrillo visto, portal gótico, ventanas trilobuladas y la estatua de bronce de la protagonista del drama shakesperiano, obra de Nereo Constantini. Tocando su pecho derecho, dice la leyenda, encontrarás el amor verdadero. Por supuesto, es uno de los rincones de Verona más visitados.

A Romeo y Julieta está ligada también la magnífica basílica de San Zenón, donde, al decir de la tradición, los jóvenes se desposaron. Tal vez, la más bella. Tanto por fuera, con su perfecta fachada alternando toba y ladrillo, escoltada por la torre del viejo monasterio (s. XIII) y el esbelto campanario (s. XII). Como por dentro, cobijando incluso un retablo de Mantegna. Impresiona ya solo el conocer su antigüedad.
Esto es un no parar. Solo el Adigio, que viene del Tirol y va a desembocar al Adriático, y es el segundo río más largo de Italia tras el Po, está atravesado por cinco puentes históricos: el Ponte Pietra, Castelvecchio, Vittoria, Navi y Garibaldi. Es verlos y querer cruzarlos. Igual que bajar a la Arena, el anfiteatro romano que se alza, a mayor gloria de Augusto y Claudio, en la Piazza Bra. Tiene la característica forma oval, goza de una acústica excelente y es, como en tiempos pretéritos, escenario de espectáculos públicos. Nada de combates de gladiadores ni naumaquias, sino conciertos y un larga vida a la ópera.
Qué queda en Verona de época romana
Y no es lo único que queda de la Verona romana. Está la Porta Leoni, el Arco dei Gavi, el teatro ubicado en la ladera de la colina de San Pietro y varias domus (casas), algunas de ellas sorprendentemente bien conservadas. Asimismo, hay restos del Capitolio donde se levanta el Palazzo Maffei (s. XVII), una notable casa-museo. Concretamente, en la Piazza Erbe, que fue el foro romano y hoy exhibe el león veneciano y la fuente de la Madonna. En definitiva, después de Roma y Pompeya, aquí es donde mejor se puede rastrear la gloria del Imperio.

De nuevo en la Piazza Bra, la más grande de la ciudad, hay que fijarse en el llamado Liston, una amplia acera de piedra rosa, común en estas tierras. Nada como sentarse en alguna de las terrazas de bares y restaurantes que miran hacia la Arena. La hacen más divina aún los dos grandes palacios que la dominan, el Palazzo Barbieri y el Palazzo della Guardia, del periodo en que Verona estuvo en manos austriacas (s. XIX).
Rivalizan en hermosura con los edificios de época veneciana, datados entre los siglos XV y XVIII. Y, sobre todo, con la Portoni della Bra, puerta con dos imponentes arcos de mármol rematados por ladrillo rojo y un gran reloj, que fue hasta el siglo XV el único acceso de la ciudad amurallada.
Mil palacios, la catedral y una torre a la que subir
Los palacios siguen y siguen. Del periodo del Señorío de los Scaligeri se agrupan varios en torno a la Piazza dei Signori, presidida por la estatua de Dante. Así como los sepulcros donde descansan los que fueron señores de Verona entre 1262 y 1387, y la preciosa iglesia románica de Santa Maria Antica. La belleza sigue intacta, así pasen los siglos.
Se ve en el Duomo, dentro de la zona medieval, en el meandro del río y muy cerca del Ponte Pietra, presumiendo de fachada que fusiona el románico y el gótico, y de campanario, aunque no llega a superar a la fastuosa Torre dei Lamberti (s. XII), el techo de la ciudad con sus 84 metros de altura, adonde se puede subir para disfrutar de las vistas del casco viejo. En el interior de la catedral brilla especialmente el lienzo de la Asunción de Tiziano.

No le falta a Verona su Castelvecchio, hoy museo, con importantes colecciones de arte medieval, renacentista y moderno. Su carácter militar lo dota de un puente fortificado que sigue su misma estética de ladrillo rojo combinado con mármol blanco y rematado con torres y almenas. Hablando de tesoros antiguos, hay que reparar en la Biblioteca Capitolare, la más antigua del mundo en funcionamiento. Baste señalar que en sus adentros estudiaron Dante Alighieri y Francesco Petrarca, buscando las fuentes del conocimiento. La encontramos junto a la catedral.
Dicen que Verona es la ciudad del amor. Pero la que enamora es ella, cuna del pintor Paolo Caliari, apodado el Veronese (1528-1588), aunque se volvió muy veneciano, y del viejo poeta latino Catulo (s. I a.C.), que tanto adoraba a Safo. Él escribió aquello de "Vivamos, Lesbia mía, y amemos".