De Ribera del Duero a Cigales, pasando por Rueda: esta es la mejor ruta para probar los vinos de Valladolid
Un viñedo en la provincia de Valladolid. FOTO : PIXABAY.

De Ribera del Duero a Cigales, pasando por Rueda: esta es la mejor ruta para probar los vinos de Valladolid

Valladolid es también tierra de vino. Porque en ella se obró el milagro de hacer crecer y multiplicar las viñas. Así pues, nada como seguir el rastro de la bebida que más alegra, a la manera bíblica, el corazón de los hombres.

Ángeles Castillo | Mayo 22, 2025

De Ribera del Duero a Cigales, pasando por Rueda, ninguna provincia atesora tantas denominaciones de origen, hasta ocho, como la vitivinícola por excelencia Valladolid, que ya lo era en tiempos de los romanos y se curtió en la materia con los monjes medievales llegados de Francia. Luego lo suyo tiene solera y más de 27.000 hectáreas consagradas a la vid que son parte constante de su inmensa fortuna. Aquí, por supuesto, es difícil resistir la tentación báquica.

Quién se resiste a dormir entre viñedos, degustar la gastronomía local, probar las bondades de la vinoterapia, recorrer los majuelos a bordo de una calesa o contemplar una puesta de sol a todas luces despampanante. Se puede sucumbir a estos placeres en la afamada Ribera del Duero. Un territorio que Valladolid comparte con Soria, Burgos y Segovia en un canto más que afinado a la exquisitez castellanoleonesa.

Y decir Ribera es situarse en un tramo muy concreto de la carretera N-122, el que va desde Tudela de Duero hasta Peñafiel, donde se concentran algunas de sus más representativas bodegas. En total, más de cien repartidas por 19 jugosos municipios. Hay hasta una tarjeta turística Ribera Friendly.

Ruta del vino por Valladolid: de Peñafiel a Pesquera del Duero

Una escapada a Peñafiel, que llegó a tener antaño 18 iglesias y aún tiene ocho puentes, es obligada. Y lo es por su impresionante castillo, casi un barco anclado en estos mares de Castilla, que es la sede del Museo Provincial del Vino, donde se pueden degustar los distintos caldos de la Denominación de Origen, asistir a catas profesionales o cursos. Por tanto, un lugar de peregrinación para los amantes del enoturismo.

Imposible pasar por alto la sorprendente plaza medieval del Coso, concebida como plaza de toros, que presume de balcones de madera con arabescos. No hay que olvidarse del Museo de Arte Sacro, en el interior de la Iglesia de Santa María, ni de la Casa de la Ribera, con su lagar y su bodega, que enseñan los personajes teatrales Mariano y Tomasa.

Tampoco del yacimiento arqueológico de la ciudad vacceo-romana de Pintia, en la cercana Padilla de Duero, donde se han hallado las pruebas definitivas de que hace más de 2.500 años ya se elaboraba el jugo extraordinario.

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Valladolid es un paraíso para los amantes del vino. FOTO: PIXABAY.

Es esta la misma tierra de Pesquera del Duero, sinónimo también de vino. Una villa con casas blasonadas que fueron cuna de familias de abolengo, como puede observarse en la calle de las Eras, del Cazo o de la Sacristía, además de una plaza porticada con un arco de piedra en la entrada y cuatro ermitas. Por no hablar de sus múltiples bodegas.

Hoteles de lujo y rutas de senderismo

Asimismo, a esta comarca pertenece el encantador y muy histórico Curiel de Duero. Lo engalanan sus dos castillos. Uno, divisándolo todo en el cerro a casi mil metros de altura, convertido en un hotel de lujo con 23 habitaciones y el nombre de Residencia Real. Y el otro, sito en el llano, de hechuras palaciegas y ya solo fachada con dos torreones que la amparan. Parte de sus artesonados, por cierto, se hallan en el Museo Arqueológico Nacional.

Habría que dejarse caer por la Iglesia de Santa María, ejemplo del gótico-mudéjar (siglo XV), pero con portada románica, y la de San Martín (XVII), transformada en las Bodegas Castillo de Peñafiel, de los mismos propietarios que el mencionado alojamiento, y salvada de la ruina. Patrimonio cultural y enológico entrelazándose.

