
Esta ruta de senderismo sale del Cabo de Trafalgar, desemboca en Conil y pasa por las playas más bonitas de Cádiz
Como llega el verano, nada mejor que ir de playa en playa. Por un sendero que discurre armoniosamente entre torres defensivas y un ecosistema único.
El verano sabe a costa de Cádiz, chiringuito y mar adentro. Así que nada como enrolarse en una ruta de senderismo que nos lleve a costear el litoral gaditano para empaparnos de historia, de naturaleza y, cómo no, de todo lo atlántico. Es lo que tiene ir de playa en playa. Que uno puede darse un memorable baño entre dunas, vegetación autóctona y la belleza virginal de un ecosistema irrepetible.
Una ruta de senderismo del Cabo de Trafalgar a Conil
La ruta que proponemos va del Cabo de Trafalgar al núcleo urbano de Conil de la Frontera, dos puntos entre los que median 11,3 kilómetros y que puede hacerse en tres horas, más otros tantos de vuelta. El recorrido es lineal y en ningún momento pierde de vista el mar. Algo a tener en cuenta en estas fechas ya veraniegas, así que el bañador, la toalla, las gafas de sol, el sombrero, la protección solar y la botella grande de agua son más que obligados.

El sendero comienza fuerte, en importancia, no en dificultad, porque arranca del Tómbolo de Trafalgar, cerca de Caños de Meca, allí donde está el Faro y en territorio del Parque Natural de la Breña y Marismas de Barbate. Una lengua de tierra que une la "isla" con la costa, originada hace 6.500 años y catalogada como Monumento Natural. Decimos una lengua, pero, en realidad, son dos porque se trata de un tómbolo doble, el único andaluz de estas características.
Sobre las arenas, fijadas por los barrones y otras gramíneas, despuntan la azucena marina, el cardo o el alhelí de mar. En ocasiones, se suman artemisias y clavellinas. Y en zonas inundables, donde crecen los juncos, se posan las gaviotas, garcetas, charranes o andarríos. Esto es un paraíso para el birding, como zona de paso hacia África, sobre todo cuando, llegado el otoño, miles de aves cruzan el Estrecho convirtiendo el cielo en todo un festival ornitológico.
Un faro, una torre, una playa y una batalla histórica
El lugar es famoso también por su espectacular faro, por los yacimientos arqueológicos que nos hablan de un templo romano consagrado a Juno y una factoría de salazones, y por su torre vigía. Pero, sobre todo, por haber sido el escenario de la famosa Batalla de Trafalgar de 1805, que enfrentó a la flota británica con la franco-española y acabó con la trágica muerte de 5.000 soldados, el hundimiento de incontables barcos y la pérdida de la hegemonía naval. Hoy está tomado por aficionados al windsurf, el kitesurf o la más tradicional pesca con caña.

Seguimos. Lo que viene a continuación son las playas de Trafalgar, las Plumas, los Nidos -todos nombres muy ad hoc- y de Zahora, pedanía de Barbate. Siempre por un camino arenoso salpicado de las torres defensivas que mandó construir Guzmán el Bueno allá por el siglo XIII y que son, indudablemente, otro de los alicientes del viaje, casi navegación. Desde siempre fue un lugar estratégico.
Playas infinitas de arena fina y dorada
El recorrido sigue siendo una sucesión de playas infinitas hasta llegar a la que es icono de esta geografía marinera, la del Palmar, la única salida de Vejer de la Frontera al océano. Como se sabe, este bellísimo conjunto histórico-artístico vive, desde su privilegiada atalaya, hacia el interior. Es uno de los pueblos con más encanto de Andalucía.
Andando y andando por esta arena increíblemente dorada, sin que falten los campos de cultivo, los interminables pastizales y el ganado, se llega al Arroyo Conilete, donde termina Vejer y empieza Conil de la Frontera. Sale al paso entonces el Prado Castilnovo, con la torre del mismo nombre, que era la típica almenara, pero también a cargo de la vigilancia de almadraba, para el avistamiento de los grandes barcos de atún. Este prado se extiende hasta el Río Salado, comprendiendo la propia Playa de Castilnovo.

Ya en la otra orilla nos espera la Playa de los Bateles, que tiene a sus espaldas Conil, uno de los destinos turísticos más conocidos del sur y más exuberantes, con sus pinos que se propagan hasta casi rozar el agua. Este pueblo blanco, que una vez tuvo murallas, ha sabido conservar su encanto marinero. Se ve en sus casas encaladas y en sus calles estrechas y empinadas. Para las puestas de sol, probablemente no haya lugar mejor.