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El castillo de Peñafiel, en Valladolid. FOTO: UNSPLASH.

Como se ve, todo está consagrado al vino y todo lleva como apellido el más machadiano de los ríos. Una ruta de senderismo conduce al visitante hasta las Altas Pinzas de Castilla, desde donde se obtiene una magnífica panorámica de la Ribera del Duero, por la que, ya puestos, se puede discurrir a pie o en bicicleta siguiendo la senda GR-14. La fiesta de la vendimia, con la llegada del otoño, es asunto mayor en esta geografía: trae las dulzainas y el pisado de la uva.

Lo saben bien en Valbuena de Duero, municipio ribereño con bodegas por doquier, en cuya pedanía de San Bernardo se alza el monasterio de Santa María de Valbuena (s. XII), con unos frescos y un claustro de impresión. Es, por una parte, la sede permanente de la Fundación Edades del Hombre y, por otra, un hotel de Castilla Termal con 79 habitaciones y aguas mineromedicinales en perfecto maridaje con los mejores caldos de la tierra y la alta gastronomía.

Nunca el arte y el vino dieron mejor cosecha. Basta con bajar a la Bodega de los Monjes, donde empezó todo, para comprobarlo. Además, Valbuena está atravesada por un conjunto de rutas dentro del Anillo del Duero, vertebradas por el río, con un mirador y un paraje natural llamado La Isla.

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La Capilla de San Pedro, en el Castilla Termal Monasterio de Valbuena. FOTO: CASTILLA TERMAL.

D.O. Ribera del Duero

Son todas estas tierras las que alumbran el fruto que sustenta la Denominación de Origen Ribera del Duero, que se constituyó como tal en 1982, pero con el aval de ser un oficio milenario. Como dicen desde la propia D.O., “somos hijos de una tierra compleja y un clima severo, condiciones exclusivas que nos ofrecen, a gran altitud, una uva de extraordinaria calidad y enorme valor”. Sobre todo, la tempranillo, la llamada tinta del país o tinto fino, que es la variedad principal, la que otorga el color, aroma y cuerpo característicos a sus vinos tintos.

Aunque aquí también se cultivan la cabernet sauvignon, merlot, malbec y garnacha tinta. Sin dejarnos la albillo mayor, blanca, complementaria pero imprescindible y también histórica.

En resumen, más de 300 bodegas entre las tres provincias con sus 2.225 marcas, de las que salen los tintos, desde los jóvenes, con elevada carga frutal, hasta los de guarda (crianza, reserva y gran reserva), de gran complejidad aromática. Pero también los rosados y los igualmente refrescantes y afrutados blancos. Estos últimos más complejos al envejecer en barrica y botella.

La Ruta del Vino de Rueda

Rueda es también un reclamo a la hora de hablar de vino, de vino blanco para ser exactos, ya que es origen y cuna del verdejo. Aunque con el tiempo se han sumado otras variedades como la palomino fino, la sauvignon blanc, la viura o la chardonnay. Geográficamente, nos encontramos en el corazón de Castilla y León, abarcando territorio de Valladolid, Segovia y Ávila, en un paisaje en el que las viñas conviven con el cereal, los almendros y los olivos.

Un cruce de caminos histórico de 22 municipios, los que componen esta Ruta del Vino de Rueda, con unas 30 bodegas, abrazando la tradición y la vanguardia, y sus respectivos viñedos, que se pueden visitar. Esta Denominación de Origen es la más antigua de la región, aprobada en 1980. Y desde el año 2008 abierta a tintos y rosados.

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El vino blanco es el icono de la D.O. Rueda. FOTO: UNSPLASH.

Perderse por estos pagos, caracterizados por el clima continental y los suelos cascajosos, es un baño de arte e historia. Se puede empezar por la Villa de Rueda, título que le concedió el rey Felipe IV (siglo XVII), y la sede de la D.O., como es lógico.

Su nobleza, de siempre vinculada al vino, se ve en las casas blasonadas, algunas convertidas en alojamientos con encanto, pero también en las fachadas modernistas, así como en los balcones y ventanas de rejería en forja. No faltan los comercios especializados en venta de vino y productos gastronómicos de aúpa, como los quesos de oveja o el chocolate artesanales.

De Tordesillas a Medina del Campo

Cómo no hablar de Tordesillas, que fue donde se firmó el Tratado en 1492 entre Castilla y Portugal, en época de los Reyes Católicos, y por donde pasaron nada menos que Juana la Loca, Carlos I o Felipe II. Otro conjunto histórico-artístico, con hitos monumentales como el Real Monasterio de Santa Clara, antiguo Palacio Real y ejemplo máximo del mudéjar; las Casas del Tratado, la Iglesia de San Antolín, la Plaza Mayor o el Puente Medieval.

La buena mesa y el mejor vino se dan por sentados. Y, para colmo, se halla en la Reserva Natural Riberas de Castronuño-Vega del Duero, lo que se traduce en senderismo y disfrute de la naturaleza.

Nos dejamos Olmedo, donde está el Parque Temático del Mudéjar, o Madrigal de las Altas Torres, cuna de Isabel la Católica y con trazado medieval, para irnos directamente a Medina del Campo, en el corazón de la D.O. Rueda.

Medina es la Villa de las Ferias y el núcleo económico de la provincia, además de otro enclave histórico de altos vuelos. Nos referimos al Castillo de la Mota, que abre sus puertas al visitante, incluso teatralmente; el Palacio Real Testamentario, donde vivió, testó y murió la Reina Católica; o las Reales Carnicerías. En sus calles dejaron huella Santa Teresa o Cristóbal Colón. Y en ellas, como en todo el territorio, es gloria la cocina castellana tradicional, en particular el lechazo, regado ya sabemos con qué caldos.

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La Colegiata de San Antolín, en Medina del Campo. FOTO: TURISMO DE MEDINA DEL CAMPO.

La Ruta del Vino Cigales

Desde la Ruta del Vino de Rueda, los pies nos llevan hasta otro de los paraísos vitivinícolas, la Ruta del Vino Cigales. Para emprenderla, hay que poner rumbo al norte, entre Valladolid y Palencia, siguiendo las vueltas y revueltas del Pisuerga y el rectilíneo Canal de Castilla, esa imponente obra de ingeniería hidráulica. Por todos lados, grandes extensiones de viñedo que suben y bajan las suaves lomas de este bucólico paisaje salpicado por localidades con raíces vinícolas.

En Cigales mismo está la Bodega Tradicional Cigaleña, la mejor barra para deleitarse con sus rosados. Y en Mucientes, la Bodega Aula de Interpretación, que la forman dos bodegas subterráneas del XVI.

A la vuelta de cualquier esquina espera siempre una lección de historia regada con estos vinos que ya se sirvieron antaño en las mejores mesas de la corte, que, recordemos, estuvo en Valladolid. Hoy se ofrecen en los restaurantes que ocupan las antiguas bodegas bajo tierra en Cabezón de Pisuerga, por citar un caso. Y se subliman en lugares como los Castillos del Vino de Fuensaldaña o Trigueros del Valle.

Románico y Senderos del Clarete

En Cabezón hay que hacerle los honores al Monasterio de Santa María de Palazuelos, joya del románico cisterciense. Y ya lo más de lo más es recorrer los Senderos del Clarete, un nombre muy ad hoc, que atraviesa los doce municipios de la Ruta Cigales. Una D.O. que se creó en 1991, pero cuyos caldos, como decíamos, ya se tomaban cuando Felipe III, a comienzos del XVII, y que bebe de más de quince bodegas de larga trayectoria vinícola. Se sabe incluso de propietarios de viñas desde el siglo X.

Quienes no quieran perder este tren, y no es metáfora, tienen que cogerlo en la estación madrileña de Chamartín y apearse en la ruta escogida. Se promete teatralización a bordo. Al fin y al cabo, Baco (o Dioniso para los griegos) es también dios del teatro. Una vez en destino, ya será un no parar de ver iglesias y castillos, visitar bodegas y levantar festivamente la copa. Es lo que tiene un billete de ida y vuelta en el Tren del Vino de Valladolid.